Leer Feminista

Chanchos salvajes o rebelión en las pampas

notas de lectura en torno a Derroche y una breve entrevista a su autora

 

por Camila Vazquez

 

  1. LAS NOTAS

Quienquiera que seas, no importa cuán sola estés/el mundo se ofrece a tu imaginación,/ te llama como los chanchos salvajes, áspero y apasionado,/ anunciando una y otra vez tu lugar/ en la familia de las cosas. Estos versos preciosos podrían ser de Mary Oliver salvo por un delito que cometí sobre ellos. Donde la traducción original  dice gansos salvajes-una traducción bellísima de Natalia Leiderman y Patricio Foglia- he puesto un sinónimo de jabalí. Un poco porque los jabalíes tienen un lugar protagónico en esta novela que hoy quiero comentarles y otro poco porque el texto me ha contagiado una algarabía irresistible. Eso y una pregunta: ¿cómo se escribe una novela sobre la renuncia, sobre el gesto de desertar, si no es desertando de la novela? Tengo la sensación de que la lección de Derroche, la novela con la que María  Sonia Cristoff* ganó el premio Sara Gallardo hace unas pocas semanas, no está solo en su contenido, altamente anárquico, sino en su forma, en sus procedimientos desbordados. Fíjense que digo lección, como si hubiera algo para aprender. Las lecturas moralistas o disciplinarias siempre son aburridas, pero en el fondo de mi corazón, tengo la sospecha de que la literatura, es decir, cómo está dicha una cosa, enseña a vivir. Cómo está dicho algo, un enunciado, importa. El cómo afecta a la sensibilidad. Si no, ¿cómo es que nos emocionamos con una canción que reproducimos en un inglés de mierda, al decir de Capusotto? Digo enunciado y no puedo no pensar en aquel crítico soviético, Mijail Bajtín, a quien le debemos tanto para pensar esta novela dialógica. De la carta, al archivo de word, al mail de trabajo, a la llamada telefónica, al mensaje de WhatsApp,al audio, al bendito audio, a los textos teóricos, a las canciones anarquistas. Todo ese pastiche, todo ese compendio enloquecido y absurdo que visita Derroche y nos exhorta a sumarnos a su proyecto desopilante de renuncia.

El centro de esta novela, como otros textos de Cristoff, es el trabajo. Podría escribir cosas como “una crítica lucidísima al sistema laboral” pero sería muy aburrido. Es cierto que es una crítica, pero también es una propuesta. Una salida absurda al extractivismo feroz que se consume lo mejor que tenemos. La historia nace con una herencia. Una herencia que va a dejar una tía abuela – Vita- a su sobrina obediente -Lucrecia-. Una amiga mía, Anita López, dice que no hay tías en las novelas. O que no hay muchas. Hay madres, amigas,amantes, ¿pero tías? La tía habilita un vínculo menos maternal, no lejos del cuidado, pero sí más corrido de los mandatos familiar.

En Derroche, una tía abuela pueblerina deja a su sobrina una herencia que tendrá que descifrar a partir de archivos encriptados de word. En los archivos, está la historia de la herencia. Desde sus comienzos hasta su apogeo. La biografía de una nena criada por padres anarquistas cuyo proyecto de revolución no termina de concretarse. Algo semejante a lo que le pasa a su sobrina, progre y snob, incapaz de hacer nada disruptivo en el curso de sus días. Derroche parece decir que a la revolución le hace falta humor, le hace falta absurdo. En ese sentido, Derroche tiene espíritu dadaísta. Volvemos a la historia, eso que se cuenta en la novela: la tía deja una herencia, la sobrina tiene que adivinar códigos y lugares posibles donde yace el tesoro. Para eso, debe mudarse a la casa de su tía de pueblo en la llanura. Debe creer en el delirio que le promete y encontrar la fortuna que su tía hizo a  partir de un proyecto que fundaron con una amiga: una especie de logia u organización extorsiva que se nutre del dinero de los rehenes. El secreto de la logia está en dejar que sus víctimas hagan, por una vez en la vida, eso que siempre tuvieron ganas de hacer y sería horroroso que se develara. Para eso pagan. Pero la sobrina progre y snob está tres veces más sometida al sistema que lo que estuvo su tía. Es una workaholic, alguien que se mofa de estar ocupada todo el día, que no para de trabajar aún fuera del trabajo, que recibe mensajes y reclamos como una condenada a cualquier horario. ¿Les suena? Es triste la identificación, pero cuántas nos parecemos a Lucre: “Es increíble hasta qué punto, aún teniendo una ocupación olvidable, el mundo nos reclama, nos pide rendiciones de cuentas, nos exige que nos inclinemos hasta la más mínima minucia. De eso también necesitaba liberarme. De la pobreza y de ese reclamo del mundo, de las dos cosas”, le cuenta Vita a su sobrina en uno de los archivos. Ese es el corazón de “la novela”, pero como buena antinovela, que usa los mecanismos de la primera para hacerlos implosionar, las protagonistas se desdibujan, la historia se desboca, se va de las manos, los narradores se abren a otras especies, como por ejemplo, los jabalíes, y así se suceden géneros, canciones, telegramas, crónicas, diarios, mapas, etc.

Todo este gran y sabio desvarío, que salva a Lucre de las garras del extractivismo neolibral, no ocurre así a la manchancha, aunque podría ser, dada la presencia de chanchos en la novela. Ahora que lo escribo me doy cuenta que tendría que haber puesto “a la marchanta”, pero “ a la manchancha”, como se decía en mi pueblo cuando algo se arrojaba al azar, me gusta más -hacia el final del texto, un personaje y luego narrador jabalí cobra centralidad y otra vez el texto vira hacia la alegoría, hacia la sátira o la ficción distópica, al modo de Rebelión en la granja-. Por el contrario, el texto presenta una gran complejidad teórica y política que incluye citas del anarquismo, del pensamiento interespecie, críticas agudas al trabajo, pero no hippies ni vagas. E invita, con rigor teórico- algo que parecería propio del ensayo y, en este punto, la novela también se desboca hacia otros géneros- a imaginar una vida más cerca del deseo, pero el deseo no en términos individualistas, el deseo para todxs. Derroche nos sitúa en varias paradojas que hacen explotar los binarismos: para escribir una antinovela, ingresa en la novela; para criticar al trabajo, funda otros trabajos. Es que anti, en este caso, no significa necesariamente en contra: no es contra la novela como género decimonónico. No es contra el trabajo como oficio o práctica del saber que se pone al servicio del bien común: es en contra de la erosión y la chatez a las que no somete el neoliberalismo. Una vida sin encanto, una vida sin ocio, una vida de sujetos quemados, sin tiempo, con la agenda llena y orgulloses de eso. Derroche incluye en la revolución a la imaginación. Sugiere que los caminos para sabotear la matrix se hacen desde adentro de ella, incluso desde adentro de la novela. Pero el sabotaje no tiene por qué ser el aprendido de manual. El sabotaje puede manifestarse de modos inesperados. Derroche propone escuchar esas ideas locas que nos rondan por la cabeza, esos escenarios utópicos que nos armamos y en los que somos felices, escuchar el cansancio, el burn out y salir de ellos con piruetas y artilugios impensados. No el plan maquiavélico sino el desvarío -que suena tan parecido a desvío- como plan. Dejar ese trabajo de mierda, que la deuda con nosotras la paguen los millonarios, que la seriedad y la chatez emocional a la que se nos somete ¡se la metan por el culo!, que inventemos un país donde animales, mujeres, disidentes,  por fuera de los manuales veganos tan afines a los modos del decir capitalistas, tan didácticos y baja línea, seamos lxs protagonistas de esta vida desbordada y deseante que nace para nosotrxs.

 

II.LA BREVE ENTREVISTA

 

¿Qué sabotajes, si es que los hubo, tuviste que experimentar en tu propio recorrido como lectora y escritora para «dinamitar»  la novela como género organizado, lineal, afín a la idea de progreso?

 

Creo que intentos de sabotajes tuve muchos, pero me tomó bastante tiempo dar con el sabotaje preciso, el que haría el clic, el que entendería como propio. Porque en Puan yo leía a autores y autoras -sobre todo a autores- muy rupturistas, muy experimentales, pero pasar de lo que uno lee a lo que uno escribe supone un recorrido más sinuoso del que se cree, porque no es que uno, o al menos yo, iba a copiar procedimientos de tal o cual y así encontrar un rumbo, así evitar el hartazgo que me provocaba la novela cerradita, previsible, no se trata de eso. Se trata de que, en algún momento, un conglomerado de cosas en las que intervienen lecturas y experiencias y otra serie de cosas más indescifrables haga ese clic, se trata de encontrar el momento en el que sentís que tu propio proyecto, digamos tu propia voz, va por ahí, encuentra su cauce. Y eso a mí me pasó a partir de una experiencia que fue crucial, de una temporada que pasé encerrada en medio de la Tierra del Fuego traduciendo los Diarios íntimos de un viajero inglés que se había asentado ahí en el siglo XIX, me pasó no por lo que esos textos decían sino por mi propia experiencia de traducir -es decir de escribir- en modo Diario íntimo, es decir en una primera persona no ficcional. Esa experiencia, sumada a la lecturas de relatos de viajeros que encontré en la biblioteca de esa casa, sumado a la experiencia de portazo-a-la-vida-en-la-ciudad-y-sus-opciones-académicas que yo estaba atravesando al haber aceptado ese trabajo me condujo a ese clic, a esa conexión con lo documental, con lo que Josefina Ludmer llama ‘los géneros de realidad’ que es un elemento crucial en mis sabotajes a la novela tradicional y, como bien decís, a su idea de progreso. Voy entonces armando narraciones en las cuales lo documental va interrumpiendo, va conspirando contra ese progreso, va abriendo otros sentidos, va generando comunidad de voces, va desechando la línea recta para optar en cambio por la digresión, el desvío, la falta deliberada de rumbo, todas esas delicias gozosas que a la concepción utilitarista del mundo -y de la narración- le parecen pérdidas de tiempo, distracciones.

 

 

En un sentido literario: ¿pensás que las operaciones formales o estéticas logran un «sabotaje» más efectivo que la inclusión de temas que resulten «comprometidos con la época? En un sentido político: ¿pensás que las militancias resultarían más efectivas si se vuelcan no solo en tema sino en gesto hacia al derroche, el delirio, la mescolanza?, ¿estos procedimientos literarios pueden servir para la vida en común?

Hace un par de días Malena Azcona, una periodista de la web de Cultura Nación, me preguntaba por esto mismo, y esto es lo que le contesté: siempre pienso en eso que dice Paulo Leminski, aquello de que “no es solo en el terreno del contenido donde debes oponerte al sistema, sino sobre todo en el terreno de las formas. Ahí está lo verdaderamente revolucionario: a eso llamo política poética”. Me parece que el trabajo con las formas es tremendamente elocuente, y a la vez sutil. Quiero decir: está diciendo mucho, sin por eso ser explícito o explicativo, dos de las malas sendas de la literatura, por nombrar solo a las que empiezan con “ex”. Algunos lectores de Derroche me dicen que por momentos les da vértigo cómo se pasa de un formato a otro, como se superponen voces y relevancias, como que van en una especie de tren fantasma que no se detiene en explicaciones tranquilizadoras, y a mí ese vértigo del que hablan me parece el mejor elogio posible. Sería tremendo para mí que una novela que trata de tres personajes que le dan un portazo a tantas de las cosas alienantes y esclavizantes que los agobian en la marcha del mundo, sobre todo en el mundo del trabajo, que conspiran contra el sistema imperante, no haga sentir a quienes leen también una cierta desestabilización. En mi política poética, la lectura no debe ser una palmadita tranquilizadora ni mucho menos un manual de prácticas ejemplares sino una experiencia desestabilizante.

Con eso también quiero decir, retomando ahora la segunda parte de tu pregunta, Camila, que me parece que la forma es en sí misma una apuesta política, no creo en la bifurcación de lo literario por un lado y de lo político por el otro: al contrario, creo que toda escritura es política, incluso cuando trata de no serlo. Por político no quiero decir partidario, supongo que se entiende. La apuesta política de una novela puede verse en su modo de relacionarse con la lengua, en su modo de abrir cosmogonías, en su modo de conspirar contra direcciones naturalizadas, en su modo de criticar cierto estado de cosas: todo eso independientemente del tema que aborden. No creo que el tema sea lo central, y mucho menos creo que haya que abordar ciertos temas con una función didactizante, en sintonía con un cierto espíritu de época. Porque lo que ocurre es que cada época tiene su doxa, incluso su doxa progre, entonces no se trata de replicarla en la literatura sino de mirarla críticamente en la literatura. Pero ojo, hago una digresión: tampoco se trata de negarla en la literatura como creen que hacen tantos liberados-de-mandatos-de-época que en el fondo no hacen más que adherir a doxas más antiguas -porque en el fondo eso es lo que hacen las novelas y películas, etcétera, que se desentienden por completo de la marcha actual del mundo: hablan de otra marcha anterior, no es que sean libres de mandatos de época como creen. Entonces, retomo: creo que la literatura no está para construir representaciones de doxas del presente ni tampoco del pasado, sino para mirar críticamente, para ejercer la mirada cuestionadora, para construirse siempre desde una pasión a contrapelo. Si es que tiene algún valor social, sintagma difícil de pronunciar pero me animo, sin duda es ese.

 

¿Qué le diría Vita a todos estos nefastos y negacionistas que se apropian de las banderas del anarquismo para propagar el horror y el fascismo en Argentina por estos días?

 

“Dejen de explicitar ya desde sus autofiguraciones que todo esto no es más que un gran robo”, eso diría. “Ah, y ni sueñen con apropiarse del color violeta: es nuestro”, eso también diría.

 

¿Por qué elegiste a la tía como motor político en este linaje de mujeres anarco?

 

En realidad siempre tuve muy presente eso que Piglia, retomando a Iuri Tiniánov, le hace decir a Renzi en Respiración artificial, eso de que la literatura se hereda no de padres a hijos sino de tío a sobrino, y que para mí siempre significó la posibilidad de escuchar otras versiones por fuera de la ley, por fuera de las versiones sostenidas por la ley de la familia, es decir por el poder. La figura del tío, en este caso de Derroche de la tía, porque desde siempre mis novelas tienen una fuerte presencia de personajes femeninos, me parece que abre la posibilidad de plantear un discurso precisamente por fuera de la ley, del deber ser, de los mandatos; la posibilidad de construir relatos en vez de dar explicaciones, como por ejemplo hace Vita cuando tiene que contarle a su sobrina de dónde es que sale ese montón de dinero que ha decidido dejarle en herencia. Volviendo a lo que me preguntabas antes, esta estrategia formal de construir relatos en vez de explicar -ese capítulo de Derroche en el que, para dar cuenta de dónde viene el dinero oscuro de Vita, en vez de ponerme a explicar al modo de la novela tradicional, escribí una serie de perfiles de personajes a los que Vita ha supuestamente extorsionado para sacarles dinero- es para mí una resolución formal de la novela en la que podés ver hasta qué punto la forma es política: explicar es someterse al poder, cuando contar historias, en este caso perfiles de los burgueses del pueblo y sus fantasías, es todo lo contrario, es sustraerse al poder.

 

*María Sonia Cristoff (Trelew, 1965) es autora de Mal de época, Inclúyanme afuera y Falsa Calma. Escribe en distintos medios. Da clases en la UNA y en la UNTREF. Camina compulsivamente. Vive en Buenos Aires.

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