Leer Feminista

La ley de los volcanes

Notas de lectura sobre Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de Mónica Ojeda (Random House, 2023) y breve entrevista con su autora

Noa y Nicole emprenden su peregrinación junto a otrxs jóvenes cuyo coro conforma la música de esta novela. El viaje, pasaje iniciático, tiene el objetivo de encontrar al padre de una de las amigas, que vive en la montaña desde que la abandonó. Es el año 5440 del calendario andino. En la cima hay danzas, cantos ancestrales, experimentación sonora, poesía y duelos.  Conversamos con su autora y ensayamos algo así como una reseña.

por Camila Vazquez

¿Qué hay arriba de las montañas que las subimos?, ¿bajamos iguales de ellas o es cierto que cada sendero nos surca a su vez, nos erosiona a nosotras?, ¿de qué género son las montañas?, ¿y qué criaturas son capaces de vivir en ellas? Eso que está arriba y solo arriba, ¿es algo antiguo y mineral como las rocas?, ¿o gaseoso como las nubes? 

Ir a la montaña es (…) sostener y dejarse sostener por el deseo de descubrir, dice  Leonardo Leibson. Como los versos del poeta peruano José Watanabe que cantan: Otra vez es tiempo de ir a la montaña/ a buscar una cueva para hibernar./ Voy sin mentirme: la montaña no es madre (…) o como los versos de Adrienne Rich: Quiero viajar contigo a cada montaña sagrada/que humea por dentro, encorvada como la sibila sobre su trípode,/ quiero estirarme para alcanzar tu mano al escalar la senda y/ sentir tus arterias brillando en mi mano,/ sin dejar de notar nunca la flor pequeña como una joya/desconocida, sin nombre hasta que la nombramos, así lxs jóvenes de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la última novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda. Poemáticxs, mágicxs, festivxs estxs personajes capaces de decir:  entre el humo de la fiesta, fuimos jóvenes porque nos atrevimos a quitarle el peso a la muerte, peregrinan hacia un festival en los volcanes andinos del Ecuador. Así, con una vorágine hecha de rocas y de ritmo, se escribe esta novela. Desde la Marea, conversamos con su autora que, sin conocernos, nos dice que sí a las preguntas con gran generosidad.

 

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-¿Es importante para vos asumir la particularidad de un territorio en tu escritura?, ¿algo de la sensibilidad poética de este libro tiene que ver con el espacio en el que se sitúa o del que se nutre la historia?

 

El territorio es cuerpo físico e imaginado, afectos y dibujo de la vida. Para mí, la geografía tiene menos que ver con un mapa que con el espacio donde se inscribe y se escribe un cuerpo. Tiene que ver con una geografía emocional. En ese sentido, el territorio no es un mero paisaje o un mero escenario, sino una extensión del cuerpo que piensa, llora y ríe y teme. Las imágenes, las historias, las ideas, los sentimientos vienen de allí. La escritura viene de allí.

 

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Dos amigas que huyen de una forma de la violencia para abrirse a otra forma de la violencia, pero de la belleza, pero de la intensidad, pero de la magia, son las protagonistas difusas de este texto. Suben desde un Guayaquil del fin del mundo hacia una fiesta electro chamánica en un futuro tan distópico como natural: ¿en qué más podrían derivar siglos de extractivismo; genocidio cultural, ambiental; narcotráfico; pobreza; dictaduras? Un futuro que retorna al mito porque el futuro como algo hacia adelante ha dejado de ser posible de imaginar para estxs jóvenes. Noa y Nicole emprenden su peregrinación junto a tantxs otrxs jóvenes cuyo coro conforma la música de esta novela. El viaje, pasaje iniciático, tiene el objetivo de encontrar al padre de una de las amigas, que vive en la montaña desde que la abandonó. Es el año 5440 del calendario andino. En la cima hay danzas, cantos ancestrales, experimentación sonora, poetas, perfomers, diablumas, brujas, cantoras, etc. 

Una novela que en su escritura conjura un rito chamánico en sí: una escritura que se focaliza en el sonido y por momentos no permite frenar, que tiene ritmo y es intensa. Una escritura como de bombos y gañidos de animales. Una escritura con energía ritual. Una escritura lírica que abre el paso a que la historia no lo sea todo -aunque sea tanto, tomada por los acontecimientos, por la vorágine-. Que tiene sus música profunda, como nutrida desde lo más mineral, desde los mitos: que la escuchamos porque nos habla. Una música atonal que nace desde la garganta de las chamanas. Una música rota, unxs personajes igualmente rotxs, igualmente complejxs, igualmente tironeados por las fuerzas del amor y de la miseria. 

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-¿Creés que la  escritura puede ser una especie de ritual? En ese caso: ¿qué se conjura en la tuya?

 

Sin duda. Yo creo que todas las personas que escribimos tenemos nuestros rituales. En mi caso, hay un primer momento del ritual que yo llamo «la invocación de una imagen». Todo lo que escribo nace de la fascinación que me produce alguna imagen poética. Luego, tras meses o años de examen de esa imagen, voy sacando posibilidades narrativas y poéticas. En ese tiempo me rodeo de objetos que me evocan esa imagen: escucho música, veo películas, voy a exposiciones que me la recuerden o me hagan pensarla desde otro ángulo. Dibujo, pinto, anoto en cuadernos. Mi escritorio se convierte en un pequeño altar, y es allí donde me siento a escribir. 

 

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Una montaña tiene picos y filos. Una montaña es como una cuchillera: también acecha. No conozco los Andes ecuatorianos. Apenas crucé la cordillera entre Chile y Argentina. Pero atravesándola es que una comprueba que las cimas son infinitas: que hay un pico y otro pico y otro pico, que siempre hay más. Así, la última novela de Mónica Ojeda. Que sorprende porque en medio de la fiesta hay un valle en la escritura. En medio del Ruido Solar hay el diario de un hombre que fue padre y ya no. Un registro totalmente diferente al de los jóvenes extasiados. Un ritmo seco y chúcaro: el de un hombre que no quiso ser padre. Había permanecido con Mariana y con Noa a costa de destruirme, tenía asumido ese sacrificio pero, abrazado al cadáver de la yegua, entendí que yo no era un padre ni un marido, solo un hombre cuyo amor era insuficiente.  Esta novela es capaz de contar la complejidad del paisaje en su belleza, en su ternura y en su miseria. Sin condenar ni romantizar. Puede contar el peso insoportable de un amor que se termina: el de una padre que no ama a su hija. El de un padre que asume el desprecio, pero no lo hace con crueldad, como no mata a los animales que caza con saña. El tono de estos meandros en la novela muta de festivo, lisérgico, alucinógeno y mágico a lo quieto, a lo ordinario, a la vida común de un hombre solo en la montaña, un ermitaño con una luz menos estridente -acaso una oscuridad- que la del sol, aquel otro padre que se alaba en la fiesta. En esta novela, la montaña es padre y es madre y es templo, carnaval y predadora.  

Esta novela tiene picos y espejismos en sus lagos: como el de Pam, esa otra voz alucinante, asombrada por la vibración de ese corazón que crece dentro suyo, pero consciente de que no ama esa vida, que no puede criarla: por eso me emocionaba sentir a mi hije que jamás nacería ni moriría, que simplemente era un ritmo encarnado, nocturno y ciego, un renacuajo en el estanque de mis entrañas.  Esta decisión, lejos de llenarla de rencor, la hace abrazar ese trayecto con ternura, con dulzura y vitalidad extrema, como aquel cuento de Samanta Schweblin, Conservas, en el que una mujer que volverá su embarazo al estado inicial con amor inmenso como en un parto. Esta novela es difícil como las montañas, acecha nuestra moral y nos somete a una peregrinación hecha de música a sus propias lectoras.

Es compleja porque se corre del estereotipo aún en el estereotipo: los poetas y chamanes pueden ser tan sabios como charlatanes; lxs jóvenes en la fiesta tan brillantes como simplistas en su modo de consumir los ritos ancestrales; tan pasados de pose  como atravesados por infinitos duelos: familiares, amistosos, amorosos, epocales. 

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-Últimamente escuchamos decir que la literatura «sobre la naturaleza», al igual que el interés que tienen el universo literario en los últimos años por los feminismos son fenómenos de mercado: ¿tendrías algo para decir frente a estos discursos?

 

Es que son cosas que van por separado: por un lado está la potencia disruptiva y crítica de la escritura de la naturaleza (antiextractivista, ecologista, no antropocéntrica, etc.) y de los feminismos, y por otro lo que el capital quiere hacer con esos discursos críticos (que es apropiárselos, edulcorarlos —quitarles todo lo que tengan de insurgente— y venderlos en un formato controlable y poco desafiante). Sin embargo, eso nada tiene que ver con el fondo real de esas escrituras. La literatura, cuando es buena, desborda los formatos de control discursivo en donde se la quiere meter. 

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En una entrevista para Vogue, Mónica Ojeda habla sobre la posibilidad de hacer la fiesta en medio del duelo. Podríamos decir que esta novela, de alguna manera, bordea la ciencia ficción en tanto se sitúa en un futuro. Por supuesto, el futuro no nos alcanzaría para definirla. El problema es que estos jóvenes no pueden imaginar un futuro en medio de la masacre. Por eso, buscan un lugar para inventarlo. Lo hacen a través de sustancias, bailes, cantos y poemas. Todas las sustancias como un poema. Ese es su modo de conjurar un futuro. Eso y perderse: otra instancia del rito chamánico. El Ruido solar, esa especie de Woodstock andino, tiene otro fantasma detrás, además de las voces de los sacrificados que cantan en los instrumentos: los desaparecidos del festival ¿Personas que viven para siempre en un registro mítico e intenso como el del Ruido Solar? Entre la evasión y la trascendencia, en ese entre: la convergencia extraña de todas las voces que cantan en este libro. En Argentina, es casi imposible no leer la palabra desaparecido, sin pensar en la Dictadura, más en estos días, en los que la crueldad extrema del fascismo goza con el dolor de las víctimas del genocidio de Estado. Me pregunto, mientras leo, qué de estos sentidos que se juegan en las múltiples violencias que sufre Latinoamérica operan en la lectura, qué es lo que desaparece a estxs jóvenes, además del impulso de buscar vida en medio de la masacre -hacer la fiesta en medio del duelo, no por fuera suyo,  con él a cuestas-. 

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-Una de las personajes afirma en un momento:  “Entonces pensé en lo triste que era admitir que, incluso en esa montaña donde lo que llevamos dentro es pequeño, yo era incapaz de imaginarme un futuro.” En este texto, que ocurre en un futuro, parece que sus protagonistas han tocado el borde del tiempo en esas montañas. ¿Creés que en lo ancestral, en lo mítico, hay una clave, un secreto para imaginar otros futuros?

 

No creo en la división temporal de pensamiento mítico vs. pensamiento racional. El logos nunca estará desprovisto de mythos, y viceversa. Pensamos a través de una imaginación creadora de estructuras con las que dotamos de sentido humano a lo que no es humano. El tiempo no es una línea recta de progreso civilizatorio, sino un movimiento cíclico, y el pasado no se deja atrás, sino que acaba marcando nuestras identidades y sosteniendo nuestro presente. El pasado alimenta el presente y el futuro. No me interesa esa visión esencialista en la que se afirma que hay una verdad absoluta en el pasado y que es allí donde encontraremos la solución al conflicto y al dolor. La cuestión no es esa (no hay solución ni al conflicto ni al dolor). Ahora, sí creo en un tiempo en donde el pasado, el presente y el futuro cambian constantemente de posición y se afectan entre sí.

 

-Esta novela de a momentos bordea la ciencia ficción a la vez que lo gótico, a la vez que lo mítico. Leí en una entrevista que algunxs periodistas la denominaron como “realismo sinestésico”: ¿cómo pensás esto a la hora de escribir?. Y en la vida concreta: ¿tenés una experiencia de lo real por fuera de los términos más cartesianos?, quiero decir:¿hay una continuidad entre esa forma de escribir y una forma de sentir o experimentar lo real?

 

Si le preguntas a un físico cuántico qué es la realidad, su respuesta te parecerá de ciencia ficción. Creo que el mayor mito de nuestros tiempos es que creemos que lo que vemos es tal  y como lo vemos, y que el lenguaje es aséptico y sirve y basta para entender, pensar y describir la realidad. Se nos olvida que hablamos y pensamos en metáforas: no podemos huir de esa trampa. Me encanta el concepto de «razón poética» del que hablaba María Zambrano para referirse a otra forma de pensar en el arte, una que comprende que el discurso realista también es una ficción. La verdad tiene estructura de ficción, decía Lacan.

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-Volviendo sobre los mitos, en esta novela vuelven a mencionarse las Umas, esas brujas andinas que aparecen en Las Voladoras, ¿alguno de todos los mitos, poemas, cantos que pueblan esta novela te habla especialmente?,¿cuál y por qué?

 

Me encantan todos los mitos sobre cóndores y volcanes enamorados porque, en el fondo, de lo que te hablan es de cómo la pérdida hace que te nazca una voz. 

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En una charla que dio en un festival de literatura, Mónica Ojeda se detiene en el componente sonoro que existe antes de la escritura, que se vincula a la música, a la vibración, que resuena dentro del cuerpo. En esa charla, creo que están cifradas algunas claves para la lectura no solo de esta novela, sino de su obra en general. Allí, la autora esboza una posible tradición de escritorxs-chamanes, que abarca desde Marosa Di Giorgio hasta Xul Solar. En su obra, Ojeda logra condensar una búsqueda lírica -más plegada a lo sonoro- aunada a una cosmovisión andina: una obra que canta, que traza vínculos entre personajes y mitologías. Como la herencia chamánica que adquiere Noa de su abuela paterna, que entiende sus canciones y desarrolla, tras un pasaje ritual -subir hacia a los volcanes, bailar desenfrenada, hacer un duelo- adquirir la voz de una maga. Noa, al igual que su abuela, no habla directamente como los humanos ordinarios: canta. Por eso su voz no aparece en primera persona como las demás. Es casi un mito.

 

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-¿Creés que el vuelco hacia lo lírico, la preponderancia que cobra lo poético en tu escritura, genera cierto corrimiento sobre la idea de una novela “tradicional”, que hace que la novela sea más fragmentaria a la vez que menos atada a un único suceso fundamental? 

 

Nadie elige la relación que tiene con la palabra, por eso hay tantos estilos distintos y formas de escribir diversas. Es algo así como la personalidad: la puedes pulir, pero no escoger. Yo creo firmemente en lo que dice María Negroni: en la escritura solo hay un protagonista, y ese es el lenguaje. Un lenguaje puede someterse a la historia, puede ser utilizado como medio para contar algo, puede ser convencional, puede narrar una historia en una estructura clásica, y está bien: hay novelas maravillosas de este estilo. El asunto es que no hay un «deber ser» en la literatura, lo que sí hay son propuestas distintas, relaciones con la palabra distintas, búsquedas distintas. No hay una sola manera de contar una historia y la literatura explora todas las posibilidades que hay a la hora de narrar algo. Se inventa nuevas formas de pensar una historia, nuevas formas de sentirla en la lectura. Sin esa exploración no tendríamos grandes obras, sino productos como recién sacados de una fábrica. En mi caso particular, lo que me interesa de la escritura es que es un monstruo, es decir, es un desvío del uso normal que le damos a la palabra. En ese desvío se producen cosas insospechadas y se generan atmósferas que dan paso a lo que de otro modo sería impensable. ¿Y quién no querría pensar lo impensable?

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