Cultura Leer Feminista

Las madres también abandonan

Con ritmo lento, una maravillosa banda de sonido, con escenas de pintura, actuaciones brillantes y un guion estremecedor, “The lost doughter”, de la directora Maggie Gyllenhaal, es una adaptación exquisita de una novela de 2006 de Elena Ferrante. Película que nos trae a la agenda feminista un sinnúmero de problemáticas y tabúes en torno a la maternidad, que la sociedad todavía parece no estar dispuesta a abordar.

 

Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta

 

¡Quien advierte no traiciona! Este texto tiene spoiler alerta para quienes aún no vieron la película.

 

La historia se trama en torno a Leda, una apasionada académica de las letras de origen británico, madre de dos hijas, quien a sus 48 años se encuentra de vacaciones sola en las playas de Grecia, interpretada con maestría por Olvia Coleman. En el lugar, se encuentra con una familia numerosa y aparentemente peligrosa, ahí está Nina, interpretada por Dakota Johnson, una joven madre quien también gusta de la literatura y quien captura su atención -algo de ella la lleva a su juventud-. Así comienza un ir y venir sobre la vida de Leda cuando era una joven madre y promesa intelectual en el ámbito académico, hasta la actualidad, a partir de eventos que se suceden durante esas vacaciones.

 

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La llave del encuentro entre los personajes es cuando Nina, durante una pelea con su pareja, pierde de vista a su hija Helena en la playa y extravían la muñeca que la niña lleva a todas partes. Leda observa la situación y comienza a recordarse como madre en el constante agobio de criar a sus hijas, y decide ayudarla. Jessie Buckley interpreta en los flashbacks a la joven Leda, una emergente de la literatura y una madre full time con su pareja (Jack Farthing) que no practica una paternidad presente. Entre ellas se enlaza la historia que muestra: las dobles jornadas laborales, la imposible conciliación entre el trabajo doméstico y de cuidados con el empleo y la carrera profesional, la ausencia de lazos de pareja y comunitarios que sostengan. La soledad, la enorme soledad de la maternidad en esta sociedad. 

 

Sus vínculos con las parejas varones se parecen entre sí y con la realidad que vivimos quienes estamos o estuvimos en relaciones heterosexuales con hijxs: no importa cuán intelectual, progresista o piola sea el tipo que tenemos al lado, su carrera siempre es más relevante, importante o urgente que la nuestra o que la vida de lxs propixs hijxs. Somos nosotras las que “naturalmente” debemos sacrificar aspiraciones laborales y de vida para cuidar de la prole y de quien sea. Tengo al menos dos escenas favoritas en esta película, que muestran los efectos del patriarcado en la vida de las mujeres.

 

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Leda descansa sobre el hombro del increíble actor Ed Harris, un padre que nunca se ocupó de la crianza de sus hijxs. Ella se identifica con ese costado “malvado” del personaje y dice: “Soy mala”. Ella esconde un secreto que libera en ese gesto. A Leda le pesa ser una madre imperfecta, que ama a sus hijas, pero también a su carrera, su libertad y su sexualidad. Una profunda culpa la persigue y la tortura, como un brazo más de la opresión patriarcal que no hablita la palabra para nombrar que la maternidad, también, puede ser asfixiante y a veces dan ganas de abandonar. “Tener hijxs es una responsabilidad enorme y agobiante”, dice, yo le creo, lo sé.

 

(Imagen: fotograma The lost daughter)

De fondo, se ve una muñeca sobre la mesa del balcón, es la que Nina y la familia de la niña buscan insistentemente. Leda la viste, limpia y cuida, pintando escenas que nos hablan de reparación, empatía, traumas y castigos. Esa muñeca es un modo de reparar la culpa por eventos de su juventud. También, nos muestra que el dolor a veces es solo dolor. No tiene por qué ser transformado en nada, solo aceptado ante su irreversibilidad. En la escena donde le cuenta a Nina, con muchísima culpa y dolor, que abandonó durante tres años a sus dos hijas, el silencio muestra que a veces la compañía, la comprensión y la escucha ante las limitaciones de la condición humana es todo lo que podemos y necesitamos entregar.

 

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Durante una conversación con Nina en el mercado, Leda se describe como “una madre antinatural” y revienta por los aires el supuesto y mandato de la maternidad feliz e instintiva, esa condena que pesa sobre las mujeres bajo el nombre de instinto natural para el cuidado de otrxs. Esta película cuestiona esos significantes sobre lo que es natural o antinatural según el género. En el capitalismo patriarcal, lo natural es sinónimo de aquello esperable, entendible, tolerable: es el varón quien abandona y se arrepiente de ser padre.  

 


Todavía en el siglo XXI es habitual que las mujeres maternen en soledad porque los tipos se borran o solo son sustentadores económicos, y, cuando se ocupan de lo que les corresponde, se conviertan en modelos, héroes o “joyas” al que todas tenemos que aspirar y conservar. La película rompe de manera cruenta con estos discursos y con el tabú de que las madres no desean o no pueden abandonar. Ellas también lo hacen, desean desertar de la maternidad, se equivocan y se extravían en deseos y sueños. Buscan crecer laboralmente o simplemente no se sienten cómodas con los modos dominantes en que se espera que sientas la maternidad. 


 

Hablo incluso de cosas simples, cosas que me pasan a mí también como madre cuando estoy muy cansada, porque en general las madres estamos agotadas. No damos con los ritmos del trabajo y la entrega que significa criar, y encima nos exigen ser feliz, estar satisfecha y festejar cada detalle de la vida de lxs hijxs aunque sea a costa de nuestra propia vida. Para nuestra sociedad, lo antinatural es el rechazo a la entrega constante y el deseo de un poco de vida propia, tiempo en soledad, de trabajo intelectual, artístico o de ocio; un cuarto propio (gracias Virginia Woolf por ese legado).

 

La verdad es que las madres, en numerosas ocasiones, no sabemos qué hacer con lxs hijxs o no podemos darles o no sabemos cómo hacer para satisfacer lo que esperan o qué quieren. La demanda constante de atención, de concentración es enloquecedora. Leda dice que la atención es un regalo, un don que se entrega con amor, pero es al mismo tiempo agotador. Para darle tiempo a unx otrx, tengo que restármelo a mí y la maternidad es la atención, el cuidado y la concentración constante. Como dice Simone Weil, “la atención es la forma más rara y pura de generosidad”.

 

Prestarte atención es un gesto de entrega. ¿Cuándo regresa para nosotras? La frustración es enorme ante la falta de tiempo, frente a la exigencia de cariño, contacto físico, palabras de aprobación, cocina, limpieza y demanda de amor. El agobio diario se convierte en otro enemigo que se dirige contra nosotras mismas en forma de reprobación personal, depresión y una soledad tremenda. Y la culpa siempre acechando.

 

Y sí, esta película es un bombazo contra la romantización de la maternidad, pero también es un tomatazo contra la tan mencionada sororidad entre mujeres. Escasea la sororidad en un mundo sexista, donde la exclusión de las “malas mujeres” es moneda corriente. Aquellas mujeres madres que no se ajustan al estereotipo esperable son vistas como monstruos por otras mujeres. Ni hablemos de quienes abortaron, abandonaron o sencillamente privilegiaron sus proyectos laborales -como cualquier varón promedio-.

 

(Imagen: fotograma The lost daughter)

No existen decisiones sin costos, pero para las mujeres hay costos y castigos, cada vez que el mundo te recuerda lo tenebroso que es no desear la maternidad o que te canses o que ya no puedas más. Nadie nombra la asfixia que genera el exceso de trabajo, al que no se puede renunciar sin ser vista como una loca o psicópata, una extraviada e irresponsable. Presten atención a la escena donde Nina quiere la llave de la casa de veraneo de Leda para encontrarse con un pibe de la isla mientras el marido está fuera, piénsenla en contexto.

 

Leda también recupera momentos deliciosos de la maternidad, pequeños rituales, encuentros con lxs hijxs, intercambios y conexiones que son maravillosas incluso en el presente del personaje. Jugar hasta el cansancio en el suelo, ir a una plaza, cocinar, abrazarse o pelar una naranja juntxs sin que se corte la cáscara. Me recuerda a los juegos con mi mamá y a lo que yo misma hago con mi hijo cuando parto su naranja en tres mitades, que no son iguales, pero que tienen que ser tres. Siempre me la pide así, es un rito de amor, de atención y concentración, a la vez que un símbolo de complicidad y de lo vulnerable que es la continuidad del afecto, la persistencia de lo vulnerable o la permanencia de lo frágil.

 

A veces también podemos no querer, estaría bueno pensar en eso, en mujeres, en madres todas más cerquitas de nuestro goce (gracias Lacan).

*Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta / Imagen de portada: fotograma The lost daughter.

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