Notas de lectura sobre diciembre y Moscas brillantes del aire de María Paula Vettorazzi (UniRío Editora)
por Camila Vazquez
Hace 22 años que pasó el 2001. Por entonces yo tenía seis años y con mi familia nos mudábamos a un pueblito en las sierras donde vivir más tranquilos. Por esa época fue que conocí las palabras cheque sin fondo, saqueos y corralito. Tengo muy presente un clima de época porque para el momento del desastre yo estaba en Rosario, en la casa de mis abuelos y en la ciudad en la que vivía hasta hace poco meses. Estoy segura de que ese clima de época contiene siempre calor y una banda sonora: Bersuit Vergarabat. Un clima de época que todavía no tiene nombre en Argentina, pero al cual debiéramos llamar de algún modo. Un sustantivo del que puedan derivarse otras palabras, acaso un adjetivo, un adverbio que refiera al calor y al desastre político al mismo tiempo: algo así como dicatómbicamente. Si tuviéramos esta palabra podríamos decir cosas tales como: esta navidad no voy a poder ir porque me estoy sintiendo dicatómbicamente. Mezcla de diciembre y hecatombe. Mi mamá recuerda con culpa un menú epocal a base de arroz, polenta y fideos. En ese orden. En cambio, yo no retuve ese detalle de las comidas, como si no fuera algo a lo que no le prestaba atención. Y es a este punto al que quiero llegar: ¿qué artilugios hacemos con la palabra cuando sufrimos y somos pequeñas?, ¿que juegos inventamos?, ¿qué momentos insoportables de dolor omitimos en el recuerdo? Las infancias sufren en modos no adultos sus tragedias, que también son las del país, las de una familia, los duelos, la pobreza, la soledad. Cuando somos pequeñas es terrible que nos digan: vos sos muy chica para darte cuenta. Es cierto que la edad lo amarga todo, pero ese saber adulto no es mejor. Es otro.
En Moscas brillantes del aire, la primera novela de María Paula Vettorazzi, una narradora nenita -como la llama su autora- nos cuenta las desventuras de una tragedia que conoceremos pronto: la mamá de la nenita y La Cochi, su hermana, se enferma, tal vez de cáncer, y debe ir a hacerse el tratamiento a la ciudad. Una ciudad donde hay bombas, acaso las bombas del atentado a la AMIA -todo esto que también fueron los 90-. Digo nos cuenta porque la voz narradora, que es la voz de la protagonista, le cuenta a su diario -que nosotres podemos espiar- en un tono cordobés-íntimo-escolarizado sus secretos, conjeturas y aventuras, sus tristezas y conjuros, sus poderes. Después de la muerte de su madre, la nenita se separa de la Cochi a quien extraña y adora en partes iguales. Lo que sigue para las hermanas es la vida separadas: cada una con una abuela. Y otra fractura en el vínculo: la irreparable distancia con los hermanos que trae crecer. Pero también lo que de ese separamiento resultan las otras amigas, las de catequesis, las de andar en bici, las andar de chivateando por todo el pueblo. Este, como también dice su autora, es un libro sobre la amistad: entre niñas menos domésticas que las de la ciudad, que andan todo el día echando moco, como decimos por estos lados.
Quizás por la herencia de su abuela Coca, esta niña cultiva una religiosidad pagana que le permite conocer cuándo alguien está por pasar a mejor vida, introducirse en el cerebro de sus amiguitas y demás tipos de predicciones. Cada tanto, la visitan unos particulares insectos que puede ver en el cuerpo de otras personas. Dicha religiosidad se nutre de los saberes místicos del pueblo, de las clases de catequesis y de alguna que otra experiencia new age que la nenita conoció por alguna amiga de sus mamá. Me interesa este giro de cuasi realismo mágico que tiene la novela, no para detenerme en por qué este texto puede o no formar parte de esa estética, sino como un saber popular.
El pueblo es el espacio central de esta historia. Sin pueblo no hay historia. Pero sobre todo, sin pueblo no hay sensibilidad. La vida en el pueblo performa los modos de sentir, creer y vincularse: Después que se murió el escobero la nona anda de capa caída, eso es porque cuando sos anciano y se muere otro anciano sentís que ahí nomás te vas a morir vos y si la nona se muere qué hacemos con el nono que no sabe prender la hornalla, en ese caso hay que irlos todos con el Maco y el Teófilo a la casa de mi abuela Perla que ella sabe sobre cocinar. Me interesa esta infancia que también es, posiblemente, de los 90. Pero en un pueblo que podría ser de Córdoba, esta provincia hecha casi enteramente de pueblos. Hago una digresión para ampliar esta idea: en el taller que coordino, tuvimos el honor de recibir a María Paula, la autora de Sampacho que escribió esta novela. Uno de los comentarios que surgió después de leer algunos de los capítulos es que esta niña narradora habla como una señora, pero que, sin embargo, los indicios del contexto que trae la novela nos remiten a los 90’. Este desfasaje en el tono es crucial para la construcción de esta voz.
Moscas brillantes del aire apuesta fuertemente a ese procedimiento, a la creación de una voz más que de una historia. Habitualmente colonizadas por narradores porteños y noventosos, a las lectoras nos sorprende ese anacronismo pueblerino en la invención de este habla. La narradora no pretende ser representativa de todas las infancias. Es la voz de una niña criada por sus abuelos casi analfabetos, teñida de su visión puntualísima con lo sagrado; un poco sola a veces, sumida en la forma de delirio que puede tomar el miedo; una voz que diseña todo un sistema de creencias esperanzado, inocente y divertido para que lo terrible, la separación con la madre, no sea una verdad que la aplaste. También es una voz muy cercana al discurso escolar: hibridada con las formas del tú que todavía prevalecen en algunos manuales o consignas docentes; con el tono prescriptivo, imperativo.Esta semana en la escuela hablamos de los animales útiles comos ser la vaca y la oveja que se le dice así porque nos dan el alimento y otras cosas más. La oveja es más pequeña que la vaca tiene el cuerpo recubierto de lana de distintos colores y es mamífero porque chupa de la teta y herbívoro porque come las yerbas, es animal manso vive en un rebaño y en primavera se esquila. Busca las palabras desconocidas en el diccionario y luego nombra tres animales que brinden utilidad al hombre. Su autora, a veces conocida como Emepé, afirma que la idea de crear esta voz tuvo que ver con releer sus cuadernos de la escuela siendo una adulta. Incluso, de sentir envidia por la libertad, la creatividad y el descaro con el que usaba el lenguaje en ese entonces. Hay un efecto humorístico en ese desfasaje -una niña que habla como una abuela, pero piensa como niña-. Un poco como el meme del niño señora. Quien no lo conoce, vaya a googlear.
La apuesta casi central a la construcción de la narradora corre a la novela como género de la con las historias lineales. No sabemos cómo o en qué terminan los planes de esta historia que podría ser leída, además, como una novela de aprendizaje o iniciación. Los aprendizajes son parciales, porque el período de tiempo que se nos narra no es, o no parece, ser muy extenso. Más bien hay una aproximación tentativa a la adolescencia, un pasaje, tal vez un anuncio de esa vida efervescente y a menudo triste que se avecina. Si bien es una novela en la que pasa de todo y esta “jauría” -lo digo como halago- de niñitas salvajes se la pasa mandándose cagadas -pobre abuela Coca-, el énfasis narrativo está puesto en el procedimiento. Como si por unos meses pudierámos acompañar, en la lectura de este diario, la vida mágica, pueblerina, divertida y a veces amarga de La Nenita. Pero en cuyo trayecto no hay grandes resoluciones. El tono de esta voz también es íntimo porque, aunque lo que nos cuenta tiene la épica de la aventura, esta serie de sucesos fabulosos constituyen la vida diaria de esta niña.
La novela de María Paula trae el eco de otras escritoras argentinas: nos hace pensar en Elvira Orphée en su amor por el pueblo; nos trae reminiscencias de la Yuna Riglos de Aurora Venturini en su historia aparentemente inconexa, desordenada y delirante. Todos adjetivos de lujo, de puro halago, de puro gusto por la lectura que nos corre de lo sistemático y de lo chato.
Es difícil sentarse a escribir por estos días, es muy difícil desprenderse de La Realidad, que es densa y pesada como toda dicatombe. Ante esta oscuridad, les deseo la sorpresa de la nenita. La ternura inmensa que trae en su lenguaje, el chiste, el desacato y la fe.