Leer Feminista

Sintaxis del sueño, poesía

Notas de lectura sobre A río revuelto, de Maricela Guerrero

por Camila Vazquez

El filósofo del lenguaje Donald Davidson dice que la metáfora es el sueño del lenguaje. Si la poesía es un discurso que existe en torno a la metáfora, entonces debe estar más cerca de lo onírico, de lo sutil, que de lo normado. Desde hace algunos años tenemos el sueño de traspasar la violencia de la normativa. Deformamos la lengua ahí donde no era posible e inventamos un lenguaje al que llamamos inclusivo. En un sentido pragmático, y porque la discusión sobre si puede o no existir me parece vana, vemos cómo existe, cómo se dice nosotres como se dice alverja, murciégalo, dentrífrico y qué bueno también que existan esas posibilidades deformes y tullidas en nuestra voz.

Esta utopía de superar el lenguaje no es nueva. Ya la imaginaron los dadaístas, primero, y los surrealistas después. Ya ocurría en América Latina a mediados del siglo veinte, entre revoluciones y dictaduras, psicodelia y lucha armada, aunque sin las categorías eurocéntricas. Y brotaba después en realismos mágicos, fantásticos, reales maravillosos.

Podríamos esbozar una hipótesis, para nada probada científicamente: cuando alguna revolución política sacude al mundo, pero a un territorio en particular, nace en la lengua la necesidad de nombrar eso inusitado que ocurre. Y afloran así todo tipo de intentos por suturar esa herida que es sí misma la lengua, ese lazo con el sentido y la experiencia tan escurridizo, a veces, tan improbable. Tengo la sensación, sin embargo, de que las torceduras políticas que podemos hacerle a la lengua, a cualquier forma de nombrar e instaurar el mundo, no son suficientes en el código capitalista que rige casi todas nuestras interacciones, una lengua útil y efectiva que puede decir en 140 caracteres. Creo, entonces, que es el arte quien puede revolver y licuar desde la sensibilidad una lengua.

En A río revuelto (Agua Viva, 2022), el primer poemario que se publica en Argentina de la poeta mexicana Maricela Guerrero, asistimos al torrente desatado de una yo lírica a la que la lengua no le alcanza. Los poemas se revuelven entre el agua de la memoria, las canciones populares, la lengua de las nanas y las abuelas, la amistad. La lengua se extiende hasta la lluvia y quiere decirla: esto es lluvia y aquella una conversación  que pone pérgolas cubiertas buganvilias esto es lluvia y esto amistad que fluye suave y lenta en las orillas. O la voz alucina, o mejor se funde en criaturas vivas, y habla en cetáceo, en pez, en anguila, y cada criatura del agua resuena con la vibración de alguna droga, alguna sustancia que altera no solo la percepción, sino, posiblemente la lengua.

En la poesía, pero en particular en el libro de Maricela, el sueño panteísta encuentra una concreción. De tanto tocar la tierra y nadar los ríos, de tanto invocar a los animales de poder bajo el efecto de cuáles sustancias, se escribe en su idioma. La voz de la poeta se llena de plantas: Mi nana me lleva aparte para despedirnos. Estamos en el escampado, al lado de una milpa. Nos arrodillamos ante las ceibas que nos rodean. Veo plantas que suben se enredan, echan hojas tallos y raíces y dejan pasar los rayos del sol. Veo ceibas, líquenes, musgos, helechos, plantas que se enredan. ¿No creen que los nombres de las plantas tienen una música inesperada? El poeta argentino Carlos Battilana dice en La lengua de la llanura (Caleta Olivia, 2021) Los hablantes de una lengua que habitaban una tierra profunda/ al sur/ de la región austral/ designaban cada una de las/ plantas y flores/ con un nombre particular/ sin considerar el conjunto. Una de las cuatro partes que integran el poemario de Maricela se llama Deslices y es lo que me está ocurriendo aquí, que me desvió para hablar de un libro. Me he plegado, sin querer, al ritmo conversado de A río revuelto.

Este no es un poemario fácil. No porque se necesite tal o cual bagaje para leerlo, mitos que abundan en la poesía, que parece un género “difícil”, sino porque la revuelta es literalmente un procedimiento formal del libro. La sintaxis de este yo lírico no se detiene. Corre y corre como el agua y arrasa puntuaciones; convenciones lingüísticas, fusiona las personas y en las personas, las personas gramaticales: porque tú somos eres poderosa porque tú somos eres fuerte; rebalsa los diques y se vuelve lluvia, a veces baila en un codeswitching, entre el inglés el mexicano el náhuatl, entre la canción y el poema: and yo te dije sí así en la terraza y en la noche nos dijimos tanto y de muchas formas manos ojos labios lengua evaporada querida in your home mi casa es tu casa amiga sopa agua qué hace lo que hace la ternura y las palabras de una lengua a otra (…).  A río revuelto está lleno de asociaciones y rimas internas, juegos de palabras. Es un poemario rítmico, digo yo, para leer en voz alta. Para dejarse arrastrar el oído por ese verso desbocado, casi prosaico, a veces soneto, casi ensayístico, sostenidamente florado y vegetal y vivo y salvaje.

Como esta columna se hace a penas de anotaciones de lectura, puede seguir esbozando mis hipótesis para nada probadas. Otra de ellas es que, desde hace un tiempo, vengo leyendo muchos poemarios que rondan esa problemática filosófica y lingüística: la lengua que no alcanza. Pero la lengua hibridada a la experiencia, la lengua en relación al territorio, a los seres vivos, a los elementos de la naturaleza, a las nuevas tecnologías. Poemarios que se ocupan en un código sensible de aquello que nombran los estudios interespecies, que tiene por referente indiscutida a Donna Haraway, pero quisiera citar aquí, porque me parece muy a tono con el poemario que comentamos, a Eduardo Kohn y a su libro Cómo piensan los bosques (Heckt, 2021). Estudios que, por su parte, buscan pensar los límites o las fronteras de lo humano en relación a otros seres vivos u otras formas de vida que afectan -en el sentido de que le hacen cosas- a la experiencia humana. Uno de esos poemarios lo comentamos aquí mismo, en estas columnas: Guadal/Cyborg, de la cordobesa Elena Anníbali. También puedo volver a nombrar La lengua de la llanura, de Carlos Battilana; Lengua montaraz (Anna, 2021), el premiado libro de la entrerriana Belén Zavallo. Y algunos poemarios inéditos que tuve el gusto de leer como Etimología de la mercedina Paz Herón o El idioma que me nombra de la poeta y traductora misionera Alina Mateo Horrisberger. Una lista caprichosa y azarosa, como solo puede listarse en unas notas de lecturas, unos borradores como este, para decir que la poesía, cierta poesía, aloja esta sensibilidad del mundo al que una o muchas fracturas le vienen ocurriendo y lo demasiado humano lo agobia. Sin dudas, estos gestos lingüísticos no son enteramente nuevos ¿por qué insistir con la bandera de la novedad? Estos gestos, sin embargo, parecen ser algo que resuena epocalmente. Una necesidad de incluir en la voz la relación con la naturaleza, lo que sea que ella sea; pero también la posibilidad de nombrar nuevas naturalezas, nuevos estados entre el robot y la selva. De traer el pulso de lo vivo a la voz, quizás porque eso que puede ser la naturaleza, se nos muere, lo matamos, lo agotamos.

Hace dos veranos, después de una peregrinación bajo el calor agobiante, me tiré sin medir las consecuencias, tomada por la insolación, al río San Antonio en Cuesta Blanca, en nuestras sierras de Córdoba. El río estaba crecido y, naturalmente, me arrasó. No encontraba piedra en la que guarecerme ni quietud ni posibilidad del nado. Esa fuerza intempestiva del agua me llevó doscientos metros  río abajo, hasta que una roca punzante se me reveló en el golpe como refugio. Estuve allí hasta que cobré impulso para nadar contracorriente. Algo de esta experiencia se parece a la lectura de A río revuelto: la fuerza, la potencia del ritmo, primero; la sintaxis que se agolpa y se desploma; la música.  La voz se vuelca al sueño o logra un modo de enunciación más fusionado, más plegado a una cosmovisión que no divide hasta aquí el sujeto hasta aquí la lluvia, el amor, la flora. Dice Constanza Michelson que se sueña como se habla:  con estructura poética. En este poemario, la sintaxis se parece a la del sueño, vegetal, alucinada, torrente. A propósito del sueño del lenguaje, una última asociación. Maricela tiene publicado, entre otros títulos, un poemario que se llama El sueño de toda célula.

Lean en voz alta A río revuelto. Arrúllense en su río y sobrevivan a la crece de ese lenguaje tupido y caótico, fusionado con la naturaleza, la memoria, la política: pero volvamos, amor, a una lengua hecha de otras materias conocibles incognoscibles como el milagro de la respiración y esta manera de mirarnos, reconocernos axkan kema ríos kema cerros kema.

También, si quieren, pueden escuchar el poema Ciénaga para hacer la prueba. Una lectura conjuro que trajo la lluvia torrencial que es el fondo de ese audio, como la sintaxis del poemario de Maricela Guerrera, en la otra punta del mundo, en esta nuestra ciudad de llanura, Río Cuarto.

Compartinos tu opinión
Salir de la versión móvil