A más de un año de la vida en pandemia lxs artistas sobreviven con artilugios diversos frente al abandono que perciben por parte del estado. En esta nota, historias en primera persona: cómo se reinventan las ganas y los recursos desde un sector fundamental no declarado esencial.
Por Carina Ambrogi y Romina Pezzelato
Paola Morán es música y gestora cultural, oriunda de Río Cuarto reside desde hace doce años en el Valle de Traslasierra, Córdoba.
Vive en una casa que es también espacio cultural “La Urpila”, junto a Nazarena, su hija de 9 años. En diálogo con La Marea contó que tuvo que reinventarse para ganar el dinero que antes de la pandemia ganaba tocando y cantando en alguno de los cinco proyectos musicales que integra. Trabaja ahora haciendo pan, empanadas y locro. “Sobrevivir el día a día le llamaría yo a esta manera de trabajar. Con mi hija a cargo, con deudas y un montón de situaciones en las que te sentís desamparada, abandonada como trabajadora de la cultura y en un contexto en el que ni siquiera somos reconocides como trabajadores”, dijo.
Desde marzo de este año “La Urpila”, el espacio cultural del que es gestora y sostenedora, está cerrado para espectáculos. Anteriormente este era un importante epicentro en Villa de las Rosas para eventos que convocaron a artistas de las más vastas regiones, como la Don Olimpio, los Toch, Mery Murúa, Lucre Ortiz, entre otres.
La antigua grilla diversa que este lugar ofrecía a la comunidad, hoy está restringida a unos pocos talleres que cumplen los protocolos. Tienen no más de diez alumnxs por semana, y los costos de los talleres van desde los 600 a los 1000 pesos por mes para quienes participan.
En estas vacaciones de invierno tampoco se abrirán las puertas de La Urpila en virtud del escaso rendimiento que tendrían con la capacidad de aforo del lugar: “Hoy tengo mucha desesperanza. No logro encontrar la creatividad, sólo espero el momento en el que la comunidad artística y los espacios culturales seamos tomadxs como protagonistas de la cultura y dejar de ser invisibles para el Estado”.
Karol Singali vive en la ciudad capital de Córdoba, desde hace 20 es una trabajadora de la cultura y artista. La vinculación comenzó cuando se formó en la Escuela Superior de Bellas Artes “Dr. José Figueroa Alcorta”. A esa formación sumó capacitaciones en Gestión Cultural, y el primer paso formal de gestión fue en 1999, con la conformación del espacio aperol sud, un lugar de vanguardia para la experimentación y el cruce de diversas disciplinas artísticas. A partir de la interacción que le brindó ese proyecto con la cultura a nivel nacional y local le dieron forma a una carrera de Gestión Cultural, que hasta ese entonces no existía.
Con su compañera Vivi Pozzebón, Cantante, percusionista, compositora, con quien trabaja y vive desde hace varios años, aprovecharon la pandemia para frenar viajes y organizar proyectos. El parate de la presencialidad les permitió terminar y gestar actividades pendientes, entre ellas el álbum que Karol produjo con su banda Pequeño Bambi. La extensa cartera de actividades que realizan que van desde gestión de mercados internacionales, producción de discos, realización de películas y documentales o capacitaciones, les permitió surfear la falta de presencialidad sin inconvenientes. “Se que no para todes no fue igual, nosotras generamos un volumen de proyectos muy importantes y diversificados, todo lo físico y la mayor parte de los ingresos que vienen de esas acciones se cortaron pero se fueron de a poco re direccionando”, explicó la gestora Cultural.
Para ella actividades esenciales son todas: “Creo que todos somos esenciales, lo que hacemos es esencial para sostenernos, para vivir ´para comer, para pagar nuestras cuentas. El confinamiento demostró que realmente la actividad artística y la circulación de contenidos artísticos y culturales se volvieron escenciales para pasar este confinanmiento. Ya sea por plataformas como Netflix o para escuchar música, es para pensarlo porque no sé si esto termina acá”.
Gemma Ríos es artista, travesti, payasa y poeta. El año pasado vivía en Hurlingham donde inauguró junto a su pareja Ana Camil una sala de teatro disidente: “La Batato”. El 15 de marzo abrieron las puertas y a los tres días se cancelaron todas las actividades culturales. A partir de allí inició el recorrido en busca de subsidios y estrategias para mover el espacio de manera virtual, si bien fue pensando como un lugar de encuentro donde las disidencias sexuales se sientan cómodas.
Hizo vivos de Instagram, pero no puede compararlos con los eventos con público, que es a lo que está acostumbrada y lo que demanda la actividad artística. “La interacción con el público es fundamental para que suceda la magia”, dijo.
En virtud de lo que les esperaba en la pandemia para su espacio y por algunas situaciones de transodio que vivieron en su barrio, ella y su pareja decidieron mudarse a Villa de las Rosas.
Sobreviven con distintas estrategias que Gemma contó: “Mi estrategia para poder seguir haciendo arte es, por un lado, no depender del arte (ríe). Vivo de la docencia y ese es el trabajo que hoy tengo con una carga horaria que no llega a cubrir la mitad de la canasta básica. Por otro lado, nos incentivamos en la red de amigues a seguir haciendo actividades como filmar un video clip que hicimos el año pasado enredándonos desde las lejanías y la virtualidad, que fue “No necesito espejos””. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=_7Tt8XrKMo0 “.
Escribió un poemario “El veneno de las guachitas” (Ed. Mutanta) cuyo lanzamiento fue virtual. “Para mí es hacer fuerza y seguir diciendo que la cultura es prioridad. Pasa que si no lo decimos nosotres quienes creemos en el arte como herramienta de cambio, esta cultura capitalista y exitista no lo tiene en cuenta. Abren los gimnasios, pero no abren los teatros. Hay una falta del Estado en un contexto de enorme estrés social, que no piensa en la función reparadora que puede tener el teatro, la danza o la música”, agregó la artista.
Daniela Fuentes llegó desde buenos Aires a Río Cuarto en 1995, junto a su compañero Jorge Varela. Dos años después se mudaron a una casa antigua y montaron el “Mascaviento teatro”, una sala independiente que funciona hasta el día de hoy. Su hija Lucrecia que tenía un año cuando lo abrieron, hoy es egresada de la carrera de Actriz por la Escuela Metropolitna de Arte Dramático de Buenos Aires.
El Mascaviento cerró sus puertas el año pasado ante la primera medida de aislamiento, hasta entonces se realizaban en este espacio talleres de teatro, cine, danza, entre otros. La programación de la sala ofrecía de manera casi ininterrumpida funciones los fines de semana.
“Cerramos sala y no salimos más de casa durante el primer mes de aislamiento, fue rarísimo encontrarnos con la sala quieta y con la falta de certeza de cómo iba a terminar todo”, contó a La marea noticias Daniela. “Siempre pensamos que íbamos a volver, nunca pensamos que se había acabado el teatro, sabemos que es una actividad que acompañó siempre a la humanidad, desde los primeros cavernícolas que se ponían a representar sus hazañas o enseñar como casar a sus tribus”, explicó.
La espera y la incertidumbre se transformó en malos momentos para muchas de las personas que trabajan en este espacio, principalmente para quienes tienen los talleres son su único ingreso. “Se pusieron a hacer otra cosa, como fletes, pintura de hogares, etc.”, contó Daniela. Las ayudas desde el Estado nacional sirvieron para la sala, al igual que algunas ayudas individuales, pero para la mayoría las ayudas un fueron accesibles.
“Desde el Gobierno Nacional ofrecieron algunas ayudas para sala y grupos, otras para trabajadores individuales de salas como técnicos, vestuaristas, pero nunca es lo suficiente. Desde provincia hubo una ayuda de $30.000, que se accedía por demostrar la prioridad que tenía esta actividad en el sustento de las personas, y pudimos acceder después de mucho tiempo porque para que se implemente tuvieron que realizar muchas modificaciones”, comentó la artista.
Daniela es integrante del Colectivo Cultural de Río Cuarto, del que participan otros 6 espacios más. La experiencia que comentan en esta colectiva es que los subsidios estatales para ayudar a artistas de manera individual no fueron sencillos de tramitar, y chocaron con otras ayudas como la Asignación Universal por Hijo. En otros casos eran montos pequeños, por ejemplo de $7.000 mensuales, que según manifestaron alcanzaba para ir una vez al mercado, pero no para sostener una actividad clausurada.
En las vacaciones de invierno este espacio pudo realizar el “Mascachicos”, un ciclo que lleva 10 años. Artistas de más de 5 provincias asistieron de manera presencial a presentar sus propuestas teatrales, con un aforo reducido pero posible.
Desde el Colectivo Cultural pidieron que se declare la actividad artística como esencial, en consonancia con otros Colectivos de la provincia. Hasta el momento no ingresó a la lista de prioridades.