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Juan Carlos Salvatierra asesinó a su mujer, avisó al hospital, escapó y se quitó la vida

Por: Mariana Romero  @MarianaR31

Todavía no eran las 5 de la mañana en el hospital cuando uno de los enfermeros escuchó un grito desde afuera. Se asomó y, en medio de la oscuridad, Juan Carlos Salvatierra, respetado vecino de Lamadrid, le pedía una ambulancia para asistir a su esposa. Acababa de matarla.

Nadie lo sabía entonces, el enfermero sólo escucho que Pucho (así le llamaban) le dijo que su esposa necesitaba asistencia y que manden una ambulancia a la casa de Natalia Coronel, su esposa.

El enfermero metió la cabeza, avisó a la ambulancia. Volvió a asomarse y Pucho ya no estaba. Nunca más aparecería.

La ambulancia fue a la casa de Natalia, los médicos golpearon a la puerta, tocaron las manos y nadie atendió. Entonces, fueron a la comisaría para entrar por la fuerza.

Policías y médicos llegaron a la casa. Pasaron y encontraron al hijo de ambos, de 5 años, dormido. En el fondo, cerca de unas palmeras, estaba Natalia tirada en el piso. Tenía un terrible golpe en el costado derecho de la cabeza, arriba de la sien. Estaba viva.

La llevaron de inmediato al hospital, mientras unos policías se quedaron a la par del nene esperando que se despierte para llevarlo a la casa de su abuela, que vive a la par. Natalia nunca pudo hablar. Murió a los minutos de ingresar al hospital.

Estaba amaneciendo y Pucho, su pareja y padre del nene, todavía no aparecía. La Policía dió intervención a la fiscalía de Delitos Complejos y comenzaron a considerarlo sospechoso de homicidio. Comenzaron a rastrillar la zona.

Lamadrid queda a 87 kilómetros al sur de la capital. Es un pueblo tranquilo, rodeado de montes y que cada dos o tres años se inunda completamente. Su gente es sufrida y tímida, hubo varios proyectos para mudar el pueblo pero ninguno prosperó. Siguen inundándose.

Lo 1° que hizo la Policía fue ir a la casa de la flia. de Pucho, en Sud de Lazarte, un caserío de gente pobre dedicada a la cría de animales. Supo albergar a más de 100 personas pero, como vive bajo el agua, ahora quedan sólo dos familias. Una es la de Pucho.

Allí no sabían nada de él. El hermano de Pucho se sumó a la cuadrilla de Policías y salió a buscarlo por los montes. Tenía miedo que se quite la vida. La mamá de Pucho se fue a la casa de su nuera, pero se quedó al frente, bajo un árbol, mientras los vecinos comenzaban a llegar.

La casa de Natalia comenzó a llenarse de gente. A la par, su mamá se descompensó mientras cuidaba a su nieto. Una policía la asistía mientras el delegado comunal le mandaba comida y gaseosas para colaborar.

Afuera, los amigos de Natalia lloraban. Y todos -absolutamente todos los que estaban ahí- coincidían en algo: Pucho no era un hombre violento. Natalia nunca había manifestado tener problemas con él, los vecinos lo conocían y respetaban, jamás se escuchó una discusión.

La propia familia de Natalia reconstruyó el perfil de Pucho: era un tipo amable, quería a Natalia, trabajaba en un súper cinco días a la semana y martes y jueves se iba a la casa de su familia a ayudar con los animales. No tomaba, lo vieron tomar un poco en carnaval, nada más

Mientras a Natalia le realizaban la autopsia, la policía y el hermano de Pucho lo buscaban. «Conoce los montes como la palma de su mano, es criado en el campo, puede conseguir agua y comida», contó su hermano Alejandro. Quería encontrarlo antes de que se suicide.

La búsqueda estaba por terminar cuando cayó la noche. Entonces, cerca de las 22, encontraron a Pucho, muerto en una escuela de campo cerca de la casa de su madre, a la que debió haber llegado a través del monte.

A Natalia, la «Negra», casi no pudieron velarla por la cuarentena. Tenía 36 años, tenía un hijo de 18 de una pareja anterior con quién se llevaba bien. Hacía 6 años había vuelto a enamorarse, esta vez de Pucho, con quién tuvo el nene que acaba de perder a su mamá y a su papá.

Tenían una linda casita en las afuera de Lamadrid, con galería como las casas de campo, a la par de la de su mamá, a metros de la de sus primas. Trabajaba en una cooperativa y sus compañeros de trabajo la querían.

El arma que le quitó la vida pudo ser una barrera o una pared vieja. El hombre que la hizo estrellarse contra esa arma es su propio marido, según todos los indicios. Pero nunca responderá ante la Justicia por el brutal femicidio de Natalia, que quedará impune para siempre.

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