De ESI si se habla

Las invitadas / Talleres literarios y feminismos: una mirada desde la alcantarilla

En estas columnas por lo general comentamos libros de autoras mujeres y disidentes de Argentina y alrededores. Pero esta nota mostrará el revés de los libros: hablará de sus lectoras. De unas lectoras muy preciadas para mí.

Por: Camila Vazquez

 

Desde el año 2018 coordino un taller que se llama igual que esta columna: Las invitadas, en honor a un cuento de Silvina Ocampo. La idea original de este espacio era reseñar, comentar, ensayar algunas hipótesis sobre los libros que en el taller leemos, con el objetivo que en el taller nos proponemos: entramar las voces de estas autoras en la literatura nacional. Aquí le damos un gran valor al sentido -si es que lo hay-. Por ello, para disputar el sentido patriarcal que nos instituye, la ficción es nuestra aliada predilecta. Imaginar sentidos nuevos donde había opresión. Además, y como siempre decimos con Las invi, como nos llamamos en la intimidad del wpp, aquí jugamos a ser críticas literarias: unas marginales críticas literarias sin academia, que vinieron a parar a este compendio de lectoras que leen para leerse y para leer el mundo. Para hacer algo con él, que es hacer algo con el sentido. Y como jugamos a ser críticas literarias, una de las operaciones fundamentales que nos encuentra es pensar para estas autoras una genealogía, una filiación literaria, una memoria entramada en el sentido. Para que dejemos de ser fenómenos y seamos escritoras. Como afirma Betina González en La obligación de ser genial (Gog y Magog, 2020).

 

 

¿Invitadas quiénes?

 

 

Esta es toda una pregunta metodológica: ¿quiénes son las invitadas del taller?, ¿las escritoras?, ¿lxs escritores?, ¿las talleristas?

 

Cada Invitada tiene su propia teoría: que somos nosotras, las lectoras, las invitadas a leer. Que son las escritoras, alejadas del cánon -ese vetusto y atrapante marco que también teje la “buena literatura”-, que como en el cuento de Ocampo vienen a corromper -a corroer- esta identidad nacional hecha de letras. Aclaremos algo, ya que estamos: la identidad nacional es un capricho, quiero decir, al menos para mí. Que no me importan en verdad los nacionalismos pero me importa en verdad, y tanto, la literatura argentina. Que como dijeron muchxs antes que yo, es una literatura eminentemente política. Y no por incurrir en la postura posme de que todo es político. Que es verdad. Pero también es verdad, como dijo Alexandra Kohan, que si todo es político entonces nada lo es. En fin, decía que nuestra literatura tiene la pulsión de lo político, porque cuando el país se estaba gestando era la literatura, escrita por sus funcionarios, presidentes y asesinos, la que marcaba la agenda de quiénes eran sus sujetos de derecho, quiénes podían habitar ese suelo bárbaro. No tengo un doctorado hecho al respecto, pero me pregunto si esta agenda no tendrá que ver todavía con la sensibilidad de la que está permeada una época. Y aunque la potencia de la literatura también esté en su inutilidad, también creo que es imposible que no sirva para nada concreto. El sentido se mueve como un pez, se escurre, y la literatura le hace algo: lo llama, como una sirena.

 

Digresiones, digresiones. Contaré otra anécdota y ya regreso a la organicidad del texto que había pensado escribir: Lucio Mansilla, además de escribir una crónica sobre el racismo en Una excursión a los Indios Ranqueles, también escribió las llamadas Entre-nos. Causeries del jueves, una charlitas, un tipo de texto dialogado en el que ensayaba hipótesis de arte y política. Y una, que aborrece a estos tipos, también se deleita, digamos todo, con sus textos. En Las Invitadas somos contradictorias y leemos la literatura como se lee una maraña. Como nos leemos nosotras mismas: una contradicción. Entonces, dar un taller es tener una larga conversación. Una hermosa conversación.

 

Pero decíamos que invitadas quiénes: otra pregunta que se deriva de esta es si invitadas puede incluir varones cis en un doble sentido. No tengo una respuesta para ello, pero lo cierto es que por obra y gracia del gran espíritu femininja que vive en el fondo del mar, quienes se acercan a estas orillas de lectura no se perciben masculinidades hegemónicas.

 

Esto tiene varias implicancias.

 

 

Implicancia uno

 

En un taller que tiene una mirada feminista sobre la literatura, ¿solo se leen mujeres, lesbianas y trans?, ¿qué hacer con el canon?, ¿podemos hacer como si durante siglos tales textos no nos hayan atravesado?, ¿tanto Borges leído y releído y pensado no nos hará nada?, ¿leer desde el feminismo es leer impolutas, sin patriarcado en nosotras, sin patriarcado en las escritoras, sin patriarcado instituyente en el mundo? Opino que no. Pero igual, aquí sí se priorizan las escrituras de mujeres, lesbianas y trans. No porque los varones sean una institución a la que derrocar, ni tampoco quiero en esta aclaración hacer una salvedad. No hay que salvarlos. Pero lo cierto es que están. Y si algo nos muestra la literatura es su capacidad de refractar al mundo en sus tensiones. Entonces: si el canon es machista, seguramente estas lecturas se hagan 1) para contrarrestar las representaciones en las que no estamos mujeres, lesbianas y trans; 2) pero se harán en relación al canon. ¿Para meternos allí como fórceps en dónde no nos llamaron? Jamás. 3) Para leer, en cambio, a contrapelo el canon, para ver dónde hizo agua, qué escondió, de qué se perdió. Para marcar con qué textos entra en tensión esta obra que leemos a la luz -o la oscuridad- de nuestros ojos feministas.

 

 

 

Implicancia dos

Saliendonós de a quiénes leer, también está la pregunta por quiénes pueden leer en un taller feminista. Concretamente la pregunta es: ¿pueden un varón cis ir a leer a un taller feminsita? Esta pregunta me aburre y me conflictúa. Es la pregunta abuela del feminismo. Cuando seamos viejas, si alguna de nosotras tiene criaturas y estas criaturas tienen hijes, diremos: “Y entonces nos sentábamos en ronda a discutir quiénes podían ir a las marchas y a los talleres”. La verdad es que no lo sé, pero hay un hecho pragmático que ocurre: al taller vienen pibas. Lo que pasa en el taller es del orden de lo mágico, porque se lee con rigor, hay un pacto tácito de humor ácido y sinceridad respecto de las posturas progres y los new mandamientos feministas que a menudo son tan imposibles de portar. Por otro lado, también ocurre algo de lo íntimo: contamos  y leemos desde nuestros cuerpos. Si una tiene una aventura amorosa, y faltó por pura manija amatoria, la felicitamos y la esperamos el próximo miércoles para saber de las bondades y las desgracias del amor. Investigamos, nos preguntamos, nos preguntamos. Leemos cuentos en voz alta y cometemos el pecado de querer escribir, cada tanto, como un juego secreto para hacer una lectura material.

 

Yo no creo en los mandamientos: voy a terapia todos los jueves para sacarme de encima los que se me hicieron capilares y no quiero más conmigo. No hay una tabla de la verdad que diga qué pueden o no los varones. Pensar lo que pueden los varones me hace bostezar. Que piensen ellos. Pero en cambio, me pregunto qué pasaría entre nosotras si algo de esta confianza y este cuidado se resquebrajan. No nos abundan los espacios para encontrarnos, no abunda el espacio para alojar la incorrección, el propio feminismo incompleto y falto y errado, como para andar descuidando esta labor lectora que nos reúne hace ya algunos años.

 

 

Por qué un taller y por qué narrativa

Una vida adentro mío es una vida llena de tensiones y conflictividades. Según mis amigas pseudoastrólogas, esto se debe a la imperancia de aire en la carta astral. Todo el tiempo estoy mirando la doble o triple contradicción que implica una decisión. Y una decisión siempre tiene un costo, algo, por más pequeño, se pierde. Por eso Hamlet se la pasaba chamuyando con el to be or not to be, porque no se bancaba actuar. Conclusión: Hamlet era de libra. Pero hablando en serio, decidir dar un taller de narrativa cuando se escribe poesía y se han publicado unos escasos libros es todo un desacato a la academia y al que dirán. Yo no soy escritora de narrativa, por eso no doy un taller de escritura de narrativa. Pero sí soy lectora, y no tengo género literario en mis lecturas. Por favor, aquí no me hagan elegir, que quiero cabalgar por los prados del ensayo, la poesía, la novela y el cuento sin restricciones. Y como leo muchísimo y como me apasiona la conversación y encima se me metió el feminismo como un bicho vital dentro del corazón, necesito del encuentro con otras en este otro cuerpo que es la palabra. La lectura es un acto erótico.

 

Por otro lado, siempre me costó mantenerme dentro de marcos muy delimitados. Me encanta dar clases, pero soy pésima llenando planillas escolares. Siempre me va mal con la burocracia. Pierdo los papeles. Soy desorganizada -vaya noticia para quien haya leído este texto-. Entonces la palabra taller me aliviana el alma. Porque convoca un sentido de construcción, de maleabilidad del material, de prueba y error. Doy este taller, pero también le doy taller a mis alumnxs en las escuelas, aunque ahí seamos más gente formal y le llamemos “clase”.

 

También, mi sueño de estudiante universitaria era ser profe de literatura argentina. Leía a Cortázar, a Puig, a Echeverría, al horriblísimo Sarmiento, y me imaginaba dando clases allí. Malas noticias, ese sueño no se cumplió. Pero en cambio nació uno más vital y con menos perorata honorífica que la academia: dar un taller de literatura argentina para una comunidad de pibas lectoras. Esto no viene en la academia. Déjenme vanagloriarme sola, che. Una victoria y un derecho es que podamos leer juntas. Que podamos escribirnos.

 

 

 

 

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