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Las mujeres y las tareas de cuidados en contexto de pandemia: «¿Nos cuidamos entre todos?»

En el marco de las actividades por el mes de la mujer, el pasado 8 el Área de la Mujer y Géneros de la Municipalidad de Mina Clavero a cargo de Lucila Lituab convocó a un encuentro en el Centro Cultural Comechingones. El objetivo del encuentro fue reflexionar en torno a las tareas de cuidado y el escenario de pandemia en relación a diversas dimensiones propuestas por Luciana Martín

 

¿Nos Cuidamos Entre Todos? Fue la pregunta que dio inicio a la charla «Mujeres y Pandemia», propuesta por Luciana. La actividad convocó a referentes del ámbito de la cultura, las instituciones, las organizaciones, la política y el trabajo, mientras en la plazoleta Merlo (de la localidad) comenzaban a concentrar las primeras asistentes a la marcha y posterior acto, en concordancia con el paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, intersexuales y bisexuales, que convocó la Asamblea Ni Una Menos Mina Clavero.

 

Por Luciana Martín*

El trabajo doméstico y de cuidados no está remunerado pero es la principal actividad económica del mundo. Según la ONU representa entre el 10% y el 39% del PBI de los países y de acuerdo al informe Los Cuidados, Un Sector Económico Estratégico de septiembre de 2020 de la Dirección de Economía, Igualdad y Género (https://back.argentina.gob.ar/sites/default/files/los_cuidados_-_un_sector_economico_estrategico_0.pdf) equivale al 16% del PBI de Argentina, seguido por la industria (13,2%) y el comercio (13%).

 

Este aporte de más de 4000 millones de pesos se conforma por tareas de cuidado directo, como por ejemplo alimentar a una persona, tareas de cuidado indirecto, como proveerse de todo lo necesario para poder cumplir con ese objetivo, a lo que se añaden tareas previas de planificación, organización y logística que en el ámbito laboral se conocen como carga mental. Estas son las distintas capas de un trabajo que no está reconocido como tal y que coloca a quienes lo realizan, mujeres en un 75,9%, en inferioridad de condiciones, no solo porque al no ser retribuido con una remuneración no sirve para participar del mercado sino también porque deja un margen muy escaso de tiempo y energía para acceder a un empleo remunerado, capacitarse o participar de actividades de desarrollo personal.

 

Que las tareas domésticas y de cuidados que se desarrollan en la mayoría de los hogares sean reconocidas como un trabajo y que ese reconocimiento se traduzca de alguna forma en una retribución monetaria es una de las demandas de los feminismos de, por lo menos, los últimos cincuenta años. Se trata del trabajo que hace que la vida sea posible o, en términos de mercado, que los trabajadores puedan asistir y ocupar sus puestos de trabajo y que la pandemia, con las medidas sanitarias preventivas específicas que acarrea y con el cierre de instituciones educativas y de cuidados profundizó, al punto de constituir el 21,8% del PBI nacional. El informe Democracia en Casa del Observatorio Nacional MuMaLa (disponible en su página de Facebook Mumalá Nacional) de mayo de 2020 lo deja en claro: las mujeres con hijes, en pareja o solas, destinan diez horas diarias a las tareas domésticas y de cuidado, mientras que las mujeres sin hijes las realizan en la mitad de este tiempo. Es decir que la presencia de otra persona adulta en el hogar no garantiza un reparto equitativo de estas tareas, a pesar de la insistencia en redes y medios de comunicación sobre la oportunidad de involucrarse en las tareas domésticas que significaba para los hombres el confinamiento social obligatorio.

 

Con esta enorme contribución económica “Nosotras movemos el mundo”, sin embargo somos más pobres. La feminización de la pobreza se da a nivel mundial y, a pesar de que hay otros fenómenos que contribuyen, como la brecha salarial de aproximadamente el 20% a favor de los varones, o las paredes de cristal y el techo de cristal, trabas que hacen que las mujeres no accedamos a los empleos en igualdad de condiciones, o que no podamos ascender hasta puestos de toma de decisiones. No obstante lo cierto es que la imposición de las tareas domésticas y de cuidados como nuestra vocación natural relacionada a la capacidad reproductiva es el factor principal para que Argentina tenga uno de los índices más bajos de América Latina de ocupación femenina: solo el 43% de las mujeres y el 2% de travestis y trans recibimos, en la actualidad, algún tipo de salario. Según el informe Mujeres en el Mercado de Trabajo Argentino de 2018 de MTEySS (Equipo de Mercado de Trabajo) (http://www.trabajo.gob.ar/downloads/estadisticas/genero/mujeres_mercado_de_trabajo_argentino-3trim2017.pdf ) las mujeres ocupamos el 60% de los empleos más precarios mientras que el trabajo en negro es del 36% para mujeres y 32% para varones.

 

Estas cifras demuestran que las mujeres estamos en desventaja en el mercado de trabajo, organizado además en torno a la acumulación de ganancias de unos pocos a cualquier coste, principalmente el humano. A este panorama hay que agregar la feminización de ciertos empleos, lo que quiere decir que en el ámbito profesional también hay ciertos trabajos que se consideran naturalmente femeninos, básicamente en el área de servicios, lo que constituye una extensión de las tareas domésticas y de cuidado de la esfera privada de la familia nuclear a la esfera pública. El informe «Las Mujeres en el Mundo del Trabajo» (2017) de la Dirección Nacional de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo (https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/informe_ctio_documentodetrabajo.pdf) indica que hay un predominio femenino del 74% en educación, del 71% en salud y del 99% en trabajo doméstico remunerado, con brechas que oscilan entre el 21% y el 23,5% en los salarios. Los paros y reclamos salariales que, en mayor o menor medida, realizan les docentes año tras año, las distintas manifestaciones del personal de salud desde que se desató la pandemia de covid-19 en el país y el hecho de que el trabajo doméstico remunerado presente una tasa de 75% de informalidad constituyen muestras de que los empleos feminizados son también los peores pagos en relación al esfuerzo que implican.

 

 

La pandemia puso de manifiesto la crisis que atraviesa al sector de los cuidados y que, siguiendo el hilo argumentativo de la charla, implica también una crisis del mercado. En este sentido institucionalizar los cuidados puede permitir a las mujeres que ejercen las tareas domésticas y de cuidados alcanzar un empleo remunerado. No obstante es fundamental que nos preguntemos si acceder, en gran parte, a empleos precarizados, con jornadas extensas, en tareas que en general no implican un desarrollo personal y relacionadas, en menor o mayor medida, al extractivismo, cuya devastación de la naturaleza constituye el actual ecocidio constituye una verdadera solución, además de sobrecargar a estas trabajadoras con la doble jornada de trabajo fuera y dentro de casa. Es por esto que la exposición sostuvo que mantener un sistema que permite que el 1% de la población acumule más riqueza que el 99% restante no va a favorecer que las tareas domésticas y de cuidados cobren la importancia social que merecen ni va a solucionar la feminización de la pobreza.

 

Porque los actos de cuidados son, ante todo, actos de amor y, en este sentido, se postuló la ética feminista de los cuidados como norma reguladora de la vida frente al actual paradigma patriarcal de control e imposición del poder mediante la fuerza. En consecuencia el estado, cuya función principal no solo es organizar la sociedad sino también cuidarla, sigue siendo uno de los actores principales, no solo con la implementación de programas y políticas públicas sino también con presupuestos y leyes acordes, que apunten no solo a las poblaciones que más cuidados requieren, como la niñez, los adultos mayores y las personas con discapacidad sino que también cobijen a los sectores que presentan vulnerabilidad, ocasionada en gran medida por la ausencia estatal como las víctimas de violencia de género o trata, la población travesti o trans, o las personas sin techo.

 

Sin embargo, para lograr un reparto equitativo de las tareas de cuidado es necesario desandar la categoría de género como reguladora de la sociedad con su construcción de la femineidad como cuidadora y la masculinidad como proveedora de recursos materiales y económicos. Durante la pandemia los únicos delitos que no disminuyeron fueron los relacionados a la violencia de género. Los 270 femicidios y los 278 intentos de femicidio durante el 2020 junto a los 47 femicidios en lo que va del 2021 son la cara más terrible del adoctrinamiento que recibimos las personas desde que nacemos para comportarnos de una forma supuestamente acorde con nuestra biología, porque como sostenemos desde los feminismos estos crímenes de odio buscan corregir y aleccionar sobre un desvío de estas normas. Sin embargo el hecho de que entre diciembre del 2001 y diciembre del 2002, cuando Argentina atravesó una de sus peores crisis económicas y sociales, haya habido récord de suicidios y que el 80% hayan sido hombres también pone en evidencia que el género es una norma insostenible no solo para las mujeres y las identidades femeninas sino también para los hombres. De esta manera se insistió en la necesidad de que los hombres se involucren en las tareas de cuidados como un camino posible para lograr alternativas de justicia social al patriarcado que vuelvan nuestro mundo un lugar más amoroso, más “vivible”.

 

La charla concluyó poniendo el foco en el mercado como el sector más poderoso de la sociedad cuyo único interés por la acumulación, incompatible con la vida, estalló con la pandemia al punto de que para muchas personas, como aseguró la activista feminista boliviana Maria Galindo «esta nueva situación significa elegir de qué morir, si de hambre o de covid».

 

Porque la salida siempre es colectiva la charla cerró con un llamado a la construcción de economías que prioricen la vida en todas sus formas y que entiendan a las tareas de cuidados como aquellas capaces de sustentar todas las demás actividades de desarrollo.

 

La discusión se enriqueció con los aportes de les presentes sobre el rol de la justicia como una institución con una matriz de funcionamiento patriarcal y clasista así como también la importancia de la participación ciudadana en la creación de redes de economías sustentables. Así mismo se conversó sobre formas de crianza centradas en los cuidados sin una división de tareas de acuerdo al género y, en este sentido, se puntualizó el rol central de la educación formal, a pesar de las resistencias que todavía sigue presentando la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral en las escuelas y la Ley Micaela en los espacios institucionales, lo que propició también conversar sobre el papel fundamental que cumplen las distintas organizaciones sociales, cuyo enorme trabajo fue en gran parte lo que determinó la sanción de estas y otras leyes, en garantizar su cumplimiento pero sobre todo en exigírselo a les funcionaries.

 

Por otra parte se conversó sobre las particularidades que cobran las tareas de cuidados en las mujeres campesinas del valle en contexto de pandemia y en qué sentido implicó para ellas una sobrecarga de tareas que profundiza las brechas de género. El intercambio sumó información, perspectivas diversas y nuevas miradas para la creación de alternativas sociales basadas en el consenso respecto del compromiso que implican las tareas de cuidados para todas las personas que conforman una sociedad y en el papel central que suponen para el desarrollo de otras economías posibles.

 

*Luciana Martin, prof en Letras. Participó en proyectos de investigación y en publicaciones literarias. Actualmente dirige el proyecto audio visual «Sycorax Literaturas Feministas» de difusión de libros sobre feminismo

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