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Aborto2020: El debate en TikTok y una generación que desea

Por: Carina Ambrogi

Tiene 14 años y se pasó casi todo el año, más bien desde que se inició la cuarentena, adentro de su casa, con la pantalla del móvil frente a la cara. Nunca militó una causa social, ni participó de algún activismo. La semana pasada me pidió que le consiga un pañuelo verde: “soy feminista”, me advirtió. Yo, una +40, ya vieja para ella, me interesé sobremanera por saber cómo era que se había subido a la marea, en un año en que nadie pudo salir a surfear nada.
Ella: El debate se da en TikTok, suben videos a donde explican lo que piensan o invitan a debatir.
Yo: ¿Tiran un tema y empiezan los comentarios?
Ella: No, alguien dice que quiere debatir y si otra persona le responde ponen un día y un horario y hacen un vivo, y el resto podemos comentar.
Me sorprendió la agilidad de sus fundamentos, cuando indagué en sus motivos, y la falta de careteada, cosa común cuando argumentamos las más viejas, sobre el porqué adhieren a la legalización de la interrupción voluntaria de embarazo. “Es mi cuerpo, decido yo”, sostuvo como si estuviera diciendo la más obvia e irrefutable de todas las afirmaciones.
Yo: ¿Y hay muches que piensen como vos?
Ella: Si, la mayoría, y cuando son celestes es gracioso escuchar, no tienen ni idea de lo que dicen.
La brecha generacional que me separa de ella es la que marcó una época en que todavía nos bautizaban y tomábamos la comunión por más que nuestros progenitores no coincidieran con la religión católica. Ese resabio de mandato obligatorial que regía nuestros comportamientos, aun cuando racionalmente nos habíamos divorciado de esas creencias, está presente en las discusiones que damos las +40 cuando decimos si a la ley.
Nos cuesta aceptar que el aborto es una decisión, lo enmascaramos en el “cuando no hay otra opción”, “cuando sucedió un error”. Ese mandato nos cercó la sexualidad plena, el goce sin culpa, y junto con el patriarcado, o como parte de él, nos inculcó temor por cada paso que damos en la vida en sociedad. Con ese paradigma arraigado en las venas, las mujeres como máquinas gestacionales, desprovistas de la humanidad que sostienen la creación de otro ser amado, desprovistas del deseo necesario para afrontarlo, es una construcción que nos cuesta desterrar en voz alta, y decirlo tal cual es: “es mi cuerpo, decido yo”.
Hay un aborto por minuto en Argentina, y aun así nos cuesta aceptar que decidimos desde siempre, y lo único que está en juego es aceptarlo en voz alta. Esa mordaza bien puesta de los años de catolicismo obligado y castidad obedecida, aún sin quererlo, es la distancia que nos separa de las nuevas generaciones.
Este martes, mi entrevistada será una de las miles que vigilará en las calles la votación en senadores, una de las miles que por primera vez siente que debe estar presente en un hecho histórico que la involucra, legalizar nuestro derecho a desear.
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