Leer Feminista

Cuando seamos fósiles

 

Notas de lectura sobre Ustedes brillan en lo oscuro, de Liliana Colanzi

por Camila Vazquez

I

En el valle de Punilla se construye un autovía que está destrozando no solo el monte nativo -del total de ese bosque, que es el tres porciento en nuestra provincia- sino viviendas, historias, familias, visiones de mundo que terminan cuando se relocaliza o se extirpa aquello que tiene un vínculo afectivo con su tierra.

Hace unos días un incendio de pastizales generó la caída de la central Atucha que provee de energía a gran parte de las provincias de Argentina. Yo pensé que el problema era solo mi casa. Venía de varios días de lamparitas que se queman y objetos que se rompen solos. Tengo una tendencia natural al misticismo y aprendí de Jung eso de que los objetos receptan nuestra energía. Pero no, era la mitad del país sin luz. No podía ser solo mi culpa. Salí antes de mi casa hacia el trabajo para leer con aire acondicionado. En la plaza, todos los carteles de abierto que tienen los kioscos estaban apagados. Miré el celular. Un mensaje de mi hermano: Juntá agua. Se quemó Atucha. En esto, tampoco hago ficción: en el colectivo leía Ustedes brillan en lo oscuro (Páginas de Espuma, 2022), el último libro de cuentos de Liliana Colanzi.

II

Nunca fui muy afín a la ciencia ficción. Muy joven tomé partido por el cuento fantástico como si se tratara de equipos de fútbol. Nunca pensé demasiado en el futuro al estilo Supersónicos. Suelo descreer de las grandes visiones fatalistas así como de las grandes promesas. Pero basta con estar viva para comprobar el daño: el verano interminable al que nos sometemos desde antes del mismo verano y que se extenderá, según dicen, hasta más allá del otoño. Los humedales que se prenden como se prenden nuestras sierras para el loteo. El pronombre “se” está mal. No se prende sin agente. Los humedales y las sierras son prendidos por empresas para el loteo.

Hace pocos días intercambiaba audios con un amigo escritor: charlábamos sobre lo vintage de la ciencia ficción. Pablo Capanna, uno de los pensadores más rigurosos en torno al género, afirmó hace ya varios años que la ciencia ficción ha perdido su posibilidad de proyectar el futuro. Nuestra propia ropa entre noventosa y ochentera, con telas satinadas y colores vibrantes, zapatillas enormes y auriculares grandísimos, tops mínimos -corpiñitos, al decir de mi madre-, habilitan un revival de aquellos años de Volver al futuro.

Si el futuro es vintage, ¿es porque el futuro es algo que ya fue? Desconfío, también, del exceso de posmodernismo. Creo que el tiempo es una fuerza más grande que los humanos y que, en ese sentido, siempre hay mañana. Siempre hay ayer. Creo en la Historia y en su posibilidad de enlazarnos a las otras historias, las ordinarias, las que nos hacen humanes. Y creo en la ficción: en su posibilidad de corroer horizontes hacia adelante y hacia atrás. Por eso, quizás, aunque el futuro que pueda retratar la ciencia ficción sea el pleno presente, o, incluso, un eco de aquello que venimos destrozando y hoy retumba en nuestros oídos -le tomo prestada la metáfora a Valeria Luiselli, la autora de Desierto sonoro- la ciencia ficción aún tiene esa triple potencia de enlazar los vínculos entre lxs humanes, tecnología y tiempo. Esta última idea es del profesor Hugo Aguilar, otro gran pensador del género y docente de la carrera de letras de la Universidad Nacional de Río Cuarto, pero me tomé el atrevimiento de modificar la palabra futuro por la palabra tiempo, no porque pueda aseverar universalmente esto sobre todas las producciones que participen o sean cercanas a la ciencia ficción, sino que esta torsión sirve, particularmente, para pensar en las operaciones que Liliana Colanzi, la autora boliviana que recibió el premio Ribera del duero en 2022 por Ustedes brillan en lo oscuro- viene haciendo con el género cuento y que, sin más o sin tantos rodeos, comentaremos a continuación.

III

La primera sensación que tengo mientras leo a Liliana, hace algunos meses, y ahora, mientras la releo, es la de estar escuchando una cumbia psicodélica electrónica. Pienso en Nicola Cruz o en Lagartijeando. Un ritmo andino electro guía mi lectura. Desde una mirada academicista, esta asociación sonora no tendría lugar. En cambio, yo creo que en esas intuiciones lectoras hay su humilde sabiduría. Esta es la música de Liliana Colanzi. O la música que yo puedo escuchar en sus textos, ese poder que tiene la literatura de semejarse a lo más primitivo de la lengua: el sonido. Quizás Liliana escucha otras cosas, escucha un jazz refinado o cantantes de soul acústico. Pero no va al caso lo que ella escucha, sino los efectos de escucha que generan sus cuentos.

La segunda sensación que tengo es la de estar viviendo una época que fusiona el consumo de hongos alucinógenos, con la práctica de técnicas milenarias, como el ritual de la ayahuasca, con las aplicaciones de citas, los juegos en línea y las terapias alternativas en las que casi podemos hablar con nuestros muertos. Y así la oración subordinada puede crecer kilómetros bajo el influjo de la preposición con. Algo de lo newage se pone en juego, pero la palabra newage también es tan vintage, tan fines de los 90 y principios de los 2000. Tan Do you believe in life after love (after love after love)? que fue como toda una proyección de futuro en sonido cibernético de Cher: como si el amor fuera algo demoledor, algo erosivo, algo que quita una forma de vida. Por eso la pregunta: ¿creés en la vida después del amor? Quizás amamos tanto el mundo que extrajimos todo de él. De la pregunta de Cher se desprenden otros supuestos: ¿puede haber vida en un mundo sin amor?, ¿pudo tanto el afán de vivir más, el afán de progreso, terminar con el amor por vivir? La poeta Alejandra Correa lo escribe así en un poema bellísimo: Yo no sé/ si habrá belleza/ en un mundo que olvida/ su cuerpo de aire.

La tercera sensación que tengo es que los cuentos de Ustedes brillan en lo oscuro crece en los bordes de la ciencia ficción pero entiende algo fundamental sobre el progreso tecnológico: sus efectos no son solo asuntos del futuro, ni siquiera asuntos del presente. La modernidad arrasa con los recursos vitales de manera imparable desde hace muchísimas décadas. Hiroshima y Nagasaki, Chernobyl, desvíos de ríos, monocultivo, herbicidas, napas contaminadas, radiación.

La cuarta sensación -y ya me dejo de romper las reglas de enumeración de a tres factores-, es que la literatura está operacionaliza, desde hace rato, eso que viene ocurriendo hace algunas décadas en las ciencias sociales: el pensamiento interespecie -prefiero esa forma de nombrarlo a posthumanismo-, entre quienes podemos ubicar a Dona Haraway con su Manifiesto Cyborg, a Eduardo Kohn con Cómo piensan los bosques, a Emanuel Coccia con La vida de las plantas, Vincian Despret con Habitar como pájaro, por nombrar apenas tres libros bastante conocidos de tres autores que piensan lo humano más allá de sí mismo: tecnologías, plantas, animales.

IV

En estos seis cuentos Liliana Colanzi explora los bordes de la ciencia ficción o, mejor, la relación entre tecnología, humanes y tiempo. Esta es la misma razón por la que encasillarla en la categoría CiFi es un gesto simplista, como para acomodar un anaquel de librería grande.

La cueva es un cuento de gran complejidad y dispersión aunado por la Historia, el tiempo geológico. Unos seres extrañísimos pero reales, que la ciencia da en llamar troglobios, sobreviven durante siglos y se adaptan mejor que los humanos en una cueva. Lo mismo ocurre con los murciélagos, que sobreviven y se extinguen en un mismo cuento. 9 subhistorias se reúnen en el cuento apenas por una cueva, la madre de aquellas criaturas sobrevivientes. El tono narrativo es casi animalplanetesc o, más aún, un tono narrativo de canal Infinito, más dudoso y esotérico que el primero: una tercera persona prioritariamente aséptica, que va y viene sin regularidad del futuro no binarie a un pasado de tribus, de aficionados a la arqueología que juntan botellas de coca cola a madres rudimentarias marcadas por el fatal designio de parir hijos dobles, pasando por pajaritos que recorren el mundo:

“Era señal de decadencia mirar hacia el pasado: los suyos siempre estaban formando nuevas colonias, mutando y adaptándose. Su fijación con cosas de antes les parecía obscena y se esforzaban mucho por ocultarla ante los demás. Por eso su decisión de quedarse había sido un alivio para todos. (…) Su tesoro favorito era una botella de Coca-cola intacta que pulió hasta sacarle brillo y que al soplarla con sus ventosas producía una música que le recordaba a los demonios del viento del lugar donde había nacido.”

Por ejemplo, cuando en 1999 mi hermano llenó una caja de la revista Genios que funcionaba como cápsula del tiempo para abrir dentro de 10 años, en el próximo milenio, pensaba en el futuro. Pero cuando la abrimos, algunos años más tarde, lo que había dentro -recortes, juguetes, la carta de una madre ya fallecida-, todo eso era nuestro fósil familiar. La cápsula sigue en el presente en el mismo lugar. Aún no se degrada pero se amarillea: el inevitable envejecimiento del papel.

Atomito, el segundo cuento del libro, es, si se quiere, el más CiFi de todos. Con una estética cyberpunk y, por ende, distópica, narra la historia de una central nuclear en la ciudad de Abajo. El arte rupestre parece predecir el desastre de una figura entre cibernética y maligna: Atomito, casi un personaje de video juego. Indicio que confirma la incorporación de imágenes con tipografía del estilo gamer. No sé cuál es el estilo gamer, pero intuyo que estas tipografías de las que les hablo se le parecen. Ustedes, imaginen. A la autora parecen gustarle las historias fragmentarias, pues en este cuento prosigue con aquella estructura que ya leímos en el primer texto. Un grupo de jóvenes – djs, precarizados, pobres, perseguidos por los pacos, conectados con la pacha y sus tradiciones, un poco drogadictos- son sus protagonistas. La voz narrativa repite su efecto totalizador, como consciencia del mundo -muy adecuada para el paneo de múltiples personajes que presenta- solo se silencia para que hable, en primera persona, el propio Atomito. Este gracioso personajillo parece infectar, como en un ataque hacker, la misma sintaxis del texto. Lo más interesante del cuento es su desborde hacia la locura: no solo el impacto ambiental, la conexión de las catástrofes orginadas por humanes y máquinas, sino el delirio al que se ven sometidas las personas con la radiación. Y una imagen: una procesicón espontánea como una fiesta por las calles:

El video muestra a un muchacho que avanza en trance por las calles del mercado en medio de montañas de tubérculos y ramilletes de perejil y huacataya. A pesar de que no hay música ni fiesta a su alrededor, el chico está bailando. Aunque más que bailar, piensa Yoni, el muchacho se sacude en movimientos estrambóticos, como si los pacos le hubieran dado con la picana.

A esta sobredosis temporal, le siguen tres cuentos que reúnen las preguntas por el origen y lo religoso. Pero también, la crueldad en las instituciones religiosas, los falsos profetas, las sectas. Ciertos vibes de El cuento de la Criada. En La deuda una joven y su supuesta tía viajan a un pueblo para encontrar a la madre de la primera. Unos de los pocos cuentos en volcarse hacia la primera persona. En Los ojos más verdes -este libro tiene cierta preocupación por aquello que brilla pero engaña, como los espejos coloridos de los colonos-, una niña quiere quitarse la raza de encima y hace un pacto con el diablo. Personaje que repite o se evocen el próximo cuento, El camino angosto. Allí, una secta hiperconservadora mantiene asilados a sus creyentes en una especie de corral. Incesto entre hermanas, fugitivas y transgresión. Podríamos pensar que esto también es distopía si no hubiera países en los que los pastores hiperconservadores son punteros políticos:

 

“El diablo puede ser una nube, una sombra, una ráfaga que mueve las hojas. Puede ser el cuyabo que cruza el cielo o un reflejo en el agua del río”.

 

Ustedes brillan en lo oscuro, el último cuento del libro de nombre homónimo, es el ejemplo más claro de esto que puede llamarse en criollo como CiFi vintage o, si nos ponemos rigurosas, como esta preocupación ambiental en la literatura. Esta vez, el texto se sitúa en Goiania, Brasil, en la década de 1980 y se nutren de un suceso real: un accidente radiológico en esa localidad. El texto supera esta realidad, porque ficcionaliza la vida de personas que, a causa del fenómeno, brillan en lo oscuro. Tal es el caso de un trabajador que encuentra entre la basura algo radiante. Un hombre simple que quiere hacer para su esposa el anillo más hermoso. Nuevamente, la voz narrativa presenta un mapa de situaciones reunidas por una catástrofe no natural, sino tecnológica. Pero, esta vez, oscila entre una primera y una tercera persona. En algunas entrevistas, Colanzi señala su interés por la radiación -su interés literario, claro-. Este cuento plantea indirectamente cómo, hasta para las grandes catástrofes, lo que parece incomodar es que se afecte al primer mundo, a países que son grandes potencias, los países blancos, por más comunistas que sean.

 

V

Pablo Capanna también se refiere a la Ci Fi como ciencia especulativa: permite imaginar el futuro. Pienso que la ciencia ficción, por más cyborg, por más transespecie que sea, es profundamente humana. Se pregunta: ¿qué vamos a comer?, ¿dónde vamos a vivir?, ¿cómo vamos a amar?, ¿cómo nos organizaremos políticamente? No son pocas las ficciones que nos proyectan en marte, o comiendo píldoras, o teniendo sexo por medio de dispotivos virtuales -2020 y aplicaciones vibes- o sometides bajo el totalitarismo más feroz de las sectas religiosas.

Mientras relía el libro de Colanzi, pensaba en esa otra pregunta humana por la muerte. Y en ese gesto de todas las sociedades: el de proyectar su fin. Cuando Hernán Cortés llegó todo medio dragueado a lo medieval a las costas aztecas, los nativos leyeron allí a un dios terrible y mortífero que venía a castigarlos, Quetzalcoatl. Así, los antiguos mitos se actualizaron en aquel ataque de extrema violencia histórica. Todas las culturas, podemos pensar, elaboran a través del arte, su final.

Pero las muertes de aquella ciencia ficción vintage nos dejaron vivos y con menos recursos.

Hugo Aguilar esboza algo hermoso: que la ciencia ficción bordea su condición de mito. Algo que viene a colación de nuestro potencial estado fósil:

 

“Un mito explica, da razones de por qué el mundo es como es y cómo ha venido a ser, explica por qué y desde cuándo el hombre existe y en su circularidad hermenéutica es verdadero porque el objeto de su referencia está allí, en el mundo (…). Quizás la ciencia ficción no sea otra cosa que el trasfondo mítico en el que la subjetividad del siglo XX se fue constituyendo. ¿Cómo se interepretará la ciencia ficción contemporánea dentro de miles de años? Como profecía, como literatura o simplemente como los retazos perdidos de una especie buscando la explicación de su pasado, de su presente y de su futuro.”

 

 

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