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«Me violó cuando era una niña, hicimos la denuncia contra el cura en la policía pero sólo lo trasladaron a Achiras»

Tras la publicación de la denuncia que realizó una mujer que fue abusada sexualmente en su niñez por el cura Héctor Pinamonti, esta semana una nueva víctima decidió contar su verdad. El cura dijo,  la violó cuando ella tenía 11 años,  aprovechándose cuando la encontró sola, cuidando una casa. Su familia lo denunció en la policía de Sampacho, a donde sucedió el hecho en los 90.

Por Carina Ambrogi y Pablo Callejón
A principios de los 90, A. tenía 11 años y trabajaba con los quehaceres domésticos en una casa de familia, en la localidad cordobesa de Sampacho. Los dueños le tenían “mucha confianza” y antes de partir rumbo a unas vacaciones le dejaron la llave de la vivienda, para que pudiera darle “agua y comida a los perros”. “Cuando estaba en el patio siento que entra alguien y veo que era el cura. Lo saludo y me preguntó si estaba sola. Le dije que sí y se fue para adentro de la casa. Cuando termino todo y me quiero ir, encuentro la puerta con llave”, recordó M. en diálogo con este medio. La mujer, ya adulta, con hijos y nietos, precisó: “El cura me tomó con fuerza, me empezó a besar, me tocaba, me bajó la bombacha y me violó. Yo tenía 11 añitos. Cuando pasó todo, salgo disparando y llego a mi casa. Mi papá me pregunta que pasó porque tenía las piernas llenas de sangre”. En medio del llanto y la conmoción de niña les gritó: “Pinamonti me violó”.
“Mi mamá me limpió y fuimos a la Policía donde hicieron la denuncia. Después me entero que nunca estuvo preso, que lo llevaron a Achiras. Eso es todo lo que hicieron. Mi papá habló también con la señora de la casa y ella le dijo que (Héctor) Pinamonti era un santo”, se lamentó.
Al tiempo, decidieron abandonar el pueblo y se radicaron en otra Provincia. Los padres de A. perdieron casi todos sus bienes y quedaron sin ingresos.
“Cuento mi historia para que otras personas que hayan pasado por este cura pedófilo se animen a hablar. Yo viví una vida desgraciada y mis hijos pagaron por eso. Ellos nunca entraron a la Iglesia. Hay curas que son muy buenos, pero para mi la Iglesia es el horror, a mi me arruinó la vida para siempre”, afirmó.
La sobreviviente destacó que al sacerdote, que fue condenado en juicio canónico por el abuso sexual de otra mujer, “solo lo trasladaron a Achiras y la denuncia en la policía quedó en la nada”.
“Éramos pobres, vulnerables. No podía hacer más nada porque era el señor cura del pueblo. ¿Qué íbamos a hacer contra el señor santo de la Iglesia? Yo siento que son todos iguales, porque lo encubrieron. Sabían y lo mandaron a Achiras. A lo mejor hay víctimas allá también. No se para que toman los hábitos con esas cosas en la cabeza, agarran cualquier niña desamparada”, aseveró.
A. destacó que a sus hijas “no las dejé entrar nunca más a una Iglesia” y señaló que “si fueron bautizadas fue porque mi mamá las llevo”. “No quiero que entren allí, me da miedo, quede marcada para toda la vida”, expresó.
– ¿Volvió a ver a Pinamonti alguna vez?
– Si, lamentablemente. Hace un año falleció mi suegro en Sampacho. Fuimos a la ceremonia y había un cura, le pregunté a una mujer que estaba a la par mía quien era y me respondió: “Pinamonti”. Me agarró una crisis, una temblada en las piernas. Mi hijo que tiene 28 años me preguntó que pasaba y le dije que era el cura que estaba dando la misa por el abuelo era el que me violó. El quería entrar a golpearlo y le pedí que no se ensucien las manos. Nos quedamos afuera. Pensé que nunca más lo iba a volver a ver. Quería gritar ante todo el mundo, pero era un velorio, me iban a tratar como una loca. Me vine al lugar donde vivo llorando todo el viaje. Fue el horror.
– Esto ocurrió el año pasado, es decir, que continuó oficiando como sacerdote a pesar de la condena por juicio canónica que le impedía hacerlo.
– Si, totalmente. Es un cura pedófilo que estuvo por tantas lugares. Estoy seguro de que había más víctimas.
A. dijo que su mamá y su papá la “apoyaron como pudieron”. “En aquel momento todo se tapaba, yo sentía vergüenza eso porque me había pasado algo horrible”, dijo consternada.
Y lanzó un pedido que se multiplica en la localidad de Sampacho y en toda la Diócesis: “Espero que ahora se actúe. No se si podrá ir preso, porque está viejo. Pero quiero contarlo en la Justicia y contar mi verdad. Nunca antes lo había hablado, es un secreto de vergüenza, pero ahora es distinto”.

“Nos tenemos“

A. se animó a contar a un medio de comunicación sobre su abuso porque M. se animó días atrás. M se animó a contar sobre su abuso porque Thelma Fardín se animó meses atrás. A., M. y T. contaron sus historias para advertir sobre sus abusadores y que otras mujeres más no tuvieran que sufrir su calvario. La historia reciente ha demostrado que la cultura de la violación es un pacto patriarcal que sostiene el Estado, la policía y la Iglesia. Y ese pacto patriarcal comienza a agrietarse por el avance de las organizaciones feministas que empiezan a visibilizar las violencias sufridas.
Es impensado que hoy una denuncia como la que realizó A. quede silenciada con la complicidad de la policía y la iglesia, como sucedió en aquel entonces, pero aún hoy cuando una mujer denuncia, como sucedió con M. cuyo juicio se resolvió hace un año, la Justicia Canónica le pidió un pacto de silencio que bajo el nombre de “silencio pontificio” implicó soportar la tortura de no poder compartir el trauma que vivenció durante el proceso de denuncia. Pero además, socava la posibilidad de advertir a posibles nuevas víctimas de que en la Iglesia existe un posible delincuente.
Los Protocolos de actuación en casos de abuso que pululan en diversas áreas del estado, como así también en Instituciones privadas, y advierten de la necesidad de que ante una denuncia por este delito, la persona señalada sea apartada de sus funciones. Esta herramienta pretende prevenir que el presunto delincuente pueda volver a cometer el hecho.
En el caso de Pinamonti durante todo el proceso en que se realizó el juicio canónico, la Iglesia permitió que el párroco, por acción y omisión, continúe ejerciendo sus funciones. Una vez que fue encontrado culpable, nada dijo el Obispado local a la sociedad para advertir de la situación, y lo que es peor, el relato de A. asegura que además siguió ejerciendo sus funciones como líder moral de esa institución.
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