Una lectura sobre Tautea, el nuevo libro de la poeta Camila Vazquez.
por Melisa Gnesutta. Especial
Dos ojos miran y las moras silvestres hacen la pequeña maleza en la tapa de Tautea (Agua Viva Ediciones, 2022). Veo sus espinas, sus frutos enracimados en distintos puntos de maduración. Imagino que algunos explotarían su jugo oscuro si los rozara. Quiero entrar a este libro, manchada por las moras, encantada por la zorra que me mira, para escuchar la promesa del tauteo, ese gañido cuyo nombre no conocía, pero Camila sí, porque su deseo es nombrar: llamar a cada bicho por su nombre (como ella misma dice en un poema de “Ciencias Naturales” –inédito-); porque monte es todo acontecimiento de los días.
Entré en mi espesura/y vi tu nombre escrito con árboles, son los versos de Amelia Biagioni que inauguran este libro. Es casi una visión, una visión profética. Repito para mí: “entrar en la espesura, ver el nombre, la escritura de los árboles”. Camila nos da estos versos como un ramito para ingresar en la espesura de su propia lengua, de su voz áspera llamando al monte, tauteando. Dice esa voz:
Quiero llamarte de alguna forma. Un nombre que no necesitás, pero una llave para traerte, una llave que yo necesito. Ceniza de incendio y arena clara. Flora quemada, floración. Verde, agua, más agua. Prolífico hasta en el veneno: acogés las plantas que matan tus plantas. Maleza también tiene lugar en vos. Confusa maleza, aniquila y entrega igual su fruto dulce y su espina y se hace arbusto impenetrable. Irradiar, prender, arder. Suavidad y aspereza: estados sin medidas claras. Monte, mansalva.
Maleza también tiene lugar en vos
Cantar el espacio es un acto de amor. Topofilia, le llama Gastón Bachelard a esta fascinación. Como la de Juan L. por el río o la de Leónidas Escudero por la montaña o la de Viel Temperley por el mar. En la poesía de Camila esta fascinación se convierte en una relación “vos a vos” con el paisaje: ¿es animismo?, ¿es un acto de fe? El agua, la flora, los animales se vuelven identidad, tan cerca del yo que la empujan a la voz del matorral y lo salvaje, que hablan no sólo con ella, sino por ella: pantano que habla por mí, dice la poeta en afluentes.
Tautea es el gañido del zorro, decía, pero en la poesía de Camila, tautea es también una zona, la del rebosamiento, de lo exuberante, lo prolífico. Tautea es mansalva, es el lenguaje que chorrea para exhibir la belleza de lo que sobra: una boca no alcanza para ellos, se dice de los frutos del damasco. Y a la vez, este libro también funciona como una zona de interrogación permanente sobre la lengua: el paisaje me hizo o yo lo hago / juntos preguntamos / ¿cómo vibra la tierra en cuerpos finitos? El yo desea nombrar y aprender a nombrar la frondosidad de toda esa vida.
Aprendo el tiempo de las plantas
En floración la pregunta por la voz crece como una mata (¿Cuánto tiempo hay que permanecer en la espesura para adoptar su voz? ¿Su rumor perdura aunque se esté lejos de ella?) y el paisaje avanza desde el espacio hasta volverse tiempo: el tiempo de frutecer que desata el refrenamiento del quinoto, de la mora, el damasco y la zarza. El tiempo de inaugurar el día con una lengua que sea espesa para re-encantar lo cotidiano contra cualquier liviandad, el tiempo del equinoccio (día igual a la noche), el tiempo de aceptar el silencio largo de la germinación o el presente continuo del árbol.
El yo se mueve en ese ritmo igualmente exuberante y conjuga la percepción, el recuerdo, la experiencia y la invención para construir un paisaje de curso indetenible. Todo parece reventar para dar lugar a ese cauce del lenguaje que se prende al monte.
Yo también fui salvaje
El monte también es muerte, es voracidad, competencia por sobrevivir y es amenaza. En el acecho, tercera parte del poemario, el yo retrocede, y el cazador y la presa toman carnadura en la voz de los testimonios, se confunden. Lo salvaje se cruza con la atracción y la maravilla: la carne del puma, su pelaje, el hedor de la testosterona. A cazar se aprende, nos dicen los poemas: un hombre enseña a un niño a acomodar su cuerpo y su agudeza detrás del animal, le enseña a mirar, a esperar, a adelantarse para no ser devorado. En el acecho se sigue el rastro de una presa, de un cuerpo, así como de una voz, de un tauteo; se acecha una lengua, se la rodea como a un bicho y se la arranca del corazón de la naturaleza. ¿Se aprende a ser salvaje como se aprende a cazar?
Leo estos versos de Camila:
aspereza canto ferocidad
y la pampa al final
Me parece un punctum entre Yeguariza y Tautea, los dos libros de Camila Vazquez, una condensación de su propia lengua, de sus búsquedas, sus intereses estéticos, políticos y religiosos (panteístas, como en Glauce Baldovin). Una especie de ars poética, una cruza entre aquella lengua de frontera y esta lengua de espinosa floración. Chúcara, como todo lo hermoso, tal como lo dice Claudia Masin en la contratapa del libro.
Lo salvaje, querida/ está en vos como destino
En animalia, el yo que había retrocedido en la parte anterior del libro, regresa. Los animales la honran, le enseñan, le hablan. Así como el perro se revuelca gozoso en la bosta del caballo, el yo desea esa podredumbre del agua barrosa más profunda la tierra: un deseo por el centro, por el núcleo, por el origen (comechingón, quizás). La inmersión de la lengua en el monte se proyecta ahora hacia la comprensión del rythmós: el ciclo, el vaivén, la intuición, el sigilo. Algo de lo que el yo no sabía antes aparece ahora como certeza. ya sé cómo llamarte, le dice al zorzal. El tono de acecho, de merodeo, de las primeras partes, va cediendo lugar a un registro más afincado en un tipo de saber que el yo construye en la afirmación. Hay un movimiento de percepción centrípeta: la contemplación de lo salvaje se va moviendo hacia el centro del yo hasta devenir destino.
lo salvaje querida
está en vos como destino
cuanto más domesticado
más se vuelve
mansedumbre predadora
La lengua se asume en ese origen animal, salvaje y se escuchan las voces de la zarza, el perro, la zorra, el canto de los azahares, del ciervo, de la yarará y la cascabel. Es el tauteo, la invocación, la forma de la poeta de nombrar lo que viene siendo desde el origen: por el amor, sólo por el amor de la espina, del monte. Monte, mansalva.
no se domestica un río
en la crecida el río rocoso
arrolla de raíz
árboles la piedra centenaria
no habita ahora el mismo lugar
nadadores mueren
su caudal podría ser dique
remanso pesquero que cambie la flora
tampoco la valla retiene el chorro
efervescente
revienta
entonces cómo con el agua cómo con el amor
cómo se educa
no se domestica un río no es caballo
y aún así puede virar galope
en patada trasera
el agua su afluente a otros afluentes
el curso
amor río caballo
tienen en común
un pulso es que viven
no son seguros
en la naciente tormentas cesan
días después el agua
es gracia inmersión de verano
olvidamos el anuncio de la catástrofe
pero un río es catástrofe
la sierra se abrió para que existiera
piedra centenaria se movió de lugar
pulida y brillante
ahora sabe
un río se desborda
un río se aplaca
su secreto no es el límite
es el ritmo
mansalva
ninguna disciplina es capaz
de borrar lenguajes primigenios
de la zorra aprendiste el sigilo
el corazón de la presa se consigue despacio
libame abeja
llevate todo de mí
el canto banal de los azahares
del ciervo su pulso tibio
es decisión este signo sacrificado
entregada como damascos de los frutales
esa generosidad que nadie pide una
dulzura que va a pudrirse al suelo
que no conduce
ni a una jalea ni a un elixir
y aprovechan con suerte las aves
de la serpiente su parsimonia
no es riego mi cascabel
peligroso es apenas mi silencio
lo salvaje querida
está en vos como destino
cuanto más domesticado
más se vuelve
mansedumbre predadora