Leer Feminista

Escribir: militancia de base

Notas de lectura de Vida de Horacio de Mercedes Halfon (Entropía, 2024)

 

la vida por

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Leónidas Lamborghini

por Camila Vazquez. Gentileza imagen portada: Sara Facio

 

Las imágenes fundantes

En el año 2018, en medio de un fervor de lucha inusitado, con mis amigxs inventamos un colectivo que, hasta la fecha, lleva el nombre de la mejor poeta cordobesa de todos los tiempos: Glauce Baldovin. Alguna noche de un probable junio, salimos a hacer unas pegatineadas. Un gesto  que prometía modificar la sensibilidad cristiana de esta ciudad, escandalizada por las pintadas que las entonces feminazis infringían sobre las vírgenes locales. Nunca voy a olvidar aquella tarde que, días después de una marcha, vi por la ventana del colectivo a una señora limpiando a la virgen del monolito en la avenida España. Llovía. La señora me conmovió en su calidad de guardiana, aunque siempre me parecerá divertida  esa profana provocación.

Pero volvamos a la pegatineada. Nuestra intervención clandestina consistía en salir de noche en dos autos a tapizar algunas paredes con obras de artistas locales y poemas de una convocatoria urgente que habíamos hecho por instagram. Nuestro objetivo era  hacer unas especies de olas verdes a favor del aborto. Queríamos emular la obra titulada 神奈川沖浪裏, mejor conocida como La gran ola de Kanagawa de Katsushika Hokusai. Estábamos todxs vestidxs con equipos de gimnasia o modo gym desarreglado. Este dato es importante. Teníamos capuchas. Todavía tengo el buzo gris manchado con engrudo, nunca supe cómo sacarlo. Teníamos miedo de que nos descubriera la policía, aunque pasó varias veces y no pareció importarle.  Lo que pudimos obtener de esas intervenciones fueron unos gorros seleccionadores como los de Harry Potter, pero versión abortera.

Me pregunto por esa fe que nos despierta la política cuando habla directamente al corazón de los sujetos colectivos. Cuando logra conmover a un pueblo. Creo que nunca me sentí más unida al sentido de estar viva que en esos años de feminismo efervescente. No podía creer que ser mujer -o haber llegado a serlo- pudiera no significar una condena y que, por primera vez en toda mi vida, todo eso por lo que se me había enjuiciado y castigado, ahora fuera una potencia. No me importa o, mejor dicho, no puedo pensar si todos estos fascistas que nos gobiernan ahora captaron o no algo de esa fibra del pueblo. Eso se los dejo a los periodistas antipogre que están de moda, otra forma del snobismo actual.

En cambio, quiero hablar  de un acontecimiento que sí logró tocar las fibras íntimas de las y los trabajadores. Ese hecho maldito de la sociedad burguesa, un movimiento que fundó un modo inédito de nuclear a las masas populares un poco más hacia la izquierda, aunque con un pragmatismo rarísimo y hasta polémico: el Peronismo.

Grafemas como piedras

En Vida de Horacio, Mercedes Halfon construye una novela en los bordes entre las memorias, la biografía y la no ficción. Quizás, eso que muchxs denominan como autoficción. Creo que la palabra memorias le hace muchísima más justicia a este libro porque uno de los materiales principales con los que trabaja es el recuerdo. La narradora de esta historia, que coincide, esta vez, con su autora, recorre los orígenes de la escritura en su propia vida y da con una imagen hermosa y tierna. Su padre docente que, por las noches, arrastra a su familia a un operativo político: hacer pegatinas cuya inscripción a mano alzada convoca a una escuela para adultos: “Escuela de adultos n°14 del distrito 8. Pedro Goyena 984. Gratuito. 1er, 2do, 3er ciclo. Primario completo. Inglés, Corte y Confección, Manualidades, Contabilidad. Turno vespertino”. Para ejercer esta tarea, el padre luce un atuendo específico: “Tiene puesto el equipo de gimnasia Adidas gastado que suele usar los fines de semana y a mí me da un poco de vergüenza”. La forma que esas letras tienen en el afiche, pero también las clases de dactilografía de su madre, las primeras letras redondas y enormes que aprende luego su propio hijo, entrelazan escenas de escrituras no necesariamente literarias, sino fundantes del universo de las letras. Como si la narradora hiciera un ejercicio con su memoria y fuera no hacia el libro en sí, sino hacia su naciente, hacia las piedras ancestrales de ese gesto.

Algo que me parece muy poético de este texto es que, en esas escenas de escritura se juegue otro sentido que, más que escrito, se halla inscripto en la biografía familiar, como solo se anotan los sentidos en el cuerpo. Me refiero a la filiación del padre de la narradora con el peronismo. Este padre, protagonista indiscutido de la historia, no es alguien trascendente en términos políticos. Es, como podría decirse, alguien como cualquiera de nosotros. Una persona común. Un docente de historia que siente un compromiso mayor con la educación pública, ese prestigio del que gozaba en nuestro país hasta hace no muy poco. Alguien que pasa por el socialismo pero pronto se vuelca al peronismo por reconocerse allí como parte de los trabajadores, a quien el movimiento les habla directamente. El padre, entonces, dedica mucho tiempo de su vida a la militancia de base, lo echan de su trabajo por eso, pero sostiene sus ideas como convicciones inclaudicables. La misma autora reconoce en varias entrevistas todo lo que de literaria guardan las anécdotas de su padre a quien, en determinado momento, empieza a grabar. Por ejemplo, esta escena que me conmueve porque me hace pensar no solo en la política, sino en la poética del peronismo: “Estas son experiencia que hice así. Como ser: vuelve Perón y me la pasé toda la mañana bajo la lluvia intentando cruzar el río La Matanza. Nos metíamos al río  y aparecía la policía tirando bombas lacrimógenas que caían cerca, inclusive aparecían policías de los costados. (…) No pude cruzar el río Matanza, nos sacaron cagando mal. Y rajamos. (…) Y volvíamos a insistir y otra vez lo mismo. Yo tenía los documentos en los bolsillos por un lado y la plata por el otro, pero adentro de bolsas de plástico, porque ya había pensado que iba a tener que cruzar el río.” Pienso en el peronismo como algo que, guste o no, anuda la historia de este país. Como a este hombre capaz de hacer las hazañas más extrañas, las perfomances más insólitas, con tal de ver al general. Pienso en el término militancia de base. En eso que sostiene un sentido más anónimo y, por eso, más colectivo, que la épica condensada en un prócer, un héroe, un revolucionario. Como el gesto de escribir las primeras letras, esas piedras sin nombre en nuestras biografías, en nuestra alfabetización, vinculadas a la docencia, a la escuela primaria, a las madres, padres, abuelas que, desde una intuición mineral, sientan los gestos para que un niño lea o pueda leer.

En Vida de Horacio importa la palabra y la letra en tanto letra, el abecedario. Pero también lo que esto trae como consecuencia en una familia, en una joven particulares: los libros, los discursos. En ese parentesco que guarda con la no ficción, Vida de Horacio se nutre de la tecnología. La nueva y la vieja. La máquina para mecanografiar de la madre, las clases de dactilografía, el magnetófono Geloso, por el que su padre escuchaba los discursos del viejo Perón. Y las mismas grabaciones por las que ese padre habla casi sin adornos, sin mediación de la narradora -aunque, por supuesto, sí de la escritora-, de las conversaciones que mantienen.

Este es un libro hecho de hilos, como los llama Mercedes, que hilvana  las letras, las palabras y los sonidos. Es un libro que nace del dibujo, de la grafía; pero también de las huellas sonoras, de la voz.

También es un libro que, en lo más álgido -¿esta pendiente puede ser peor?- del discurso cruel que gobierna nuestro país, me hizo sentir más acompañada.

 

Grabar a la autora

Conversé con Mercedes para este artículo de La Marea. Charlamos por Whatsapp. Por un momento, imagino copiarle la operación, con menor gracia que la suya, y dejar ingresar esta charla sin mediaciones a estas notas de lectura. Pienso un montón de preguntas como un rollo, pero dejo solo algunas. Se las mando por escrito. Ella me contestá por audio.

Bueno, Camila, a ver, te contesto por acá la primera pregunta. Yo empecé a escribir esta historia sin tener mucha idea de qué era representar algunos hechos políticos de la historia argentina o tratar de referenciar el relato con la Gran Historia, la historia con mayúscula. Eso fue algo que apareció después, mi papá, que es el protagonista un poco del libro. Es una persona que en su vida, algunos de los hechos notorios de la historia del siglo XX en Argentina, de la segunda mitad del siglo XX, se marcaron de una forma muy profunda. No era un personaje que hubiera sido importante para la Historia con mayúscula; pero la historia sí se grabó en su vida de una forma muy importante. Y ese cruce de ver la dimensión de ciertos momentos sociales en la vida de una persona particular me resultaba muy interesante: conocer la vida de un militante particular sin importancia colectiva. Precisamente de un movimiento como el peronista, que en general siempre es narrado desde el colectivo, desde el movimiento o desde la historia de sus líderes. Verlo a partir de una persona particular, un militante de base, me resultaba atractivo.

Un ratito después, responde  otra tanda de preguntas:

¿Qué necesitan los recuerdos para compartirse en literatura? Bueno, lo que cualquier idea necesita para convertirse en literatura:  forma. El  trabajo y la lucha con la forma, para que eso que se te ocurre se lleve de la idea, de la anécdota a otra cosa.

Después, con respecto a la segunda pregunta, para mí la utilización de grabador fue algo muy natural porque trabajo de periodista, trabajé muchos años y siempre me manejo con entrevistas de grabaciones, como que es algo muy propio de mi trabajo. Lo que era más particular era utilizarlo ahora para un libro, no tanto para una nota periodística.  Y el trabajo con el grabador para mí fue muy especial, porque lo que produjo fue como una activación de las charlas con mi papá, fue una forma de que esas conversaciones se volvieran un poco más intensas. Al ser grabadas, mi papá estaba especialmente atento y más despierto y predispuesto que nunca. Si no hubiera estado ese objeto ahí en el medio, posiblemente las charlas yo no las hubiera recordado de la misma manera y él tampoco las hubiera contado con tanto detalle, con tanta parsimonia, como que hubo algo ahí de activar un archivo, una cantidad de textos y pensamientos y recuerdos que estaban sueltos en su memoria y pronto la presencia grabador los articulaba de una manera particular.

 

Pasan unos días hasta la última respuesta, que, por cosas de la vida, se ve dilatada. A veces, agradezco que los intercambios virtuales se hagan con delay. Me gustan los audios -menos los laborales-, porque pueden parecerse a una carta oral.  Escucho a Mercedes camino al trabajo. Literalmente caminando. Esa actividad que habilita la asociación y el pensamiento como casi ninguna otra.

 

Bueno, te digo la última respuesta. ¿De qué manera pensás que los recuerdos, la herencia de ese padre y esa familia hablan de la misma narradora? Me parece que hay unos hilos que se van tejiendo entre el padre, la hija, también el hijo de la narradora, que se van despegando del relato. Son efectos que se van produciendo en la lectura.  Ciertos elementos que van pasando de generación en generación (como la ropa se pasa de un niño a otro más chiquito, que se pasa entre amigas).

El libro recorre varias superficies de inscripción de la palabra, que empiezan con los pizarrones. Después cómo el padre también trabaja con esto de escribir en las paredes las consignas del socialismo. Luego,  los afiches que hace para la escuela y las hojas mecanografiadas de la madre. Más adelante, los poemas que la narradora escribe en el reverso de un papel,  cómo el hijo empieza a escribir, etc. Hay toda una trama que tiene que ver con la palabra y también con la vocación, la palabra en su sentido quizás más material, como una forma de herencia.

 

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