«La maternidad es un espejo que no siempre refleja lo que queremos ver: no es el mito idílico que nos enseñan, sino una experiencia compleja, donde coexisten amor, sacrificio y muchas veces soledad»
Adrienne Rich, «Nacemos de mujer»
Por Fiamma Zirpoli para La Marea// ilustración @jopidibu
Hace aproximadamente 5 años atrás, esta servidora creía contar con un tiempo infinito por delante, creía estar segura de tanto y creía, sobre todas las cosas del mundo, que jamás iba a desear ser madre. ¿Reloj biológico? ¿Una vieja que se encuentra ahora del otro lado de la frase “la maternidad será deseada o no será”? Por el motivo que fuere puedo reconocer que varias de las ideas que atravesaron mis veintes hoy, a mis 31, han caído en dudas.
Poco a poco mi círculo (consciente o inconscientemente) mutó para completarse cada vez más de amigas madres o que se embarazaban o estaban en la búsqueda. Repentinamente los chiquitos dejaron de molestarme y pasaron a ser parte del entramado cotidiano.
Hace algunos años que estudio este fenómeno (no puedo menos que llamarlo así por la sensata e idiota curiosidad que despierta en mí). Gracias a haber tenido la oportunidad de sentarme a charlar con mi madre y sus amigas sobre cuestiones totalmente tangenciales una y otra vez, pude observar que el análisis de las maternidades que nos criaron disiente bastante de las maternidades contemporáneas. En esta instancia del proceso llegó el llamado de la autoescucha genuina.
El asunto del perrito
Estaba en pareja estable desde hacía 2 años y unas ganas infundadas de tener un perro se hicieron manifiestas. Ante la negativa de mi pareja comencé a preguntarme por qué de repente parecía desear con tantas fuerzas tener una vida a mi cargo por tiempo indefinido. Terminó resultando, meses después, en la adopción de una perra cuya llegada no apaciguó el proceso interno que se venía desatando.
Esta incomodidad fue el orígen del rastreo entre pares a modo de investigación personal: amigas maternantes de la ciudad en la que vivo, las que viví y las que no conozco pero debo visitas. Todas ellas en contextos diversos y bajo diferentes condiciones. Un proceso que, debo decir, continúa todavía y presiento que le queda vasto recorrido.
Por ahora puedo confirmar haber arribado a la contingente conclusión de que me gustaría ejercer el rol de madre más allá de tener a alguien al lado, finalmente el deseo debería ser personal aunque a veces la compañía estimule esas ganas. Pero de vuelta la duda corruptora: ¿es viable ejercer la monomarentalidad aquí y ahora?
La maternidad ya no es, o al menos no parece ser, una guerra Contra los hijos como expresó la escritora chilena Lina Meruane:
“¿No nos habíamos liberado, las mujeres, de la condena o de la cadena de los hijos que nos imponía la sociedad? ¿No habíamos dejado de procrear con tanto ahínco? ¿No conseguimos estudiar carreras y oficios que nos hicieron independientes? ¿No logramos salir y entrar y salir del cerco doméstico dejando atrás las culpas?” (Meruane, 2014)
Sin embargo, nos siguen vendiendo objetivamente que “ser madre es lo mejor que te puede pasar”, aunque a veces se parece poco al deseo o a la plenitud que se nos ha prometido.
Al respecto, Ahimsa (32) mamá de Sacha (10) dice: “Lo más profundo de la maternidad es un proceso solitario, aunque tengas un buen compañero. Eso no significa que sea malo, lo entendí mucho tiempo después. Maternar tiene un anclaje con los otros si tenes suerte de contar con redes o vínculos de apoyo. Pero hay cosas que son partes de maternar que nadie te cuenta. Hay algo de las necesidades de las niñeces que los une específicamente a la madre como el alimento y el cobijo. A su vez, se trata de un proceso que te cambia como persona en mente y cuerpo, lo que se conoce como el “cerebro de madre” que hace que seas una persona completamente diferente, sos prácticamente una desconocida hasta para vos misma”.
La falta histórica de estudios reales acerca de las necesidades y diferentes predisposiciones de los cuerpos y las mentes de las mujeres, muchas veces nos ubica en el lugar de “locas”. Las mujeres somos locas dentro de una sociedad profundamente enferma y convertirnos en madres sin dudas se trata de una condición que profundiza este estado: “El proceso de autodescubrimiento y descubrimiento del otro que es ese niñe, aun en las mejores condiciones, es difícil que se entienda” explica Ahimsa.
En este sentido, Narela (27) mamá de Amelia (6) cuenta: “en un momento de llanto cuando ella era muy bebé, la miré y pensé “esta vida depende de mí”, ahí me cayó la ficha y después de un mes del nacimiento yo todavía seguía llorando, fue entonces cuando pude identificar que tenía depresión posparto. Además era raro porque ella estaba bien pero yo estaba angustiada, en un pozo del que no podía salir”.
Entonces la maternidad ¿es un proceso individual o colectivo? Aunque en principio parece que toda la procesión va por dentro, no deja de constituirse como un hecho social donde intervienen todo tipo de instituciones y actores, tanto para bien como para mal:
“Muchas veces la frustración dentro del rol se da porque hay cosas que no se dicen en la cara pero sabes por determinados comentarios que la gente piensa “es madre, está sola, y encima tiene vida como tocar la guitarra, militar políticamente o tener una pareja”. Mi objetivo es que mi hija sea buena persona, que tenga valores, que sepa hacer amistades, que pueda contar con las herramientas para habitar este mundo”, dice Narela. “Criar un hijo sola es un paradigma nuevo, aunque existan mujeres que criaron hijos solas estando en matrimonios -nuestras madres-. En verdad estás criando sola pero no estás sola, podes contar con otros, la autosuficiencia no lo es todo”.
Karen (34) mamá de Bautista (9), confirma esta experiencia: “Creo que lo difícil de ser madre no es tener que criar a tus hijos, sino tener que lidiar con el entorno que hace que cargues con culpas. Los modos de maternar dependen de la historia de cada una que hace lo que puede con lo que tiene. No quería caer en olvidarme de mí, tenía derecho de seguir mi vida y mis proyectos. Pero no hay políticas reales que te acompañen a maternar, tener que pagar una guardería o una niñera no es viable muchas veces porque tenes que priorizar leche y pañales. Estancas de cierta manera tu vida para dedicarte 100% al cuidado de esa criatura”.
La monomarentalidad se refiere a mujeres que crían solas, ya sea por elección o por diferentes circunstancias de la vida. Según un informe del Ministerio de Economía de la Nación en 2022, en Argentina alrededor de 1,6 millones de mujeres crían solas a más de 3 millones de niños y niñas. El número de familias monomarentales se ha incrementado en los últimos 20 años.
Esto revela la importancia de abordar el tema desde una perspectiva de género y derechos teniendo en cuenta que las mujeres son el sostén económico y emocional de la crianza. Muchas veces la falta de corresponsabilidad parental y de redes de apoyo institucional hace que las madres enfrenten mayores desafíos económicos, laborales y emocionales. Ni hablar del estigma social, como si criar solas fuese una “falla” o un modelo incompleto de familia, difícilmente vista como una elección válida y poderosa.
“Cada maternidad es un mundo, hay factores como lo social y lo económico, la historia personal, yo vengo de una familia disfuncional, de padres que discutían un montón y de pronto con la persona que estaba sufría violencia y sabía que no quería repetir lo mismo. Entonces, estando embarazada, agarré mis cosas del departamento que compartíamos y me fui”, cuenta Karen.
A estas experiencias que de una u otra forma rompen con el ideal tradicional de la madre biológica dentro de una familia nuclear heterosexual las llamamos “nuevas maternidades». Incluyen a madres solteras por elección, parejas lesbianas, maternidades trans y familias con dinámicas de co-parentalidad. Básicamente abarca la diversidad de experiencias reales, corriéndose de la norma para reconocer que no todas las madres viven esta experiencia de la misma manera ni bajo las mismas condiciones.
Esta pluralidad refleja un reconocimiento de las diferentes formas en que se puede vivir y experimentar la maternidad, desafiando los condicionamientos sociales que históricamente han sido impuestos a las mujeres como la edad reproductiva. Hoy en día, gracias a los avances en derechos reproductivos, las opciones se han ampliado considerablemente.
Cuenta Elena (47) mamá de Joa (5): “En mi cumpleaños 39 pensé “o defino yo o define mi reloj biológico”. Me hablaron de la Ley 26.862 de Reproducción Asistida y ahí el deseo que yo tenía entró en mi universo de posibilidades, por eso son tan importantes las leyes, porque crean realidades, apoyan su concreción”.
Entre las principales desventajas de está opción se encuentran el desconocimiento y el maltrato. “El sistema médico hegemónico es inescrupuloso en la fertilización asistida y las obras sociales aún más. La asistencia es muy mala, creo que el tratamiento me funcionó porque seguí los consejos de los grupos de otras mamis que habían pasado por lo mismo”, cuenta Male quien además destaca el rol fundamental del Estado en su experiencia: “Mi red de contención más allá de la familia para cuestiones puntuales, es el Estado. Mi trabajo público que me ha bancado con las licencias, la doble jornada de las propuestas educativas del municipio ya que siendo madre soltera no le podría haber dado nada de eso a mi hijo porque todo sale mucha plata”.
Desafíos y resistencias
Las nuevas maternidades representan un cambio profundo en la forma en que concebimos este rol, así como en el modo de proyectarnos en la vida, donde el deseo se enfrenta a las expectativas heredadas. Criamos entre los restos de antiguos mitos, pero comienzo a creer que maternar es más que una elección: es un acto de resistencia, de amor propio y colectivo.
Sólo cuando logremos construir contextos que contengan y respeten los entramados particulares de cada decisión, será posible que la maternidad, en todas sus formas, pueda ser elegida y ejercida libremente.