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No toda es vigilia la de los ojos abiertos

Por: Camila Vazquez

 

 

I

Entre mis amigas siempre pensamos en la situación hipotética de un embarazo no deseado. Nos preguntamos qué haríamos. Yo les cuento que tengo sueños recurrentes desde los trece años: sueño con embarazos no deseados, que soy vagabunda en una esquina de Rosario, mi ciudad natal, que no sé a quién recurrir. En el sueño siempre estoy sola. Pero en la vigilia, no. En la vigilia, las tengo.

 

Algunas amigas dicen que no lo harían: que no abortarían. Sin embargo, militan hace años esta causa que es la causa de nuestro deseo. Yo siempre digo que sí, que no es mi horizonte ser madre ahora, aunque sabemos tampoco sobre nuestros deseos futuros, esos animales mutantes, que no niego uno en el que ese proyecto sea uno deseado por mí.

 

No aborté. Pero sí tengo amigas que lo hicieron. Y no solo eso: no se arrepintieron. Y no solo eso: no están traumadas. Y no solo eso: tuvieron hijes después.

 

 

 

II

“En mi familia nadie abortó, entre mis amigas nadie abortó, no hay literatura sobre el aborto”. El tabú nos arrancó de la lengua las prácticas que supimos conseguir por nuestra soberanía. Pero la lengua funda. En mi linaje de ancestras y amigas hay abortos. Hay comadronas. Hay celestinas modernas. No me refiero a la acepción romántica de celestina como quien reúne a dos amores. Si no a La Celestina del siglo XVI español, que constituía hímenes y era voyeur, a La Celestina bruja.

 

 

III

Esto no es ficción: ayer, en la víspera por la Legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Senado tuve una sincronía. Ese hecho mágico que trae a la vida consciente algo que es del orden del deseo o de lo inconsciente. Aunque no siempre sean lo mismo, pero esta vez sí.

 

Estaba leyendo un libro que pospuse durante dos veranos, Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlin, una escritora norteamaericana. Dí con su cuento Dentalladas de tigre, un título precioso para un cuento igual. El cuento es hermoso porque decepciona a les lectores: yo esperaba, como es claro, que la protagonista abortara, pero, spoiler alert, no lo hace. Una mujer y su hermana se reencuentran para una navidad en familia, una familia triste. Una de ellas tiene 19 años y ya tiene un bebé. La más grande decide pagarle un aborto clandestino, del que finalmente la protagonista desiste. Pero allí, en medio de la clandestinidad, ve la infinita soledad en la que aborta cada persona gestante como pecadora. Una mujer que debe tener a su hije porque se excedió unas semanas de lo posible, otra niña al borde la muerte después de la intervención. El cuento es el relato de lo que conocíamos como experiencia común del aborto clandestino: muerte, juicio y soledad.

 

 

 

IV

Por suerte, desde hace varios años, aunque aún en la clandestinidad, mujeres, varones trans, personas no binaries, contamos con las redes socorristas que construyen lazos alternativos contra aquel desamparo. Por suerte, también tenemos otros relatos al sentido hegemónico que nos condena a sufrir por nuestro placer, que nos delega el trauma por abortar, y, muchísimas veces, nos destina a la muerte.

 

El cuento de Berlin es necesario, porque las representaciones sobre el aborto en la literatura también parecen un territorio yermo. Aunque la protagonista de su cuento decide tener finalmente su hije, cuenta con la posibilidad de elegir frente a ese destino. Sin embargo, creo que pensar en términos de una política de la literatura, hace necesarios nuevos procedimientos y nuevos lugares de enunciación del aborto. Reconstruir un linaje de sentidos feministas que nos entretejan puede corroer esa baba permeable de la significación común en la que insistieron las instituciones de poder durante siglos: que la maternidad no es un deber si no un deseo.

 

En esa línea, otros textos permiten erosionar aquella arena conservadora. Enero de Sara Gallardo, narra la penuria de Nefer, una protagonista sola en la pampa contra el silencio de la violación y el embarazo no deseado.

 

Pero no todo es violación: a veces, aunque el sexo sea por fin consentido, simplemente no se desea maternar. Tal es caso de Conservas, el cuento de Samanta Schweblin incluido en Pájaros en la boca. Allí, la protagonista decide revertir el embarazo de su venidera hija Teresita, hasta que esta es apenas una semilla que escupe de su boca. El reverso de este cuento donde media el deseo es Adaliana, de la misma autora pero de un libro anterior, El núcleo del disturbio, donde una mujer loca en una hospicio come a su hijo fruto de la violación de un carcelero. En el cuento Más allá de San Juan de la escritora riocuartense María Paula Vetorazzi, por su parte, el aborto no se nombra ni se afirma, se sugiere, y es algo que se entrelaza entre madre e hija, una marca que se lleva en el cuerpo.

 

 

V

En poesía, dos antologías actuales, una del año 2018 y otra, en su edición federal y descargable en pdf, Martes verde, reúne los poemas de la red de Poetas por el Aborto Legal. Del primer tomo, se compilan los textos leídos en cada pañuelazo en 2018 en Buenos Aires, mientras que la edición de 2020 reúne poemas de autoras de todo el país.

 

Cleofé, el último poemario de María Teresa Andruetto da lugar a voces que enuncian la maternidad como deseo, las experiencias anteriores en un linaje de mujeres que entraman su experiencia materna en la palabra, en el recuerdo, en lo que sana entre las generaciones.

 

 

VI

 

 

Voy a traer mis cábalas a la escritura para que algo del orden mágico venga a la materialidad de las leyes. No me gusta el número seis. Pero en el tarot, el siete es el número del deseo, aquello que nos conduce, los que nos impulsa: por eso, siete apartados de una nota que conjura la potencia de la palabra literaria para corroer el sentido común, para disputarlo y fundar uno nuevo.

 

 

VII

 

Escribo esto tarde. A la madrugada. Intento dormir, invoco una vigilia onírica, que traiga con esa fuerza de la sincronía, con la fuerza de lo análogo una ley en la que ingrese nuestro deseo.

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