Leer Feminista

Placer, libertad, tormenta, vacío

Notas de lectura sobre Criatura, de Amina Cain (Fiordo, 2025)

por Camila Vazquez. Especial para La Marea Noticias

Una de las formas literarias que más me obsesiona y me somete es el cuento: me pesan las cientos de recetas y talleres con fórmulas neoyorkinas para llegar al secreto del cuento, me aburren los análisis escolares que conducen a una mirada colectiva sobre el cuento como historia breve cuyo énfasis está puesto en el final y descreo, a la vez, de una mirada new age y descontracturada de todo-puede-ser-un-cuento. No, todo no es un cuento. ¿Pero qué es un cuento?

Este año tuve que comenzar a dar clases en Nivel Superior en una materia llamada Taller de lectura y escritura de textos literarios. Reconozco que, cuando tuve que dar la unidad de Cuento, me quedé frente a mis alumnxs sin poder decir bien qué lo que -como decimos en Traslasierra- un cuento. Pasmada. No es que no sepa “académicamente” qué es  ni que no pueda citar miles de autorxs que polemizan, tensionan, postulan su idea sobre lo que un cuento es, sino que tengo una crisis de fe frente a las miradas Que Saben.

Lo que sí advierto, y esto es momentáneamente lo único que me resuena, es que pertenezcas a la tradición que pertenezcas, el Cuento como género puede asociarse a la idea de lo breve, a un campo semántico vinculado a la crisis -arco dramático, crisis del personaje, conflicto principal- y a llevar un nombre de verbo conjugado: cuento. Para estas teorizaciones, una de las más sensatas me parece la de Flannery Oconnor, que se pregunta cómo es posible que, si en la base de nuestras facultades humanas está el hecho de narrar, sea entonces tan difícil escribir un cuento. A veces padezco esa dificultad y estoy meses escribiendo algo que creo que es un cuento y lo corrijo tanto que llego a descreer de su forma: ¿qué era esto?

Los cuentos de Amina Cain incluidos en su libro Criatura parecen responder, como su título lo indica, a la mejor postulación sobre el cuento que yo conozco que es la fórmula de Felisberto Hérnandez. El autor uruguayo  lo entiende así: en un momento dado, nacerá en mí una planta, escribe. El cuento como algo orgánico. Algo que cobra una forma inesperada y propia y, si se lo deja, sabe solo, en tanto organismo, hacia dónde ir. Yo acuerdo cabalmente con esta idea tan imprecisa porque, aunque ame la crítica literaria, no me hace feliz hablar de literatura sin que hablar de literatura no se le parezca un poco a eso mismo. Por eso, no basta con ser estudiante de Letras para escribir un cuento: para escribir un cuento hay que escribir un cuento.

Pero les hablaba sobre Amina Cain: les decía que estos cuentos parecen plantas. Son historias realmente breves. Concretamente: fugaces. Y son historias que se ordenan en torno al vacío y hacen del vacío su mayor esplendor, van hacia el vacío como si tuvieran una convicción espiritual: como si el cuento fuera una forma budista en sí misma que acepta lo que no está e incluso lo celebra. Son cuentos hechos de faltas: lo que se cuenta, no aparece materialmente en el plano narrativo. Las narradoras evocan pinturas, obras de teatro, ciudades, parejas, amistades, recuerdos. La amistad es  un gran escenario, casi un paisaje dentro de estos textos: Antes de irme de la última ciudad en la que viví, todos mis amigos ya se habían mudado. Fui a una fiesta, y en el baño pensé por dentro: cuando vuelvas, ninguna de las personas que quieres va a estar ahí.  En los cuentos de Criatura hay escritoras que se aproximan a  obras en progreso tan difusas como estos mismos cuentos: Enseguida logré ver el espectro del relato. Ahora estoy atravesando la literatura, pensé; hay triejas que llegan a entender que si falta unx de sus integrantes su vacío lo hace entonces más evidente, paradójicamente más presente.

Lo que narran estos textos no está allí. Estos vacíos organizan cada cuento y lxs lectores llegamos a ver esa doble pieza de la imaginación: parece como si hubiera una historia central y en el centro del llamado “conflicto” o “crisis narrativa” lo que hay es algo que falta. Como si estas piezas pequeñísimas y bellas nos dijeran: el único conflicto que existe es el vacío. Miralo. Y resulta que lo logran: vemos el vacío. Diálogos sobre derivas imaginativas de los personajes; personas que en sus lugares de trabajo están pensando en otra cosa; un cuento con forma de guión y, posterior a él, un cuento que se desprende de ese mismo y es el fluir de la consciencia de la actriz principal, pero no su monólogo, sino la interpretación, la lectura, la preparación para el monólogo: esta noche voy a comer bichos. No me voy a quejar porque es lo único que tengo. Los días se vuelven más largos. Alguien me saludó por el camino. Pronto solo sentiré placer.  Voces narrativas que fluyen entre una primera y una segunda persona, algo muy difícil de lograr. Cuentos que están hechos con ese material: con la fluidez de los pensamientos. Dicho sea de paso: no es casualidad que Pensamientos sea el nombre de una flor. Lo que quiero decir es que los cuentos de Amina Cain -qué buen nombre que tiene la autora- se parecen al flujo de energía del pensamiento pero al mejor estilo Virginia Woolf. Esto no implica en absoluto que sean cuentos “psicologistas” o “profundos”: son cuentos leves porque aspiran al vacío, pero pueden ser cuentos terribles. Por ejemplo, contar los hermosos pensamientos de una esclava sin que la esclava tenga que narrar únicamente su dolor, sino que pueda inventar cuentos en su mente: Aunque no escriba relatos, los creo con mis acciones. Compongo un sentimiento que no profeso y después actúo en función de ese sentimiento. O el caso de una empleada de la limpieza que experimenta la meditación en medio de su jornada laboral: Me gusta ser empleada de limpieza. Aunque junto suciedad, siento que me están lavando todo el tiempo. Este hotel, algo en mi interior. Las protagonistas de los cuentos, a menudo dudosas, sin sentidos claros, dubitativas encuentran una especie de iluminación en lo diminuto. Esto sin caer en la ideología yankee y boba de la meritocracia, sino postulando, más bien, una política de los personajes: un empleada de la limpieza no está condenada al padecimiento del capitalismo; una esclava puede experimentar, contra todo totalitarismo, otras experiencias que no sean el sufrir; una escritora puede estar en falta con su obra, no entender hacia dónde va.

Pero este hincapié en la interioridad de las personajes tampoco significa que los cuentos sean existencialistas, aunque estén llenos de preguntas vitales de los personajes: ¿cómo amar?, ¿dónde vivir?, ¿cómo estar solxs juntxs? Lo que quiero decir con fluir de la consciencia es que estos textos saben que los pensamientos son neutrones en un circuito de energía: cambian, mutan, se bifurcan y así, las historias. Con más forma de pensamiento, de idea, que de cuento moderno. Como si dijeran: en estas pistas del pensamiento hay una forma de contar, hay una manera caótica del cuento. Quizás este libro me gustó tanto por eso, por su afecto hacia el vacío, por su elogio. Casi todos los cuentos ocurren, además, en invierno: ¿no es esta la estación más vacía que tenemos en este mundo? Y sin embargo: qué frescura los días de sol y atmósfera bajo cero, qué promesa. La promesa: la forma vacua del futuro.

En su libro de ensayos Un caballo en la noche (2024), también publicado por Fiordo, Amina Cain se refiere a la escritura como paisaje. Pero el paisaje en un cuento, según anota ella, puede ser la mente de un personaje. En este mismo libro, la autora polemiza con la idea de conflicto o las necesidades básicas del supuesto lector modelo: Cuando leemos novelas o cuentos se supone que buscamos tensión y conflicto (…), pero a mí no me interesa el conflicto en la ficción más que otros elementos que puedan llegar a aparecer. Lo que me atrae suele ser la voz narrativa, su sonido, su interioridad (…). Y dicta, en algún momento de este libro, una máxima desde la que quiero leer y escribir: la trama estorba al detalle, destruye el sueño. Los cuentos como sueños, como ideas o como plantas. No quiero decir con esto que los cuentos no deban existir y permanecer por siempre al éter imaginativo, sino que, quizás, algo de aquellas formas menos claras, igualmente llenas  de conflictos aunque no siempre tan ordenados -contra esas pedagogías de taller de varones de la literatura, que te enseñan cómo identificar “el punto de no retorno” de tus textos”- también guardan formas narrativas y pueden producir textos como chispazos, textos agujereados y del agujero una flor.

Aunque últimamente está de moda creer en lo que los autores dicen sobre sus obras y no en la experiencia de lectura en sí misma, los ensayos literarios que producen algunxs escritores, sobre todo los que registran sus lecturas, suelen darnos a lxs lectores algunas pistas de sus intenciones aunque no siempre sobre sus concreciones en la literatura.  A mí me gusta seguir esas pistas y, cuando lo siento necesario, también traicionarlas: si hay algo que sí puede entrenarse leyendo es a tener una lectura propia, que, a la vez, es casi siempre colectiva. Amina Cain afirma en Un caballo en la noche, el libro de ensayos al que me estuve refiriendo, que con su escritura busca expresar placer, libertad, tormento y vacío. Creo que dice algo cierto al menos en los ejes de libertad, placer y vacío. Tres flechas de sentido que se abren como efectos en lxs lectores: incluso una libertad que viene de experimentar placer en el vacío o en lo que más se le parece. Me refiero a lo ínfimo, a lo pequeño, a veces cotidiano.  También quiero compartir el fragmento de un pequeño manifiesto de la autora para salir de esta nota con ganas de leer y de escribir y para asistir a un ejemplo sobre cómo el arte trabaja con el vacío y nos hace ver lo que no está: Escribe hasta adentrarte en el invierno, y el verano, y el otoño y la primavera. Escribe hasta adentrarte en la nieve y las flores y las guirnaldas y el papel tapiz. Escribe hasta adentrarte en tu propia mente, dándole vueltas y vueltas.(…)  Escribe hasta adentrarte en el búfalo y la liebre y el perro. Escribe hasta el foco que cuelga del árbol con un pastizal pintado en miniatura. El bulbo de pasto afuera de la casa. (…) Escribe hasta el vestido fucsia y negro. El escote es profundo.

Compartinos tu opinión

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *