Leer Feminista

Jóvenes, rotos, brillantes, bailando bajo la nieve

Notas de lectura y del movimiento en torno a Pequeñas Bestias, de Brandon Taylor* (Chai editora, 2022)

Por Camila Vazquez. Especial para La Marea Noticias

todos los cuerpos
nacemos blandos

                                                                          Rocío Fernández Doval

 

Creo en contados raptos de iluminación en los que podemos ser capaces de resonar con los otros, con lo otro, de sentir en el cuerpo propio lo que es aparentemente ajeno. Ahí sucede la poesía.

Claudia Masin

 

I.

Tiene 12 esta tarde. Mira para el cielo de Acción Juvenil, donde entrena gimnasia artística. Hay trapecios de colores pero ella ve destellos. Mucho antes vio la fascia, un órgano invisible, una red, acaso un aura que cubre al cuerpo. Pero hoy Sofía Pereda** tiene 12 y ve destellos que la invitan a ir hacia arriba, con todos sus músculos. Pregunta para qué son esos artefactos: para el entrenamiento de circo. Fuegos artificiales, descubrimientos: el circo se entrena. Esa noche le dice a su madre: Mamá, me voy a entrenar circo. Vos con esos faloperos no te vas, le responde. A la semana, sin embargo, ya abandonó aquel pasatiempo y entrega de lleno todas sus siestas de verano al entrenamiento de una disciplina que le ocupará el futuro. Un futuro sin anillos en las manos: el cuerpo listo para la pirueta.

 

II

Pequeñas bestias Brandon Taylor crece en torno a las heridas de jóvenes briosos, rotos, queer. Próximos a la muerte, aman con violencia y extrema vitalidad, se lastiman entre ellos y se nutren también de ese vórtice hecho de fluidos sexuales, danza, enfermedades. En su corazón, tal como señaló Mariana Enríquez en una reseña para Página 12, está la posible  nouvelle en la que orbitan los personajes más entrañables y miserables del texto: Lionel, Charlie y Sophie. Sí, como nuestra bailarina. Podría haber hecho una novela, pero no. Brandon elige el cuento para narrar esta compleja red amorosa y mortífera.

De los 11 cuentos que componen el libro, cinco tienen por protagonistas a estos jóvenes rotos: Cena, Cuerpo, Supervisión, Departamento y Carne. La otra serie de cuentos no participa de esta trama narrativa, pero también tienen  protagonistas de características similares: dos jóvenes de campo que desencuentran en el deseo; adolescentes zarpados en droga  que abusan de sus compañeras;  lesbianas sabelotodos y ex paquis que se lesbianizan; hermanos enfermos de cáncer; amantes enfermos de sida, matemáticos suicidas. Son jóvenes, fueron heridos, olvidados por sus familias, sumidos en la depresión como el aire común de la época, imposibilitados para dar o permanecer en la ternura, educados en el magma de la violencia. Todos son humanos.

 

III.

Hay momentos en los que el deseo es tan claro que una sabe quién es bajo su torrente. Esto que podría ser una idea de Borges es, en verdad, una experiencia sagrada que, en este caso, le ocurre a una bailarina. Sofía ha visto este pulso tres veces en lo que lleva viva, como vio antes la fascia, con esa agudeza para reconocer lo que contiene dentro suyo la vitalidad entera.

Ahora tiene 16 y toma clases de danza contemporánea con quien fue su maestra durante muchos años, Julia Magnano. Otra vez aquel fulgor de los trapecios. Ahora tiene 18 años y se va a vivir a Merlo, San Luis. En este ápice de Las Comechingones funda su propia compañía de circo y hace su primer solo, que fusiona danza y circo. Descubre que las pasiones pueden integrarse, como el gran saber filosófico que subyace a la danza: un movimiento y el otro. Uno orgánico y otro inesperado, uno y otro, dice Sofía en sus clases, ahora que tiene 30 y vive otra vez en Río Cuarto.

 

III

¿Cómo bailan los personajes de Pequeñas bestias? Es claro que voy a centrarme en esa posible nouvelle que entretejen algunos de los cuentos y voy a dejar los demás textos de lado. Haré esto bajo la excusa animal de estar moviéndome según los preceptos de estos jóvenes: por el deseo.

Lionel, Charlie y Sophie conforman una trieja, un movimiento en desequilibrio en el que nadie puede amarse al mismo tiempo con la misma intensidad. Sin moralinas ni manualcitos de poliamor, este libro muestra, este libro va hacia el conflicto embadurnado del deseo. Estos personajes se saltean todas las reglas. Son tóxicos entre ellxs incluso cuando tienen los pactos más abiertos: Dejé que te cogieras a Charlie, ¿no? ¿Qué puede darte tanto miedo?. Son ásperos y torpes ante la ternura: Sophie lo estaba mirando. Le sonreía. Había preocupación en sus ojos, calidez. Era un gesto de bondad. Pero por debajo Lionel percibió algo más. No exactamente malicia. Sino algo punzante, vivo.  Tiemblan de miedo ante su propio deseo, escapan o corren hacia él bajo la nieve, hacen locuras en su nombre y, naturalmente, se arrepienten: A Lionel esa sensación le resultaba desconocida -o no del todo: la conocía, solo que no estaba acostumbrado a experimentarla con mujeres. No es que deseara acostarse con Sophie o verla desnuda, pero sí quería tocarla o dejarse tocar.

IV

Todo danza en el cosmos, dice. Las hormigas que hacen su laburo mínimo y paciente. Los hongos descomponen un cuerpo, lo reelaboran: bailan. Todo tiene un ritmo, como nuestro corazón. Bailar, dice Sofía con pudor, es plegarse al movimiento del todo.

Cuando habla de la danza usa un campo semántico mágico y sagrado: se refiere  a ella con palabras como ancestral, rito, alquimia. Un universo de sentido que está no solo en el discurso sino en su sensibilidad. Hay algo  panteísta  en sus ideas. La danza abre un abanico múltiple de movimientos. Desarrolla a la vez que una contemplación, una investigación sobre el cuerpo. Embelesamiento y frustración, fluidez y disciplina. Sofía cree que estos movimientos múltiples afectan lo erótico y lo despersonalizan. Es decir, que este asunto no es algo que respecta a uno o varios cuerpos particulares que son objeto de deseo de una persona singular, sino que bailar es una forma de relacionarse con el cuerpo, con el movimiento. La danza, arriesgo, es una forma cósmica de la fascia -aquella estructura de tejido conectivo que se extiende por todo el cuerpo-: una manera de estar unida a la vida y a sus virajes.

V

Bajo estas ideas en torno a la danza, los cuentos de Pequeñas bestias bailan porque se embelesan con los cuerpos, sus heridas: -¿Por qué lo hiciste?- preguntó Charles y, al ver que Lionel no respondía agregó:  -Tiene que haber dolido horrores. -Viste que a veces los animales pueden arrancarse una pata a mordiscones una pata si están desesperados…-Lionel expuso el brazo y contempló las cicatrices. Eran mudas. Ya no le aportaban nada, ni certidumbre ni convicciones. Si es que alguna vez lo habían hecho. No veía más que una masa de suturas y tejido remendado. No veía más que resabios de la historia de su cuerpo. Estos cuentos son sobre el deseo no solo por los temas que visitan sino por cómo los visitan. El sexo es el lugar menos pulcro que conocemos. En su epicentro hay un placer que amordazamos porque es incómodo, impúdico y demás adjetivos con el prefijo im-. Si hay goce en lo escatológico, estos cuentos lo saben: –Qué bebé más chiquito.-Charles le puso los dedos en la boca. A ver cómo chupa el bebito.-Tenía las yemas duras, calcáreas. Lionel podía sentir los meandros de sus huellas digitales mientras resbalaban sobre los dientes y la lengua. Charles lo observaba muy atentamente y era eso lo que más excitaba a Lionel. Que lo mirara. Que viera lo que era capaz de provocarle. No es que sean cuentos pornográficos -y si fueran lo fueran, ¿qué?-. Me refiero a que estos cuentos están hechos desde el cuerpo y no solos sobre los cuerpos: Podía sentir su propio olor: transpiración, ajo, sexo.Para estos jóvenes, permanecer en un estado de efervescencia erótica es algo vital y vertiginoso a la vez: Vio en eso una especie de premonición; la certeza efímera, pasajera, de que Charles había sido un canal parecido, algo que los dos habían tocado, algo que los había tocado a ambos, y tuvo una pequeña erección.

VI

Hacer de la danza un espacio habitable es una corrosión que se logra a base de prepotencia y deseo. Sofía dice que es ese deseo que desborda de los cuerpos, todos los cuerpos, el que perfora la normativa insoportable de la danza. La que delimita cuáles cuerpos pueden bailar y cuáles no. Cuando ella era más chica, en sus años de clásico, la mandaban atrás por ser demasiado alta, por ser larga y de contextura menos diminuta que la de las bailarinas hegemónicas. Registra algo semejante en las clases que imparten algunos colegas. La idea de que nadie puede llamarse a sí mismx bailarinx si no lo va a tomar en serio: ¿pero qué es ser bailarina? pregunta Sofía. Todxs somos bailarines, dice, pero en diferentes contextos. Para explicarlo, recurre a la idea del boliche. Volverá sobre esta imagen y nosotrxs también. Ahora bien, sin caer en relativismos posmodernos, también insiste en la pasión por el oficio. Todxs podemos bailar, pero eso requiere un compromiso, tiempo de investigación y entrenamiento. Se detiene también en la precariedad en la que trabajan lxs bailarines y en cuánto cuesta sostener los espacios autogestivos frente al avance de lo instantáneo.

VII

Los cuentos de Brandon Taylor bailan, naturalmente, no solo por sus procedimientos, sino porque la historia principal que se teje entre estos varios cuentos novelados tiene que ver con bailar. Con ser joven y bailar: -Ah, yo bailo. Desde que tenía cinco años. Es casi lo único en lo que soy realmente buena. No se gana un centavo, pero qué más da. -Es algo real y concreto. La danza. Quiero decir, una cosa real que existe en el mundo. Es arte. Con los traumas corporales que se imprime como sellos calientes sobre el lomo de las vacas: – (…) me parece que casi todos los que vomitamos lo hacemos por una cuestión de control. Hay un instante en el pasamos de sentirnos pésimos a sentirnos limpios, puros, radiantes. Es un momento muy fugaz, justo antes del ardor y las arcadas, cuando algo hace clin y una sabe que va a estar bien. (…) En fin, la cosa es que vomitaba. Cuando vivía con mi abuela. las otras chicas del ballet también lo hacían. Todas. Estos textos saben que bailar pegotea a los cuerpos en una sinergia colectiva y fogosa; pero también en su contracara: el abuso, el maltrato, la discriminación. Una de las protagonistas, Sophie, afirma: -La danza es un espanto, no me malinterpretes. Mil cosas pueden ser un problema: un pie muy grande, el ángulo errado de un hombro. Las ofertas laborales tienden a cero. Y todos en el mundillo son cocainómanos o violadores seriales.

VIII

Sofía elige otro recorrido para enseñar. Aunque no lo dice todo el tiempo, hay, previo a sus clases, una docente que vira de los espacios y las formas convencionales, que tiene una visión casi espiritual sobre el cuerpo, la alimentación, las formas del cuidado. Incluso en el rigor que la danza pide, más allá de las pedagogías crueles, existen otras llenas de magia, de creatividad grupal y, por qué no, sanación. Esa palabra a la que se le teme porque suena a autoayuda. A veces la academia también nos quiere desunidas del mundo, de lo ritual, todo eso que la danza sacude. Pero para no reforzar el binarismo arte vs academia, Sofía insiste en que el vínculo concreto entre el bienestar y el movimiento está harto demostrado. Bailar nos hace felices porque al hacerlo liberamos las hormonas de la felicidad: la oxitocina, la dopamina, la serotonina. La cultura nos endurece, nos pide determinadas posturas y composturas. La danza puede hacernos más blanditos, dice Sofía. Pero si somos demasiados rígidos, si no dejamos que este poder acceda a nuestros movimientos, la alquimia no ocurre. La danza puede alinearnos con el presente. Pone el ejemplo del boliche: estás con tus amigas dándolo todo, requete montada y hermosa, bailando unos temones. ¿Qué mejor manera de estar presente? pregunta Sofía. Por eso pido la misma presencia en mis clases que la que tenemos en un boliche.

 

IX

Los personajes de Brandon Taylor existen como efectivas pequeñas bestias. Van hasta el fondo en eso que sienten y asumen el riesgo de sus deseos, a veces terribles. Se aman como animales: desconocen las reglas de la cultura, se muerden para demostrar amor, son intensos y están muy próximos a pasar la barrera de los buenos modales progresistas. Por eso bailan, porque no entran en formas estáticas: ni del género, ni de la raza, ni de los géneros literarios. Cuentos que se hacen novela pero en forma de cuento. No quiero romantizar en esta lectura una forma de vida al límite: estos protagonistas jóvenes me cautivan porque veo en ellos la falla, la sutura, el desborde. No son seres de luz, no son ejemplares, fallan mil veces: ante sus familias, ante sus amantes,  ante la idea organizada del amor y ante el poliamor también. Creo que son personajes concretos, como la danza. Estos cuentos bailan porque nos devuelven a la condición mamífera que todavía guardamos los humanos: necesitamos de la ternura, pero a veces nos mostramos los dientes. Hemos sido heridos y esa herida nos lleva, tantas veces, a lastimar. Estos cuentos saben que los sentidos primales de la danza tienen que ver tanto con lo ritual, con lo celebratorio como con lo erótico. Bailar y escribir. Bailar y leer, no son prácticas tan escindidas a fin de cuentas: todxs estamos buscando un ritmo, algo que es más que la palabra articulada y cuya sintonía nos une con el alma del mundo.

X

Tengo 12 años esta tarde. Es un sábado lluvioso y vemos con mi mamá, tiradas en el sillón, Flashdance. Todavía vivo en Merlo, como después vivirá Sofía cuando yo ya esté en Río Cuarto, la que  fue su ciudad natal. Mi mamá canta emocionada el tema principal en el que la actriz la rompe frente al jurado más ortiba que jamás conoceremos. En mis tardes libres, con mi amiga Lara jugamos a bailar. Bailamos los últimos de Beyoncé y de Rihanna. Nos ponemos notas por las coreo, imaginamos que somos las más deseadas del curso, practicamos sin saberlo un ritual viejísimo.

Todavía en el sillón, mi mamá canta a los gritos: In a world made of steel/ Made of stone/Well, I hear the music/Close my eyes, feel the rhythm.

 

*Brandon Taylor (1989) es un escritor afromericano y queer finalista del Booker Prize. Recientemente, se ha editado en Argentina su libro Pequeñas bestias con traducción de Juan Nadalini por el sello Chai.

**Sofía Pereda (1993) es una bailarina, docente y gestora cultural  nacida en Río Cuarto. Da clases de danza contemporánea. Fusiona en sus prácticas el circo, la flexibilidad, el yoga y demás disciplinas del movimiento.

 

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