Por Lorena Boschero. Especial para La Marea Noticias. Ilustración: MARIELA ABBOUD mari.abboud.art
“Este poema va a ser
una casita
a la que puedas venir
cuando todo refugio
se vuelva hostil”
Tamara Grosso
“Me pego un tiro con una palabra, que alguna vez me fue tan transparente”
Adrián Abonizio
“El amor es un derecho humano, pibe”
Guillermo Saccomano.
¿Cómo llegamos a consolidar una realidad en la cual mujeres son prendidas fuego por su orientación sexual? En la que una persona es maltratada a golpes por el color de su piel. En la cual una adolescente es agredida físicamente porque su cuerpo responde a patrones hegemónicos de belleza. En la que alguien se hunde en la tristeza y la soledad que provocan la burla y el desprecio.
¿Cómo y desde dónde construimos la otredad para validar y naturalizar esos actos de violencia? ¿Bastan las palabras para convertir al otro, otra, otre como sujetx de odio? ¿Cuál es la distancia posible entre el discurso de odio y el acto de odio?
Demasiadas preguntas.
Cada vez que escribo estas columnas, lo hago a partir de ideas, temas o sensaciones que están en mi cabeza un tiempo, hasta que se van consolidando en conceptos, en palabras y en imágenes que siento la necesidad de expresar y compartir. Pero esta vez, es diferente. El tema irrumpe en una sociedad que día a día se consolida en relatos que promueven el odio y la crueldad y hacen apología de una violencia desmedida que tienen al otrx como único blanco.
No tengo ideas previas, no encuentro perspectivas, sólo escribo como un ejercicio que me ayude a pensar y a tratar de encontrar explicaciones a lo indecible, escribo buscando entre mil encrucijadas, escribo como un acto de resistencia y como una forma de decir no.
Las palabras no solamente matan, también hieren, mutilan, humillan, pisotean. Con palabras podemos construir armas letales y de destrucción masiva, narrativas que tienen como finalidad construir a un sujeto de desprecio, a un blanco fácil. Los discursos de odio son eso, son acciones comunicacionales que atacan o agreden a una persona o a un grupo de personas por características que le son propias e inherentes. El color de la piel, el peso corporal, la orientación sexual, las creencias espirituales se convierten en puntos débiles sobre los que algunxs golpean y otrxs son golpeadxs. De este modo, la raza, el cuerpo, el deseo y la espiritualidad del otrx son desmaterializados y convertidos en instrumentos de tormento y en motivos de dolor. Los discursos de odio construyen demonios en torno a cotidianidades y despojan a la otredad de su condición humana, compleja, subjetiva, reduciéndola a sólo un aspecto de sí misma, el aspecto a aborrecer.
Ahora ¿pueden estos relatos configurar lo real? ¿es posible que habitemos un mundo construido y subjetivado en discursos de negación del otrx como ser humano?
El fenómeno masivo que implica el anonimato detrás de las redes sociales, la ilusoria libertad de opinar sin restricciones (y sin empatía), los estereotipos que nos recorren, los mandatos que nos determinan, los prejuicios que se naturalizan, la masividad que nos anula y nos confunde, la virtualidad que nos aleja, la mentira posmoderna de la autosuficiencia, la burla salvaje del salvarse solx, la política de la ira, la sombra de la casta, los recursos cada vez más escasos, el fantasma del descenso social, la guerra entre pobres, la tentación eterna de buscar responsables y la moral judeocristiana de purgar las culpas se vuelven el contexto ideal para la proliferación de estos relatos. Relatos que hablan en realidad de frustraciones, de soledades, de deseos reprimidos, de miedos e inseguridades. Relatos que al final y no tan lejos, están digitados, construidos y direccionados por los sectores centrales de la hegemonía para forzar el caos, romper lo colectivo, destruir lo articulado y sembrar la duda, el individualismo y el conflicto. Relatos que son funcionales al status quo, que le temen a la complejidad maravillosa de lo distinto, a la belleza de lo singular, a la potencia de lo grupal y por eso demonizan, atacan, destruyen. Relatos que configuran, para algunas personas, mundos inhabitables, espacios hostiles, angustias, ansiedades y andares atravesados por la tristeza y el dolor.
Escribo como un ejercicio de pensamiento, como una exploración, como un recorrido. Escribo intentando respuestas y también preguntas, ensayando alternativas y escribo para otrxs, para ustedes, para que seamos muchxs, montones.
Porque la palabra también puede ser flor y remanso, puede ser saliva que calma el ardor, puede ser brisa que alivia y repara. La palabra puede ser trinchera y muralla y escudo y coraza y resistencia. Enfrentemos al odio, desactivemos sus mecanismos perversos, desarticulemos los relatos que estigmatizan, revisemos nuestras prácticas como hablantes, eliminemos de nuestras narrativas los lugares comunes, los prejuicios, los sesgos. Construyamos relatos amorosos, no hablemos de cuerpos, de colores, de deseos, no propongamos batallas que no valen la pena disputar. Elijamos el respeto, vivenciemos la verdadera libertad, ejerzamos la tolerancia y la ternura, adoptemos la empatía como la única forma posible de supervivencia.
Y seamos muchxs, seamos montones, seamos brisa y saliva y escudo. Y cuidemos mientras nos cuidan.