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La sustancia de nuestros miedos y cicatrices

 La película La Sustancia (2024) muestra los peligros de una industria que impone estándares inalcanzables de belleza, arrastrando a muchas personas hacia prácticas estéticas perjudiciales y letales, la mayoría mujeres y disidencias. Esta historia conecta con las alarmantes realidades médicas sobre los trastornos alimentarios y el abuso de procedimientos invasivos en Argentina. En un contexto donde las redes sociales y la presión de “amarte tal cual sos” profundizan las crisis de salud mental, La Sustancia (una coproducción internacional entre Estados Unidos, Francia y Reino Unido) se presenta como un llamado a cuestionar los ideales impuestos y reconstruir una relación más saludable con nuestros cuerpos. ¿Estaremos preparadas para salir del laberinto de la perfección?

Por Fiamma Zirpoli para La Marea

Aclaración: NO CONTIENE SPOILER

Mientras me encuentro trabajando en un material que aún no ve la luz, creado por el Ministerio de las Mujeres y Diversidad junto al Ministerio de Salud y Fundación Huésped acerca del tratamiento de pacientes que hayan incurrido en el uso de silicona líquida inyectable para modificar su apariencia o reafirmar su identidad de género, me visita una amiga para cenar, “distraernos” de la semana que hemos tenido, comer empanadas hasta el hartazgo y mirar La Sustancia (2024)

La película  dirigida por Coralie Fargeat, (disponible en Prime Video) se adentra en el mundo de los mandatos estéticos que sufrimos muchas personas, principalmente las mujeres y disidencias. Es una historia que refleja, mediante un tono bastante extremo, los peligros de una industria que explota los cuerpos y refuerza estándares inalcanzables de perfección, empujando a las mujeres a prácticas muchas veces letales. Esto no es solo una ficción: se conecta con realidades alarmantes sobre prácticas y procedimientos altamente perjudiciales para la salud.

En Argentina, los trastornos de la imagen y los trastornos de la conducta alimentaria afectan a un gran número de personas, posicionándonos en el segundo con más cantidad de casos de TCA, sólo por debajo de Japón y encima de Estados Unidos. Según datos de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA), entre un 10 y un 15% de la población argentina tiene algún tipo de trastorno alimentario, siendo el 90% de las afectadas mujeres y el 10% varones. La presión social sobre la imagen corporal, fomentada por los medios y la industria de la moda, ha llevado a muchas personas a adoptar hábitos extremos para alcanzar un ideal de cuerpo inexistente.

 

1- Felicitas, Rebelde Way (2002)

 

2- El debilitador social, Los Simuladores (2003)

 

3- Abzurdah, libro de Cielo Latini (2006)

Nada nunca parece ser suficiente para el monstruo de la autoexigencia y el perfeccionismo que convive dentro nuestro, que se alimenta del más abundante banquete: los mensajes de odio. Mientras que ya a principios de los 2000 estas problemáticas se representaban en los medios de manera preocupante, como si eso fuera poco, surgieron las redes sociales que funcionan como un kiosko del horror Open24 que no cierra ni se desconecta. La presión de “amarte tal cual sos” y “buscar tu mejor versión” derivan en otro tipo de trastornos de salud mental como la depresión y la ansiedad, la epidemia que agravó la pandemia de COVID-19.

El confinamiento se erigió como el momento fundacional de esta dependencia sobre las redes sociales. Las plataformas digitales se consolidaron como la única vía de conexión y, lo que debió ser un espacio de apoyo mutuo, se transformó en un espejo distorsionado lleno de “todo lo que está bien”. Esta exposición manipulatoria y competitiva intensificó la sensación de insuficiencia. 

La autoexigencia, las expectativas tergiversadas desembocan en una lucha interna constante. La búsqueda de perfeccionismo no solo afecta la autoestima, sino que también desgasta los recursos emocionales y provoca un estado de hiperalerta y fatiga crónica. La paradoja es que, en un entorno que nos insta a “amarnos” y “perfeccionarnos”, la salud mental se deteriora por el simple hecho de intentar cumplir con ambos mandatos a la vez.

En el ámbito médico, las complicaciones derivadas del uso y abuso de tratamientos estéticos invasivos revelan un escenario oscuro: 

En Argentina, la demanda de tratamientos estéticos está en constante crecimiento, con más de un millón de procedimientos realizados anualmente. En 2022, se registraron 461,589 procedimientos quirúrgicos y 554,929 no quirúrgicos, destacándose las cirugías de aumento mamario, liposucción, cirugía de párpados, y rinoplastía como las más populares​. Además de los procedimientos quirúrgicos, los tratamientos no invasivos continúan siendo muy solicitados​, como las inyecciones de ácido hialurónico que experimentaron un aumento del 30% a nivel global.

Esta tendencia ha generado preocupaciones sobre los riesgos asociados: inflamación, dolor crónico, limitación de la movilidad, y, en casos extremos, el síndrome de autoinmunidad inducida, una reacción del cuerpo que genera fatiga crónica, dolor muscular y problemas neurológicos severos. En el caso de la silicona líquida, por ejemplo, al migrar y mezclarse con tejidos, crea cicatrices dolorosas y permanentes que afectan el sistema linfático y pueden dañar nervios, generando un deterioro progresivo en la calidad de vida de quienes se someten a estos procedimientos.

Uno de los datos más preocupantes, consiste en que muchas veces estos tratamientos no son aplicados por profesionales, lo cual deriva en situaciones graves.

Un caso emblemático es el de Silvina Luna, quien enfrentó durante años serias complicaciones de salud tras una serie de intervenciones estéticas en la que le inyectaron metacrilato en los glúteos, un producto similar en su comportamiento en el cuerpo a la silicona líquida. Las sustancias, inicialmente vistas como inocuas, migraron por su cuerpo y le provocaron una insuficiencia renal crónica que la llevó a ser dependiente de diálisis y finalmente a la necesidad de un trasplante de riñón. Desde ese momento Silvina, quien falleció en 2023 debido a las complicaciones derivadas de este procedimiento, se convirtió en un símbolo de la lucha contra la violencia estética y la industria que prioriza la ganancia por encima de la salud de las personas.

Si algo hemos aprendido en estos años de lucha feminista es que, aunque estos procedimientos puedan parecer una elección individual, se trata más bien de una respuesta a una presión social y cultural que empuja a las mujeres a modificar sus cuerpos para pertenecer a un estándar.

 

En La Sustancia, se muestra cómo la protagonista, Demi Moore, es conducida hacia estas prácticas que, aunque prometen belleza y juventud, la llevan a un camino de dolor y autodestrucción. Al igual que en la vida real, la película ilustra cómo estos procedimientos pueden causar daños permanentes, tanto físicos como psicológicos, y cómo esta búsqueda de un ideal responde a una opresión sistémica que ve el cuerpo femenino como un objeto a moldear.

Además, se presenta como un contradiscurso muy fuerte al boom de Barbie (2023), cuya crítica muchas veces fue acusarla de “demasiado vainilla”. En este caso, se revela desde el horror que significa la verdadera lucha interna que muchas de nosotras hemos atravesado -aún hoy- respecto al habitar nuestro propio cuerpo, que a veces se siente como una tortuosa cárcel.

La invitación es a replantearnos nuestra valoración sobre los cuerpos diversos y a construir una sociedad que valore esa diversidad y rechace el sacrificio de la salud en nombre de un ideal hegemónico impuesto. Pero ¿Acaso estaremos preparadas y preparados para salir del laberinto alguna vez?

 

 

 

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