Leer Feminista

Inventar un pueblo que falta

Notas de lectura sobre Aldao, de María Teresa Andruetto (Penguin Randomhouse, 2023)

Por Camila Vazquez. Especial para La Marea Noticias

Luz de una provincia rancia que hace tiempo sabe

que no la quiero ni ahí, que no la quise,

que nunca será mía ni yo seré de ella.

Y la recorro, sin embargo.

 

Lucas Tejerina

 

Fue Gilles Deleuze quien dijo en un ensayo citado hasta el hartazgo -y aquí una vez más, el gesto cuneiforme de insistencia sobre el sentido- “La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias”. En estas notas vamos a hablar de pueblos, pueblos literales de la provincia de Córdoba y de recuerdos biográficos y colectivos.

Con esos dos elementos ya tenemos para una novela y así lo hizo la querida escritora de estos mismos pagos cordobeses, nacida en Arroyo Cabral en 1954, María Teresa Andruetto. Entre nosotrxs, La Tere, porque así nos referimos aquí, con el artículo primero, como achicando las distancias, incluso aunque no nos conozcamos personalmente.

Quisiera comenzar pensando en el título de esta nota, que como ya se dieron cuenta, es un hurto. Casi una consigna de escritura: inventar un pueblo que falta. Como si el espacio fuera el habilitante de la existencia de todo lo demás. Podríamos estar horas discutiendo sobre qué elemento de la narración cobra mayor relevancia en la escritura de una novela, posiblemente muchxs dirían la voz, y tampoco habría por qué votar, porque, por suerte, en la literatura coexisten muchas verdades a la vez. Cada texto pide una clave de lectura, entonces, en este caso puntual, inventar un pueblo que falta es la nuestra. No porque Aldao no haya existido previamente, pero el Aldao de Andruetto faltaba y aquí lo estamos leyendo.

Pero suponiendo que esta clave no es propicia para esta lectura, vamos a pensar en ella en términos literales. El pueblo podría ser cualquier cosa: una casa, una familia, un desamor, una traición, un duelo. Pero esta vez es pueblo. Pueblo pueblo. Es el espacio entonces quien permite a todo lo demás proyectarse, el pueblo como un centro gravitatorio. Así, si no tuviéramos en cuenta esta premisa que nos hemos agenciado para leer Aldao, podríamos decir que, en primer lugar, Aldao es una novela sobre la memoria. Esto también es cierto, Aldao es una novela sobre pueblos y recuerdos, como ya les dije desde un inicio. Pero creo que la reducción de novelas a temas, como por ejemplo, cuando se dice de tal autora que “hace novelas feministas”, acota nuestra lectura a un único eje, nos desprovee del procedimiento y de los múltiples movimientos en los que se entrama un texto.

 

El pueblo

Mientras leía Aldao por primera vez, pensaba en el espacio como protagonista. No porque este texto esté cargado de animismos, por el contrario, Aldao porta un realismo atroz, atroz por tan próximo a los muchos horrores que vivimos durante décadas en Argentina. Pero el pueblo es el enlace de toda la historia: las que permanecen exiliadas en él, nacen y crecen en el encierro; los que se fugan; las condenadas, las putas, los putos, los pobres. De Aldao sabemos todo de a fragmentos.

Primero, es la historia de la protagonista de esta novela. Una joven madre militante que acaba de ser abandonada por su marido en un hotel. Allí vivían juntxs hasta aquella fuga con su bebé Diana, nacida en el cautiverio, bajo el soponcio de enero. Allí, en ese hotel, se refugian de los milicos, hacen un exilio en el interior. Son pobres y lo vienen siendo desde que dejaron la universidad para dedicarse a la militancia, a pesar de estar inscriptxs en algunas carreras. Algo que me gusta mucho de esta novela -algo que podemos hacer gracias a la Democracia- es que narra la militancia sin romantizarla. Muchas veces he sentido que cuando se pronuncia la palabra militante hay un halo sublime que envuelve el espacio, que bueniza y lava de política y complejidad a las personas. Por el contrario, en Aldao hay un padre abandónico que fue militante cuya mujer no solo no quiere sino que no puede comprender: ¿cómo criar una niña en la pobreza más extrema y practicar el entendimiento, la compresión, cuando se ha quedado sola para criar a una nena? Hay militantes fallidos y mujeres que “no dan la talla” para la imagen de compromiso que requiere la época, que también hubieran querido estudiar o, por qué no, arreglarse; pero que dejan todo por amor o por inercia, que en algunos momentos, cuando una no puede preguntarse por su deseo, porque toda la historia se trató de prohibir esa zona para las mujeres, se parecen tanto.  Tampoco hay una mirada moral sobre el abandono  en Aldao, las mujeres de está novela están solas. Desde los vaticinios en el tarot hasta la crianza y las formas de salvarse. Aldao nos abre las aristas de la política desde una mirada más setentista hasta una pequeña y ordinaria, y por eso, también revolucionaria, como el zurcido invisible que sostiene al mundo: el cuidado, la ternura, el desinterés. Una policitidad femenina no porque la porten únicamente las mujeres, sino por su modo de entramarse. La protagonista sufre más por conocer el paradero de su ex marido, que por la pérdida de él en términos amorosos. Tampoco quiero decir aquí que sufrimiento amoroso sea algo que esté mal,sino que la vida precaria y en cautiverio de esa primera voz narradora que aparece en el texto no le dejan espacio para la pena. Está condenada a resolver, a trabajar, a amamantar. Ese gesto resignado parece venirle desde lejos, desde Ilaria, su propia madre -cuyo capítulo es uno de los más hermosos de la novela-. Una parquedad metida en la lengua, en esta llanura de dios en la que ha venido a parar, de un exilio más viejo y también pobre que atravesó continentes.  Así, nuestra protagonista atraviesa los dolores: un aborto, una enfermedad terrible, una precariedad inaguantable. Esto no es una loa a la meritocracia de resistir en condiciones paupérrimas. En cambio, es una loa al cuidado, esa pequeña red que, a la par de la hostilidad, también sostiene al pueblo. No se salva sola. Aldao, como dice su propia autora, también es una novela sobre la solidaridad. Sobre “la gauchada”, el gesto que entrega alguien porque sí, a cambio de nada. Alojamiento, comida, amistad. Aunque esta una novela de mujeres solas.

Como anotaba más arriba, no es que en Aldao aparezca una voz ni siquiera plural como puede ocurrir, por ejemplo, en Rulfo, que también inventa un pueblo. Ya se ha hablado en varias ocasiones de cierta afinidad entre la obra de Andruetto y la del poeta italiano Cesare Pavese, el campo, lxs trabajadorxs. El pueblo es un topos y, claro, el pueblo se hace en la voz de sus personajes. El pueblo es hostil con los marginados y los hacina en un hotel como una pensión. A las putas, que antes fueron abusadas por sus padres, secretos a voces. A los putos. A las que abortan. A las madres solas, a las hijas. Pero en la miseria también nace aquella bondad entre extraños que confían porque sí, porque es un gesto no humano, sino animal. La confianza. Entonces el pueblo es una relación. Un lugar al que la hija regresa cuando es madre y hay una pandemia. Al que los maridos nunca vuelven. Antes, mucho antes, también otro lugar de tortura para locos. En cada voz crece el pueblo. ¿Hasta donde espacio y hasta donde la voz?, ¿o será que espacio y voz se necesitan mutuamente para existir?

 

EL RECUERDO

También anotamos por aquí que es cierto: Aldao también es una novela sobre la memoria. Pero lo es en varios sentidos. En el más evidente, porque refiere a la memoria de nuestro pasado reciente, la Dictadura. Los efectos en las vidas que aún no podemos calcular: ¿cuánto afecta la crianza en el exilio a una niña recién nacida? Y después, cuando es adulta, ¿dónde está ese exilio en un pueblo dentro suyo?, ¿y el padre que falta?, ¿puede inventarse?

Pero Aldao es una novela sobre la memoria porque es una novela que recuerda. De la voz protagonista que nos cuenta de a fragmentos la historia de su llegada al hotel, pasando por sus amistades y penas allí mismo; nos lleva hacia a la madre de la madre y nos devuelve a la hija. No es una novela sobre el pasado, sino una novela espiral, como la memoria. Hace de la memoria un ejercicio literario. Por ejemplo, se dice de Ilaria: “Todo el mundo tiene una historia para contar y todos piensan que esa historia es única. Ella también tiene la suya. Nació en la tercera década del siglo pasado, cuando Aldao todavía no era Aldao, en un lugar que llamaban Los Hormigueros. Antes de que existiera el pueblo, en esa tierra habitada por millones de termitas, había unas pocas casas sobre la loma, junto al arroyo, a un golpe de vista del puente que lleva a la ciudad. No era un pueblo eso, solo unas pocas casas, cerca de un río y de la estancia donde vivía el capataz.” Se nos habla de su parquedad: “En su casa se hablaba el dialecto, esa lengua áspera que se aloja en la garganta, en el velo del paladar, esa lengua casi sin vocales en la que no existe la palabra amor. Cuando empieza la escuela, cuando por fin hay una escuela cerca del caserío donde vive, aprende que lo que habla no es correcto, lengua de rústicos, de gente de campo, embrutecida.” Y en Ilaria recordamos a la madre de la madre de la madre, que vino a dar con la llanura por azar, porque sí. La vida nos va arrojando.

 

La salud

Sin dudas, hay muchas otras aristas para pensar en la novela. Pero de la violencia desde la violencia como política de Estado, la persecusión, los presos políticos de la Dictadura; Aldao nos lleva hasta otra tortura: la de los locos: “Al Asilo de Alienados de Aldao lo había fundado Cabred en los comienzos de la psiquiatría nacional, en un tiempo en que se consideraba que los enfermos del alma debían estar encerrados para siempre, de modo que, en su hora, tuvo miles de pacientes y, a fines de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, con el auge de la antipsiquiatría, estaba achicándose”.

Hay todo un capítulo destinado a este aspecto. Aquí, la autora introduce otros géneros como el informe o el proyecto, algo que también hace en otras novelas, como por ejemplo, La mujer en cuestión. Este capítulo nos desplaza hacia esa otra memoria que tiene que ver con la tortura hacia las mujeres, construidas como locas y, por eso, pasibles de ser torturadas por resistirse a la autoridad.

Aldao también es un texto sobre los encierros: el del exilio en un hotel; el de las locas; el de una pandemia. No son homologables, ni todos iguales, pero esta novela cuenta la historia de una y varias mujeres que viven en el encierro: ¿cómo vive la cuarentena una ex militante que parió en la reclusión, que no paseaba más que la manzana de su cuadra por miedo a que los milicos la agarraran a ella y a su familia? También, una novela sobre aquello que se encierra, sobre lo que no se dice: la tortura del estado, el secreto, el cambio de nombre; el abuso intrafamiliar; el trabajo de puta; el aborto: las mujeres que, incluso en un mismo recinto, todas juntas para lo mismo, no se miran a los ojos, no dicen palabra.

La salud, para Deleuze, en la literatura y en la vida, está en la fabulación, en el arte de inventar: todas esas locas encerradas ya hacían un pueblo, un pueblo para nosotras, que nos llegó, y todavía maltrecho, tantos años después nos aloja. Un pueblo es inventar la compasión con los extraños. La memoria familiar zurcida en un territorio. Salud, esa palabra sanitarista, desde esta otra perspectiva, es la ficción: inventarnos un horizonte, un recuerdo, lanzarlo hacia el pasado como un anzuelo, proyectarlo hacia el futuro como un eco.

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