Leer Feminista

La belleza infinita de las señoras

Notas de lectura sobre los Cuentos completos  de Hebe Uhart (Adriana Hidalgo, 2019) 

por Camila Vazquez

Hace poco me crucé al señor del vivero del Parque Sarmiento. Yo no sé si él me recuerda, pero cada vez que me ve me dice “hija”. Adiós, hija. También, cada vez que llevo una planta, me pregunta dónde vivo. Me lo pregunta por la cantidad de plantas, porque las llevo en la bici. Tené cuidado, hija, me dice.  Vaya despacio. A él le cuesta soltarlas, son como sus hijas. Se nota que las hace él porque anda agachado cuando una llega, las manos llenas de tierra. En seguida te atiende tartamudo: qué. Qué precisa, señorita. Claro, sí, sí. Tengo margaritas. ¿Petunias no quiere? A menudo se confunde los precios. Pero la confusión no sigue un rigor. Es aleatoria. A veces, encarece; pero casi siempre, baja. También le gusta hacer precio, venderte una más por un monto mínimo.Yo creo que imagina los precios, no es que tiene una lista organizada. Le pone un precio al azar. Las margaritas africanas están 500, no, 550. Entiendo que su tartamudez no está solo en el temblor en la voz, sino que el rodeo es una forma de pensar suya. De dudar. A veces, como quien hace un doble análisis sobre las cosas. Él quiere darte las plantas, pero antes se cerciora: ¿y dónde la vas a poner? Agua dos veces mínimo. Luz directa no, te la mata a la plantita. Siempre quiero escribir sobre él. Me cae mejor que el señor del otro vivero del mismo barrio. El otro vivero conviene más, tiene mejor precio, más variedad. Pero a mí me gusta hacer una visita al señor del vivero del parque. Sobre todo porque tiene muchas mariposas. Y su vivero es su jardín. Es decir:  vive en el vivero. Vivir en el vivero es una frase un tanto cacofónica, pero a una psicoanalista seguro le gustaría. Diría algo sobre el vivir, un vivero: un lugar donde hay mucha vida.

Estos divagues sin ton ni son viene de un ejercicio que me planteo después de leer a Hebe Uhart, y al que someto a lxs pobres lectores de estas notas. Mientras la leo, me pregunto: ¿no será demasiado grandilocuente escribir la recomendación de una obra completa? Tal vez hubiera sido mejor tomar una porción. Solo un libro. Pero yo tomo la obra completa porque estoy bajo los efectos del asombro y los del entusiasmo. Dos efectos que sin dudas trae la propuesta de escritura de Hebe Uhart: una obra simple como la ciencia de vivir día por día. Como podría decir la poeta uruguaya Circe Maia, a quien seguiré citando.. Pero una obra en la que hay ciencia en vivir día por día y, sobre todo, en escribir es vida sobre el ordinario vivir. Quiero usar esa frase porque, dicha así, da el efecto de anacrónico, como si la hubiera dicho otra persona y no yo. Y así es la obra de Hebe, plagada de modismos y vericuetos personales y locales del habla de sus personajes. Hebe Uhart (1936-2018), descendiente de vascos e italianos, criada en un pueblo de la provincia de Buenos Aires,  fue escritora, filósofa y docente. Escribió, sobre todo, cuento, novela y crónica. Fue talleristas de escritores reconocidxs. 

Vuelvo, entonces, a mi megalomanía lectora y recomiendo, como dije, con asombro y entusiasmo, este tomo inmenso de cuentos que se leen a rolete, sin parar, que no son sórdidos ni graves, ni guardan en su corazón, en su motor de pequeña maquinaria, nada raro, ninguna trampa aparente, ningún doblez o estrategia para “pillar” al lector. En principio, este efecto parece sugerir que en sus cuentos no pasa nada, o pasa poco. Pero pasa. En los cuentos de Uhart hay un equilibrio casi zen entre el mundo interior de los personajes y sus salidas al exterior, de las que extraen toda la maravilla de estar vivos para contar. No son muy ensimismados. Y, aunque digna filósofa, en sus textos no hay un psicologismo denso, aburrido, como el de esos escritores medio existencialistas, como la contracara de un Paulo Cohelo depre, si se me permite el parecido con Ernesto Sábato. Sus cuentos son cuentos de lenguaje. Quiero decir que, aunque a priori esta es una obra “de la vida cotidiana”, sus cuentos confieren su entera importancia al lenguaje. A cómo hablan los personajes. Dialogan, fabulan, divagan, cuentan, llaman, conversan, pelean, se entreveran. Hacen cosas con el decir. Y el decir es fundamental para Hebe Uhart. Tanto que tiene un cuento que se llama Conversación en la terminal y una clase, recopilada por Liliana Villanueva en Las clases de Hebe Uhart (Blatt y Ríos;2015), que se titula Cómo habla la gente.Hebe cuenta en varias entrevistas sus prácticas de escritura. Ella no espera, como la mayoría de lxs escritores, que por escritorxs son egocéntricos, que la imaginación acuda. Va y se toma un tren al primer pueblo que se le cruza. Se queda a dormir en el pueblo. Si no hay hotel, la hospeda un vecino y, sobre todo, charla. Conversa. Y así es como llega al corazón de sus relatos vivos: con el habla. Siendo una obra “simple”, la de Hebe es absolutamente una obra “de lenguaje”, como decía. En el sentido de que todo el universo de sus textos se sostiene en la sintaxis, en las forma de construir oraciones de sus personajes, por un lado; y en el nivel semántico, los campos de palabras y dichos que conjuran. Cada uno trae su propio refranero: “no te hagas la chancha renga, ¿qué te has creído, eh?” o “no gastar pólvora en chimango, para no dar por el pito más que lo que el pito vale”. Pero no por simples a sus cuentos les falta espesor. Son cuentos profundos, que llegan a un sentido casi clásico. Cada personaje está abatido por una cuestión universal difícil de dirimir: la muerte, la soledad, la infidelidad, la precarización laboral, la vejez. Y una entiende a sus personajes. Eso pasa. Porque son personajes fallados. Tienen fisuras, como proponía Hebe del cuento. Que el cuento tuviera fisuras. Acudimos, desde el lenguaje mismo, a la mirada singularísima de cada uno y a su propia desolación: “Yo siempre fui muy sensible; las cosas me pegan por adentro; vos sabés. Mientras caminaba y caminaba, a veces pensaba: ¿Por qué me habré casado con Aldo? Si le preguntás si algo está rico te dice:  se deja comer”.  Sin que la miseria, o incluso la ternura ni la gracia se traguen el cuento. A esto Hebe lo llama “escribir a media rienda”, es decir, no tener una afectación  total, afectada con lo narrado. Y esta bien. Una vive de ese modo. Aunque esté pasando el peor momento, va y da la clase de literatura argentina. No dice ni mú frente a sus alumnxs. Incluso se ríe. 

Volviendo sobre la vejez, hay algo de centralidad de los personajes mayores, o ya adultecidos, y los niños. Como si Hebe tuviera en su escritura algo de los dos mundos. Cierto asombro, propio de la infancia; a la vez que cierto entusiasmo, ciertas ganas de vivir, propia de las señoras mayores. Se podría hacer una tesis muy rigurosa sobre las señoras de Hebe. Por ahora, anoto lo que esta nota como una plantita me dicta. En sus cuentos, la edad no está tanto en el rostro sino en la hazaña. Cuando una mujer ha diseñado los trucos suficientes para sortear al marido que no le da bola, para salirse con la suya, para hacer oídos sordos a un mundo que la quiso siempre sometida,  para hacer actos pequeños, inútiles, bellos como criar una planta, estamos frente a una señora. Una señora de digna de ver. No la “señora de”. No hay un tipo de señora, no es que necesariamente sepa las cosas de la casa. Eso no es una señora, es un mandato. Más bien, la señora es un halo, un aura de sabiduría y gracia que las jóvenes no tienen ni tendrán nunca.  Por eso, no importa el género. Unx puede ser señora más allá del género. Entonces, la edad es linda. Esa falta de desesperación con el tiempo, las manías en el lenguaje que se han quedado ahí, estacionadas, han erosionado la lengua a la vez que miles de adolescentes engendran nuevos términos como: facto. Creo que Hebe Uhart tiene una escritura de señora, no por anticuada ni mucho menos. Sus cuentos son muchos más frescos que los que muchxs jóvenxs podemos escribir. Sino porque Hebe ha alcanzado una sabiduría en el escribir y es que escribir no es un acto divino ni iluminado: sus cuentos son de los más simples, llenos de personajes comunes y entrañables, como las personas vivas. Como en Puig o como en Silvina Ocampo, los dramas filosóficos le ocurren a señoras de pueblo, a directoras de escuela, a niños medio burros. Por ejemplo, dice el último y mítico párrafo de Guiando la hiedra: “Me siento tan humilde y tan gentil al mismo tiempo que agradecería a alguien, pero no sé a quien. Reviso mi jardín y tengo hambre, me merezco un durazno. Enciendo la radio y hablan de la onza troy; no sé qué es ni me importa: arre, vida hermosa”.  Cada unx sufre de una soledad arrolladora. Y no hace, sin embargo, un espamento de su drama: “Entiendamé: no me enamoré ni cabe enamorarse a mi edad, y además, mirándolo fríamente a mi profesor de gimnasia, hasta podría ser que tuviera pinta de haragán. Jamás me casaría con un hombre así. (…) ¿Sabe en lo que pienso? En cómo vuelvo a mi pueblo.”. Así, los cuentos de Hebe. Un cuento es una plantita que nace, decía ella que decía Felisberto Hernandez. Hebe podía hacer cuentos como plantines porque sabía que escribir es escuchar. No decirle a las flores de la lengua lo que deben ser, sino dejar ser a las flores de la lengua. Con humildad. Como una maestra de escuela. Con su bajo salario. Con su vida común y corriente: “Un maestro que se precia debe saber fingir enojo y asombro. Diría así: -¡Cómo! ¿Pasando por encima de los bancos? Pero el enojo debe ser genuino, porque los chicos lo detectan (…)”. O este pensamiento honesto, tristísimo y vital a la vez: “ ‘Y bueno’, pensó doña Herminia, ‘perdió la memoria. Y bueno, ¿para qué necesitaba tanto la memoria? Historiadora no iba a ser. Bah, y a veces, cuando una persona sufre mucho en la vida, casi es un bien perder la memoria. Dios sabe lo que hace…’. Genoveva lavó los peines, durmió la siesta y después, a la tarde entre las dos, hicieron un pan dulce con mucha fruta abrillantada”. Yo no conocí a Hebe más que por sus cuentos. Como cada vez que me gusta una obra, me vuelvo medio amiga en la lectura de la autora. Y me agarra el fenómeno de llamarlas por el nombre, como si las conociera, pero no. Posiblemente, por lo que dicen, hubiera desaprobado mi desmesura, mi no media rienda: escribo estas notas con entusiasmo, con ganas de leer y escribir sobre la vida común. Posiblemente, Hebe también hubiera desaprobado -por como hablan también sus alumnxs de taller de ella- esta romantización de las señoras. Como ese meme sobre el viejito tierno que termina siendo reverendo facho. Bueno, solo quiero romantizar un rasgo de algunas señoras, muchas señoras que una escucha y, quizás, la señora que aspira a ser. Una señora que haga budines esponjosos, porque “porque a las galletitas les falta la tercera dimensión”. Lo que sí es importante decir, antes de profundizar en las vaguedades de esta lectura entusiasmada, es que la obra de Uhart postula una política de la literatura: la literatura de la vida ordinaria, la belleza allí mismo. Lo más profundo no es íntimo, decía Circe Maia.

 

 

Compartinos tu opinión

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *