“Quienes quisieran codificar los significados de las palabras librarían una batalla perdida, porque las palabras, como las ideas y las cosas que están destinadas a significar, tienen historia”
Joan Scott
“El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal.”
Didier Eribon
Por Loli Bosquero. Redacción LA MAREA NOTICIAS – Portada: Mariela Abboud.
Las palabras construyen nuestra vida cotidiana, es con palabras que construimos el mundo que nos rodea y también a quienes lo habitan con nosotrxs.
Con palabras nombramos y es con palabras también que nos nombran, nos construyen, nos atribuyen identidad y presencia, rescatándonos de la anonimia de lo sin nombre. No tener nombre y no existir muchas veces, pueden significar la misma cosa.
Y la palabra que nos menciona, viene dada desde afuera. Siempre es la alteridad quien nos menta y quien nos define.
Pero puede suceder que a veces, le hagamos trampa a lo inevitable y en un acto de resistencia suprema podamos cambiar el sentido de las palabras que eligieron para nombrarnos. Hoy queremos celebrar a aquellas palabras que nacieron como agravios y se volvieron estandarte.
El filósofo francés Pierre Bourdieu, llamó violencia simbólica a esos actos, casi siempre invisibles, que se ejercen sobre los grupos dominados y que, a través de palabras, estereotipos y valoraciones, perpetúan y naturalizan la opresión y la desigualdad. Los sectores dominados son nombrados y construidos a partir de las subjetividades de los grupos dominantes y esa naturalidad hegemónica se convierte en el único destino posible.
Pero ya dijimos que a veces es posible recoger los dados y tirar nuevamente. Estos actos de resistencia simbólica son posibles sobre todo, en el ámbito del lenguaje. En esa arena caliente y cotidiana podemos probar suerte y torcer ese sino que parecía asignado de una vez y para siempre.
Los colectivos LGTBIQ+ han recorrido un largo camino en ese derrotero de recibir nombres y denominaciones muchas veces agraviantes otras tantas patologizantes, siempre estigmatizantes.
En la década del 50, en los EEUU se utilizaba la palabra queer para designar a toda aquella persona “desviada” de la norma heterosexual, con la tremenda connotación que tiene en cualquier idioma y en cualquier cultura ser considerado alguien desviadx. En las décadas del 70 y del 80, los colectivos de gays, lesbianas y otras diversidades tomaron la misma palabra, la vaciaron de su significado anterior y ofensivo y la resignificaron en movimiento. Hoy la palabra queer connota una ola que manifiesta abiertamente su rechazo a las configuraciones heteronormadas y que se ha hecho presente en los más variados ámbitos como el artístico, el intelectual y el literario entre otros.
Muy similar ha sido el recorrido de palabras como puto o maricón en la Argentina. Usos que nacieron con intención peyorativa y que fueron recuperados por aquellxs a quienes se pretendía insultar, para volver en música, en poesía, en remeras y en camaradería.
La palabra travesti merece también ser observada y analizada en su complejidad. Originalmente concebida para designar a quienes elegían “vestirse” de forma diferente al género “asignado” fue adquiriendo aspectos discriminatorios al ser utilizada como burla o insulto. Desde ese barro fue rescatada por quienes se autodenominan travestis o travas y se estampó en banderas y consignas de lucha y rebeldía. Hoy, el movimiento travesti escapa de los márgenes de la sociedad para instalarse en todos los ámbitos de la misma con una marca registrada que trasciende lo estético.
Por otra parte, palabras que no emergieron con una intención agraviante pero que sí conllevan una carga patologizante como por ejemplo el término homosexual, hoy son recuperadas en otras voces más propias y genuinas por parte de quienes eligen como objeto de su amor y su deseo a personas del mismo sexo. Expresiones como gay, lesbiana, torta y maricón ganan un lugar propio en los repertorios cotidianos de quienes habitamos estas tierras.
Este acotado itinerario intenta rescatar algunas de las múltiples voces que a lo largo del tiempo han recorrido complejos caminos en su configuración para mutar sentidos. Voces que nacieron de intenciones oscuras y fueron recuperadas y resignificadas para narrar a personas llenas de orgullo y resistencia. Voces que emergen desde las fronteras de lo hegemónico para hablarnos de otros mundos, de otras vivencias y de otras realidades.
Estas palabras que han desandado un camino para emprender otro, son la prueba irrefutable de que el lenguaje es un campo de batalla en el cual se disputan luchas simbólicas por la apropiación de los sentidos y por la significación del mundo. Pero también, son la muestra contundente de que las verdaderas transformaciones son colectivas, de que ninguna victoria es solitaria, de que las revoluciones, pequeñas o inmensas, son posibles cuando hay cerca quienes sostienen, acompañan y contienen.
Alguien dijo una vez que decir una palabra que antes provocaba miedo, es perderle el miedo no sólo a lo que esa palabra significa, sino también a quienes la usan. Rescatemos esas palabras que hoy resisten en banderas y paredes, recuperemos con ellas sus consignas de respeto y amorosidad, escuchemos sus llamadas que nos proponen nuevos diálogos como sociedad.
Y dejemos para el final las palabras de Camila Sosa Villada en Las Malas, que al mismo tiempo sentencian y prometen que “Todo puede ser tan hermoso, todo puede ser tan fértil, tan imprevisible, cuesta creer que sea obra de algún dios. El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a desplazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias…”