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«Entrevista laboral». Relatos en primera persona

Buscar trabajo. Asistir a la entrevista siendo un varón trans.
Compartimos el relato de nuestro querido compañero Santiago Merlo
Tengo que presentarme en una hora en la dirección que me dieron.
Sonrío. Sí, estoy contento pero no se lo digo a nadie por las dudas salga mal, por las dudas no me tomen, por las dudas, no.
La verdad es que tengo terror… terror de no ser lo que buscan, de no encajar en lo que quieren, de que me miren raro, de que me pregunten tres veces como me llamo, de que huelan mi miedo, como perros. Miedo de que se queden solo con eso, con lo que leen de mí, superficialmente. Tengo miedo de extender mi DNI si me lo piden, de la foto que ni yo miro porque nada tiene que ver conmigo. Ni la foto, ni el nombre. Es un documento fantasma.
Buscan un pibe que haga repartos, es todo. Buscar, llevar, entregar. ¿Qué tan difícil puede ser eso?.
En 50 minutos tengo que estar en el lugar y sobre mi cama hay un montón de ropa que ni siquiera sé cómo se combina porque nunca la usé, porque no me queda, porque no me gusta, porque me incomoda, porque me sofoca, porque esa ropa es de alguien que existe únicamente en los demás. Yo me fui hace tiempo. Pero mi cuerpo no lo sabe y el envase original está igual.
Miro mis manos, demasiado chicas para ser de hombre. La voz, demasiado suave, aguda.
Mi cara, demasiado delicada, ni siquiera un grano de acné, cara redonda como hecha con un compas o con el molde de un plato. Mi pelo, ni largo ni corto, incómodo, en transición, indefinido como todo lo que no puedo decir y sin embargo grito, grito a solas en mi cuarto, con mis gatos, con mis dibujos, en un silencio que me aturde.
Me enojo conmigo, otra vez.
Una entrevista de trabajo a 40 minutos de este holocausto.
Una cartuchera con maquillaje de mi vieja y yo que intento lo imposible para que mi apariencia se ajuste a la “buena presencia” que pide el anuncio. “Buena presencia, fluidez al hablar, disponibilidad, responsabilidad”… ¿Qué carajos es la buena presencia? Parecerme a qué o a quien?. Mirarán cómo estoy vestido, peinado, maquillado, cómo me siento, cómo uso mis manos, si sostengo la mirada o si la bajo, o si me escapo a alguna esquina de la oficina…
¿Qué me pedirán?. Que dibuje una persona bajo la lluvia? Le pongo paraguas o no?. Le dibujo suelo, tierra o lo dejo en el aire?. ¿Qué carajos se supone que hace alguien “correcto” bajo la lluvia, porque a mí me gusta bailar, me gusta mojarme y chapotear. No, no puedo decir eso, no puedo expresarlo así.
Fluidez… cómo digo que me escabullo cuando escribo para decir, que se me atoran las palabras en la garganta, que me duelen anudadas, que es como la angustia que no deja correr las lágrimas… Debería ser como un examen escrito, me siento bien allí.
No, no debería presentarme para este trabajo. Buscan un pibe para repartos y yo soy un híbrido, una cosa gris que oscila entre géneros y colores, aunque ahora me sienta totalmente desteñido porque no puedo concentrarme, porque pasa el tiempo y tengo que estar allí.
30 minutos. En 30 minutos, la verdad.
El espejo es lapidario. Parezco el Guasón con esa pintura de labios que, de alborotado, pintó hasta un diente… mi diente bueno, porque al otro lo tengo roto… roto y sin plata para arreglarlo.
¿Qué hago?, ¿qué digo?, ¿me presento como chica o chico?, ¿qué querrán escuchar?.
El anuncio dice “joven para repartos”… puedo ser ambos. Me duele la panza como si me hubieran pateado.
“Demasiado lesbiana para su puesto”. No, no tendrán piedad, dirán que soy torta, marimacho, machona, que ningún tipo me ha atendido bien y por eso soy así… merezco ser así y lo que me pasa. Ser despreciable a esta sociedad, ser pobre, comer migajas. Ni siquiera saben que soy trans…
Necesito ese trabajo. Tengo que apurarme porque en 20 dirán mi nombre… ¿qué nombre?, ¿el que yo uso con mi mejor amigo o el que dice en mi documento?.
Salgo corriendo, me olvido del cuidado, que voy a transpirar, que se me correrá ese maquillaje de mierda, que llevo zapatos de mujer en la mochila y ahora son mis zapatillas las que me hacen volar, como brincando sobre los planetas… ¡Altas llantas, pa!. Me encantan mis zapatillas pero no van con este pantalón de vestir que se lo saqué a mi vieja, y esa camisa fina que no pega ni con moco.
Todo yo soy una ridiculez. Travestido, disfrazado.
Nadie me quiere. No conseguiré ese trabajo, no merezco nada…
Espero en el pasillo. ¡Qué paredes tan vacías!.
La sala es tan grande… faltan cuadros.
¿Quién me atenderá cuando abran la puerta?. Ojalá sea una mujer… no, ojalá sea un hombre… ojalá no sea nadie, me duele la panza de los nervios, se me escapa el corazón por la boca… estoy acá y quiero salir corriendo. Ya no quiero que me reciba nadie.
Miro el reloj. Faltan 5 y respiro, suspiro, me detengo en mis manos… no tengo uñas, me las he comido todas. Si miran mis manos, estoy acabado. ¿Quién contrataría a alguien sin uñas?.
Es mentira todo lo que se ve en las pantallas, que los sueños se hacen realidad, que podés cambiar tu destino, que se concreta si lo podés imaginar.
Ensayo cómo voy a presentarme, qué voy a decir, y posibles respuestas a posibles preguntas.
Me falta el aire. ¿Qué pronombre uso?.
Me sudan las manos, me tiemblan las rodillas, estoy despeinado. La última vez que me presenté por un trabajo, hablé de más y por eso no quedé. Estaba tan nervioso, ansioso, que dije cosas innecesarias, sin sentido. Mientras el entrevistador me inspeccionaba de arriba a abajo y se detenía en mi entrepierna, también me preguntó si tenía novio. ¿Qué clase de pregunta es esa?.
Me pongo los zapatos de mina que me aprietan en punta… ¿por qué las mujeres usan estas cosas?. ¡Qué suplicio!.
En cualquier momento se abrirá la puerta, no sé ni siquiera cómo saludar, cómo moverme, cómo caminar…
No sabía si fajarme para venir, me puse y me saqué la venda tres veces… me duelen los pechos, me apreté tanto ayer que se me laceró la piel debajo de la axila. Ya no quiero tener tetas.
Ya son más de las 17 hs., 17:12.
¿Se habrán olvidado de mí?. ¿Me anuncio?.
Quiero salir corriendo… ¿Qué nombre le digo?.
Y antes que pueda responderme a mí mismo, alguien sale y dice «¿Paula?»…
Soy yo, ¿soy yo?.
Tengo al menos dos opciones: no respondo, como si no se tratara de mí y esa tal Paula no se hubiese presentado… o me entrego a toda la farsa y la actuación de toda mi corporalidad y me olvido de quien soy de verdad. ¿Qué hago?.
Una milésima de segundo para elegir, como si pudiera. Pero tengo hambre, hambre en la panza y en la vida. Hambre… y deseos tremendos de que todo por fin acabe.
Memorias
Santiago Merlo
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