A veces, un simple gesto como pelar una mandarina nos conecta con recuerdos profundos: los abuelos, los cuidados, el paso del tiempo. ¿Y si pensamos en el envejecimiento desde una perspectiva de género?
Las mujeres cargan con años de trabajos invisibles y cuidados no reconocidos. La Ley de Moratoria Previsional permitió que muchas mujeres que no alcanzaban los aportes suficientes accedieran a una jubilación mínima. Aunque esto no resuelve las desigualdades estructurales, según CEPA el 75% de quienes acceden a una jubilación por moratoria son mujeres.
El envejecimiento es un proceso inevitable, es hacia donde todos vamos pero un espejo donde nadie quiere verse. En esa tirantez estamos, no sólo cada uno y cada una en su propia vida y en relación a sus viejos, sino a nivel nacional específicamente en estos momentos: luchando contra el ajuste de quienes vivieron ya demasiados ajustes.
¿Estamos realmente preparados para acompañar el envejecimiento de nuestras y nuestros mayores? ¿Cómo cuidamos a aquellos que han vivido cuidando de todos? En el Día del Jubilado y la Jubilada, hacemos un repaso por las dificultades de llegar a viejo en Argentina, un tema que no pierde vigencia.
Por Fiamma Zirpoli para LA MAREA
Esta tarde, mientras como una mandarina su perfume me inunda y rápidamente viajo al mismo lugar al que siempre me escapo cuando pelo esta frutita: a la casa de mis abuelos maternos. El viejo la comía religiosamente de postre cada mediodía; la vieja prendía sus cáscaras sobre la hornalla de la cocina para “sacar el olor a comida”.
No me llevaba muy bien con ellos. En realidad, ellos no se llevaban muy bien con mi papá y con mi mamá, entonces no se llevaban conmigo. Pero de niña estuve gran parte del tiempo a su cuidado porque mi mamá, docente, trabajaba doble turno. Los observé mucho y aprendí aún más, aunque quizás no se hayan dado cuenta. A fin de cuentas el amor se trata de prestar atención.
Mi abuela nunca prestaba atención, parecía que siempre estaba nadando en su propia mente. ¿En qué capítulo de su frágil vida andaría? En el barco que siempre, una y otra vez, la traía de España; quizás en el parto de su hija mayor -mi madre- que tanto sudor y lágrimas le costó; o tal vez estaba repasando la lista del super al que iba no pocas tardes y al que mi abuelo la acompañaba esperándola en el auto.
¿Habrán llegado a esa etapa con los objetivos cumplidos? Con uno, al menos. ¿Habrá sido justa la vida en algún momento? ¿Habrán deseado ser abuelos, madre, padre, marido y esposa? ¿Habremos sabido acompañar ese envejecimiento?
El envejecimiento es un proceso inevitable, es hacia donde todos vamos pero un espejo donde nadie quiere verse. En esa tirantez estamos, no sólo cada uno y cada una en su propia vida y en relación a sus viejos, sino a nivel nacional específicamente en estos momentos: luchando contra el ajuste de quienes vivieron ya demasiados ajustes.
Qué difícil no caer en binarismos cuando hay que reconocer que hombres y mujeres no sólo cobran diferente y tienen diferentes accesos al mundo laboral, sino que cargan con todo lo demás de manera diferente: los cuidados intrafamiliares, las formas de amar, los derechos y obligaciones dentro de la sociedad. También así envejecen de maneras distintas debido a los roles de género impuestos a lo largo de sus vidas.
El abuelazgo será deseado o no será
Creo que cuando escribieron la Biblia se saltearon el mandamiento que venía después de “parirás con dolor”: el de “maternarás por el resto de tu vida”. A tus hijas e hijos, a sus hijos y quizás a los de ellos también, a tus parejas, a tus padres y hermanos. ¿Existe otro destino que no desemboque en ese lugar? Los trabajos domésticos y de cuidados no solo han sido históricamente invisibilizados, sino que también son “una de las principales formas en las que se perpetúa la subordinación de las mujeres», como dijo Silvia Federici (2018).
Las viejas que lavaron pañales y secaron mocos tienen derecho al ocio, a llenar sus vidas como se les de la gana. Para eso son las jubilaciones, para eso son las pensiones por ama de casa. Se trata de devolver algo de lo que nos fue dado, de brindar algo que todos demandaremos en algún momento. La Ley de Moratoria Previsional permitió que muchas mujeres que no alcanzaban los aportes suficientes accedieran a una jubilación mínima. Aunque esto no resuelve las desigualdades estructurales, el 75% de quienes acceden a una jubilación por moratoria son mujeres (Centro de Economía Política Argentina (CEPA), julio de 2022).
Y no hablo de pagar la muerte en cuotas, sino de habitar una vida desde el deseo. Según Marcela Cerrutti y Alejandro Pardo, en su estudio sobre envejecimiento y género en América Latina (2020), las viejas «tienen una mayor probabilidad de caer en la pobreza debido a su participación desigual en el mercado laboral, los bajos salarios y la falta de acceso a pensiones justas». La feminización de la pobreza tanto como la feminización de la vejez, son fenómenos globales que se asientan en el trabajo no remunerado de cuidados que tradicionalmente han desempeñado las mujeres, lo que ha limitado su participación plena en la vida económica.
¿A dónde va la gente cuando envejece?
Desde hace algunos años, cuando comenzaron a morir mis abuelos y los de mis amistades, empecé a reconocer un patrón. Confieso no haberlo estudiado en profundidad sino apenas lo suficiente para generar la siguiente hipótesis: las mujeres viven más años que los hombres.
Esto es terrible porque, si bien la edad productiva ya es bastante acotada teniendo en cuenta las expectativas de vida actuales (hombres 72 / mujeres 78 años según el INDEC), las mujeres ven aún más reducida ésta a su edad re-productiva. Seguimos siendo para el sistema máquinas obsolescentes. El descarte, lo que queda de una menopáusica y exprimida vida por trabajar, maternar, cuidar de otros sin desatender nunca la imagen porque “qué dirán aquellos”, ese pedacito desgarbado de vida es cooptado de nuevo por este sistema poniéndolo al cuidado de seres cada vez más pequeños.
Por su parte, los hombres tienden a experimentar la vejez desde una masculinidad tradicional que les ha enseñado a evitar expresar vulnerabilidad o dolor. Esto los lleva a un alto grado de soledad sumado a patologías que pocas veces son tratadas a tiempo por el rechazo hacia el autocuidado. Raewyn Connell, experta en estudios de masculinidades, sugiere que «la construcción de la masculinidad hegemónica promueve el distanciamiento emocional, lo que resulta en mayores niveles de aislamiento y problemas de salud mental en hombres mayores» .
En este sentido, el desafío para los hombres mayores es encontrar nuevas formas de relacionarse, que no se basen en los roles laborales o familiares tradicionales. Implica reencontrarse o, muchas veces, encontrarse por primera vez con un grupo de pertenencia del que en verdad nunca habían formado parte totalmente.
Abordar el envejecimiento desde una perspectiva de derechos, requiere políticas que consideren las particularidades de las mujeres, los hombres y las personas LGBTQ+ en la vejez. Como menciona Amelia Valcárcel (1997), «la justicia social en la vejez sólo puede alcanzarse si se aborda la intersección entre género, clase y edad, para garantizar que todas las personas puedan envejecer con dignidad». La creación de programas de pensiones equitativas, acceso a servicios de salud especializados y una mayor visibilización de la violencia de género en esta etapa de la vida son pasos cruciales para garantizar una vejez diferenciada según las necesidades individuales y, por ende, realmente digna.