La foto de los gobernadores muestra lo que la ley no alcanza a resolver: el poder sigue en manos de varones.
Por Titi Isoardi. Especial para La Marea Noticias
Un grupo de varones de saco y corbata, rodeados casi exclusivamente de otros hombres. Sonríen para la foto. Las imágenes de la reciente cumbre de gobernadores en Río Cuarto me sorprendieron. En ese todo masculino, apenas se distinguen pocas mujeres: en primera fila, la vicegobernadora de Córdoba, Myrian Prunotto, algo más atrás y semioculta, la senadora nacional Alejandra Vigo. Si miramos en detalle vemos algunas más en segundo plano, diríamos fuera de foco. Su presencia se desdibuja en un escenario político abrumadoramente masculinizado.
Vale recordar que en nuestro país el primer intento de regulación cuantitativa fue el llamado “cupo femenino”, establecido por ley en 1991. Aquella norma, pionera en la región, nació del esfuerzo transversal de mujeres de distintas fuerzas políticas con representación parlamentaria. Años más tarde, en 2017, la Ley de Paridad dio un paso más al establecer la obligatoriedad de alternar mujeres y varones en las listas, buscando no sólo aumentar la cantidad sino también garantizar competitividad real.
En el Congreso Nacional, los números muestran el cumplimiento formal de la ley: 43% de diputadas y 46% de senadoras. Pero, ¿alcanza con la paridad cuantitativa? La experiencia demuestra que no. En las recientes elecciones de la provincia de Buenos Aires, de las 122 listas presentadas apenas 23 fueron encabezadas por mujeres, es decir, un escaso 19%. En Córdoba, donde 18 listas compiten por 9 bancas, solo una está liderada por una mujer: Natalia de la Sota, del frente Defendamos Córdoba. Si miramos más allá del primer puesto y contabilizamos a las mujeres ubicadas en los tres primeros lugares, el porcentaje sube al 30,6%. Entonces estamos lejos de una paridad real en los espacios de mayor incidencia política. Los partidos cumplen con la norma para “incluir” en las listas, pero cuando se trata de los lugares de poder y de las decisiones estratégicas, las barreras siguen firmes.
¿Cuáles son las razones estructurales para que esta situación se mantenga? Un estudio reciente de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) de la OEA, titulado ¿Dónde está el dinero para las campañas electorales de las mujeres?, muestra que el financiamiento sigue siendo el principal obstáculo para las candidatas en la región. Entre las trabas más frecuentes aparecen la falta de recursos, la discrecionalidad de las élites partidarias, el estereotipo de “menor viabilidad” de las mujeres, las posiciones poco competitivas en las listas y las demoras en los desembolsos. A eso se suma la desconfianza de donantes y bancos, la falta de historial crediticio y de garantías, que en muchos casos empuja a las candidatas al endeudamiento personal. También se detectaron brechas de formación financiera, desconocimiento de reglas y presupuestos, sobrecarga por tareas de cuidado y episodios de violencia política.
La otra gran pregunta es si basta con ser mujer para representar los derechos de las mujeres. La respuesta es no. Es un error asumir que la sola presencia femenina garantiza avances en igualdad de género. La experiencia demuestra lo contrario: muchas veces, dirigentes que llegaron gracias al cupo o a la paridad terminan alineados con sectores conservadores que bloquean o incluso hacen retroceder la agenda de derechos. Un ejemplo es la diputada Lemoine (LLA), que desde el Congreso cuestiona las leyes de cupo y paridad con argumentos tales como “a la mujer no le interesa tanto la política”.
Por eso, hablar de representación sustantiva es clave. La presencia de más mujeres en las listas o en las bancas es necesario, pero no suficiente: lo que importa es qué agenda impulsan, qué voces deciden amplificar y a quiénes representan cuando levantan la mano en una votación. La paridad real no se mide solo en números, sino en la capacidad de transformar estructuras y garantizar que los intereses de mujeres y diversidades estén efectivamente en el centro de la política.
Las imágenes de la “cumbre” de Río Cuarto vuelven como un espejo incómodo. Mientras las reuniones políticas sigan mostrando mujeres en minoría, dispersas o invisibles, la paridad será un derecho formal, no sustantivo. La democracia todavía tiene una deuda pendiente: parecerse a la sociedad que dice representar