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Las Invitadas: Las muertecitas. Un comentario sobre Río de las congojas, el sueño de un esbozo de un perfil sobre Libertad Demitrópulos

Por Camila Vazquez°

Hermosa después de muerta: mito. Muertecita, así es nombrada María Muratore, la protagonista de la novela que aquí comentamos. Y su caso se parece mucho al de la mujer en el arte-no como esencia, otra vez: como acumulación histórica, al decir de Segato- . Demasiado extraña para habitar este mundo, demasiado deseante, demasiado fuerte: mejor muerta, y una vez muerta, mito.

Para escribir este perfil sobre Libertad Demitrópulos -ese nombre para no ser olvidada nunca-, ensayaré una lectura sobre Río de las congojas, la novela que la autora argentina publicara por primera vez en 1981, un tanto olvidada, rescatada o puesta a circular después por Ricardo Piglia, en una de las colecciones que entonces dirigió, esta vez para el Fondo de Cultura Económica.  No  sé si sea posible comentar una figura por su obra, preguntas para la Psicología o la Historia que no me interesan. Pero aquí intentaré invitarlxs a leer y a explorar la obra de una autora que fue capaz de escribir Río de las congojas.

Río de las congojas gira en torno a  María Muratore, como decía. Protagonista indiscutida de la novela, reconstruida y recordada por las múltiples voces que la pueblan, del boca en boca, de deseo en deseo hasta ser mito. Volveré sobre esto. Leída como novela histórica, pero negada de tal condición por su propia autora, Río de las congojas narra los vericuetos violentos y amatorios de María Muratore y Juan de Garay, nombrado aquí como El Hombre del Brazo de Fuerte en el marco de la “conquista”. El mismísimo Juan de Garay que fundara Santa Fé y luego Buenos Aires y matara tanto indio como mestizo pudiera, y Blas Acuña, con quien Muratore tuvo que casarse a costas de su voluntad.

La María Muratore – con el incorrecto artículo que en cordobés colocamos a los nombres-no es cualquier protagonista. Es una protagonista de feminidad no hegemónica. De armas tomar y dueña de su deseo: “Algo nuevo venía ocurriéndole a mi cachuchita desde que seguía a los perros en sus travesuras y juegos de rojeces, algo nuevo le venía ocurriendo y yo sin madre para averiguarlo. ¿Qué le ocurría para ponerse como un bicho picudo, peludo y chorreante?”. Sin madre para averiguarlo: “Yo, María Muratore, asesina, ladrona, sacrílega, bruja, engatusadora de hombres (…)”. María es voz marginal que se reconstruye en astillas. Después de muerta, ese destino que se conoce desde las primeras páginas del libro, narrada por múltiples testimonios: el de sus enamorados, el de las mujeres que fueron testigos de ese mito que vivió, el de las voces que se pliegan sobre esas otras voces que en primera persona reconstruyen su historia fragmentaria, versionada, a cada momento llena de prosa barroca, romántica, particular.

Mucho hay para comentar de esta novela ambiciosa: su forma, su preocupación por proponer una heroína -una héroa- feminista desde antes de cualquier ola programada por la insurgencia femenina y disidente de la actualidad. También el río: oh, río. Ese fenómeno de la naturaleza que tanto hace escribir a lxs poetas. Río acontecimiento: “El río pasa con su pasar recio y su soñar suave. ¡Válgame el cielo cuando pasa besando la barranca, recio como el hombre que nunca se embravece y másmente si reluce en el verdeo espumoso del camalotal! El camalote es su pensamiento florecido y flotante y por donde empieza a enamorar. ¿Este es un río o una persona de lomo divino, o es una fuerza que se le ha escapado de las manos a Tupasy, madre de Dios, o a Ilaj, o a mis ojos que ya no pueden espejear la tanteza de su cuerpo sin cuerpo?”. Esta también es una novela de los mestizos, del mestizaje, del borde extraño, la confusión, la mezcla, la impureza. Y mestizo también es el género de María Muratore.

Tuve una sensación durante la lectura de todo el texto. Y digo sensación porque no escribo con muchas certezas y porque borro de aquí la idea totalizadora de la verdad. Esto es un constante ensayar. Que vengan entonces, para hablar de lo impuro, la impureza que la Academia borra: la sensación. Decía, entonces, que tuve esta sensación -una sensación en forma de pregunta-: ¿María Muratore es mujer?, ¿es mujer solo porque tiene un sexo chorreante, porque gime y despierta a las vecinas con sus gritos, porque los hombres mueren por ella? O mejor: ¿qué mujer era María Muratore?, ¿habría hallado en su forma de vivir el género un recoveco nuevo que reuniera deseo, fuerza y libertad?, ¿es posible la feminidad en esos términos?

Pienso: si el género no es nuestro sexo ni nuestra orientación sexual -tanta Judith Butler que ha corrido bajo el puente-, si María Muratore, nuestra Muratore a(r)mada mata, defiende, mata al hombre que la oprime, huye de los que no desea, es fugitiva, halla una forma de la libertad, ¿es mujer? Más tarde, hacia el final del texto -spoiler alert, no sean lectorxs de finales- Muratore se trasviste para luchar y no ser reconocida. Mulán, dirán lxs niñxs de los 90’. Pues bien, se trasviste, aunque no necesariamente por el deseo de lucir o verse como varón, si no por supervivencia: ¿es mujer? Nada importa lo que sea ser mujer. No se nace mujer, se llega a serlo y toda la herencia Simonesca, y, como dijo otra vez Judith, discutiendo,  que ese llegar tampoco es destino último, que es actuación, hechura, etc. Pueden enjuiciarme: “no hay una sola forma de ser mujer, el género es autopercibido” Pues claro. Sí, sí y sí. Pero aún tengo más preguntas: esos hombres que la desean perramente y empeñan su vida a honrar el mito de Muratore junto al río por el que la creen oír -sí, porque  luego Muratore es mito, ya volveré sobre ello- ¿se enamoran de una mujer que mata, es libre y se trasviste? Sí, qué bien por esos hombres.

Deconstruidos ellos. Bienaventurados. Lástima que después la quieren retener y la pobre se les escurre. Y hacia el carro corre curro, como dice el viejo trabalenguas español, ya que estamos con conquistadores, esas sanguijuelas. Que habrá formas plurales de ser mujer, que para qué se quiere la etiqueta. Y aquí otra discusión de las feministas. Que borrar el género o no borrarlo. Que lo que no se nombra no existe y que si nombramos, categorizamos. Bueno, ahí vamos. Por suerte tenemos más inquietudes que certezas.

Algunas cosas más sobre la Muratore en esta lectura inacabada, ensayada,  incompleta, ignorante, reduccionista y tanto más. Y este perfil falso, perdón, extimadxs lectorxs, los he estafado. Y otra vez lxs engaño: que no son cosas, son preguntas. Muratore es héroa: así la legitiman las escasas lecturas instaladas -¿instaladas?- que sobre la novela circulan: Nora Domínguez, Florencia Abate, Ricardo Piglia, Leopoldo Brizuela, y seguro, más nombres que no he leído y entonces no puedo enunciar aquí. Lecturas que no se estudian profundamente en la Academia, novelas que no se incluyen en el canon escolar y resultan escasamente difundidas. Es necesaria una héroa así, entre tanto mito de gaucho, compadrito, insurgente, prócer de la patria y campeón del mundo, un mito como estrella para nosotras, para nosotrxs, unita. Déjenos forjarla, señor canon, por favor. Pero no tan rápido, camaradas, antes, la pregunta: ¿de qué está hecha nuestra héroa?, ¿por qué es héroa y por qué mito? Rita Segato, esa otra mujer, afirma que la guerra es la expresión más acabada del mandato de la masculinidad, que esa forma de la violencia es patriarcal y que para destruir el patriarcado, y con él, al neoliberalismo, es necesario desmontar el mandato de la masculinidad, trazar una politicidad femenina, empapada de otras lógicas vinculares, muchas de las que no permitieron sobrevivir entre tanta hostilidad de los siglos. María Muratore es héroa, pienso, porque así como en la libertad de los pueblos el permiso no es modal apto para la independencia, tampoco mujeres y disidencias pueden permitirse la gracia de la mesura. Pero hay en Muratore muchos de los valores que se le asignan a  los otros héroes compadritos, gauchescos, viajeros y piratas: fuerza, bravura, espíritu indómito, galantería. Aunque es marginal y fuerte, replica en su heroicidad valores bienvenidísimos para tal condición, pero no fuera de los ojos que tanto gustan al patriarcado.

También es válida la humildad en la lectura, la mesura en la maquinaria de preguntas que se enuncian, el respeto por Muratore Capitana -eso siempre- y por quien entonces le diera vida, Libertad. O bien, la pregunta como signo de respeto. También sería propicio abstenerse de leer con ojos actuales una novela escrita cuando este fervor no era la presunta ¿cuarta ola? y que es, a su vez, la memoria fragmentada de una memoria antigua de violencia y opresión. Una memoria hecha de voces artificiosas, pero bellas y vivas.

El hilo inicial de esta nota era el de las muertecitas. Han visto, la escritura es como río, como quisiera Virginia Woolf. No he dicho casi nada sobre ellas: acá viene lo del mito, lo prometo. María es mito porque todo el texto anuncia su muerte, las voces que allí habitan la recrean, es invento y fábula de los amantes y las mujeres envidiosas de su poder, también memoria de la mujer deseante y de la potencia. Una héroa que viene a destituir a las mujeres del aire que entonces crearan Macedonio, Cortázar, Girondo, nietas lejanísimas de Dulcinea. Esta héroa que parece tener más carnadura -y qué carnadura- que aquellas dibujadas e ingenuas criaturas del amor. Pero siempre muertas, siempre grandiosas, siempre hermosas para tener el don del recuerdo. Blas Acuña, ese empedernido enamorado -qué pesado-, enloquece junto al río por donde el espíritu de Muratore parece vagar. Si el feminismo vino a cambiar las lógicas vinculares y, con otra pedagogía, a quebrar neoliberalismo y patriarcado, ¿será posible una épica, así como una erótica, que no mate, que no padezca, que no incurra en los ires y venires del culebrón y en el romanticismo de enaltecer a las muertas después de hacerlas padecer en vida? Posiblemente no. Y para utopía tengamos a John Lennon. Mejor basta de preguntas. Hagamos un feminismo comunal, situado, particular de cada espacialidad.

Libertad Demitrópulos fue una escritora solitaria, esa misma soledad que le permitió una divina extrañeza en su literatura. Nació en Jujuy en en 1922 y murió en Buenos Aires en 1988. Tuvo por compañero al poeta Joaquín Gianuzzi -amor de bestias-. Tuvieron cuatro hijxs. Recibió por Río de las congojas, en 1997, el premio Boris Vian. Fue militante peronista -¿era perfecta Libertad?-. Como no podía ser de otra forma, escribió una biografía de Evita capitana titulada Eva Perón en 1984. Y los libros Muerte, animal y perfume (1951), este de último, de poesía; Los comensales (1967); el ensayo Poesía tradicional argentina (1972); La flor de hierro (1978); Río de las congojas (1981). Sabotaje en el álbum familiar (1984); Quién pudiera llegar a Ma-Noa (1986), una crónica histórica; Un piano en Bahía Desolación (1994) y La mamacoca (2013). Fue poeta, pero finalmente se abocó de lleno a la narrativa.

Por Camila Vazquez°

Escritora. Integrante del colectivo cultural Glauce Baldovin https://glaucebaldovin.wordpress.com/

 

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