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Las invitadas: Elena Anníbali. Nuestra madre remota

Por Camila Vazquez

Intento este esbozo sobre la obra de Elena Anníbali en la mañana del jueves. Hace semanas que pienso que debo escribir sobre ella y no doy con el momento. No tengo muchos más fundamentos para escribir sobre una autora que el factor de que su obra me guste. Después viene la justificación racional, pero primero, siempre, el placer por lo bello.

En la noche del miércoles, cansada, releo unos poemas de Mary Oliver. Dos cuestiones cautivan el curso de mi lectura: las marcas que hice sobre los poemas en el pasado y las menciones a agosto. Hay algo en este mes que nunca me hizo sentir a gusto. Oliver sugiere eso en un poema. Luego doy con otro suyo, tan precioso, Mañana de verano. Y entonces, en la mañana del jueves despierto, junto mis libros de Anníbali para releerlos y escribir y en Tabaco mariposa, otra vez, Mañana de verano. Después, en el mismo libro, un poema sobre el viento de agosto. Vengo arrastrada por el viento de la ciudad, por el viento de los fines de este invierno a escribir sobre esta poeta. Y esto que puede parecer no ficción, en diálogo con discusiones anteriores, es el giro que cobra la vida cuando se lee poesía.

Poesía y no tanto narrativa. No puedo explicarlo, más bien lo sé en un sentido experiencial.

Pero después de leer mucha poesía, me atrevo a hacer universal un fenómeno de lectura, esas manías del narcisismo: la lectura de poesía, intuyo, permite trazar conexiones análogas entre las cosas. El mundo empieza a verse con ojos más bellos, si por bello se entiende también lo terrible, lo común, lo ordinario.

Releo a Anníbali, sus cuatro libros de poesía -tiene uno de narrativa que no leí-. Recuerdo por qué me cautiva su escritura: creo que hay algo genuino en su voz. Un decir sobre las mujeres no estereotipado ni correcto: la mujer deseante, la mujer penante, el padre, las perras y los caballos. Eso: los caballos. Por un proyecto de escritura personal y por gusto, desde hace más de un año pienso en los caballos. Para la hermenéutica simbólica el caballo es el deseo. Leo a Anníbali y recuerdo por qué escribo sobre los caballos – de los que nada sé, más que de su hermosura y de su misterio, cuando aparecen en las esquinas de esta ciudad que se debate con el campo-. Escribo sobre los caballos porque me interesan el deseo y la belleza. Pero sobre todo, porque leí a Anníbali y también a Glauce, que fue leída por Anníbali. Glauce, abuela poética. Y encuentro en ambas un mundo rural diferente. Una ruralidad de las mujeres. En Anníbali, una ruralidad amenazante. El silencio de la pampa que deja lugar para que el miedo y el deseo hagan sus cosas. Para que las niñas crezcan entre caballos ciegos, se bañen en estanques y toquen sus cuerpos próximos a la pubertad. También, esta poesía de lo rural encuentra un tono salvaje, brotado, sin temor al lirismo. A veces maldito y a veces celebratorio.

Me gusta esa idea de la ruralidad de las mujeres. El campo de quienes no fueron terratenientes. El campo, ese mar de Sarmiento. Ese desierto de Masilla, exterminador de indios. Y en Anníbali, una voz bruta – es decir, en bruto, sin tanta regla de lo medido, versos que crecen- que emerge salvaje en ese silencio de la pampa. Otro decir. Los mitos que se reactulizan en esas mujeres que habitan el campo, porque el campo es la eternidad, es una cartografía del horror, como diría la autora. Y la eternidad es el presente todo el tiempo: mujeres ariadnas y evas, marías magdalena, ninas simone, muñecas, madres, niñas, hijas negadas por el padre, construidas en torno a él, mujeres asesinadas.

Desde Las madres remotas, su primer libro de poemas publicado en 2007 por la editorial riocuartense Cartografías; pasando por Tabaco Mariposa, que editó Caballo Negro en 2009; hasta La casa de la niebla, del año 2015 editado por Del Dock y Curva de remanso publicado por Caballo Negro en 2017, la autora recorre esas formas de la feminidad como amenaza, como mito y como deseo. Recuerdo que la escuché leer en 2017, en el marco del Aguante Poesía – que llegue pronto el tiempo de la primavera y la poesía- un poema inédito que luego fui aprendiendo de memoria. Un poema sobre cada mujer. El yo lírico nos hace ingresar a todas en una extensa enumeración hasta que ninguna falte y remata: Qué mal nos harán, hermanas?/ Qué mal nos harán. Somos/ un solo cuerpo vibrando./ Estamos a salvo./ Las amo, las he amado. Lloramos todes entonces. Y luego fue un mantra que pasó entre amiga y amiga, entre compañeras y alumnas.

Elena Anníbali nació en 1978 en Oncativo, Córdoba. Estudió letras en la UNC y es docente en la escuela media. Pienso que hay que leerla y releerla. Quisiera conjurarla en mi escritura, así, como madre remota, como poeta rural en una constelación de poetas mujeres, con Glauce como nuestra señora del fuego. Quisiera conjurar una escritura salvaje y deseante con ellas como referentes. La ambición es una fuente inagotable.

°Escritora. Integrante del colectivo cultural Glauce Baldovin https://glaucebaldovin.wordpress.com/

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