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«He muerto»

Alejandra Elstein (1964-2020), fue directora y fundadora del periódico Otro Punto, editado en la ciudad de Río Cuarto Córdoba. A pocos días de su fallecimiento el semanario publica el texto de despedida que la misma periodista redactó avizorando su muerte. Nuestro reconocimiento por el aporte realizado al periodismo local que terminó militando con una publicación familiar y autogestiva.

Por Alejandra Elstein para Otro Punto

Si está leyendo estas palabras es porque mi cuerpo ya no es más mi cuerpo y mi alma o mí espíritu o mi energía o lo que fuere andan por alguna dimensión que desconozco.
Cada vez que en un cuento o en una novela leía una frase de este tipo me provocaba una enorme desaprensión. El final era la muerte. Irremediable. Así el genial Gabriel García Márquez anunciaba en la primera línea de su Crónica de una muerte anunciada: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Y el resto de la novela lo empiezas a querer a Santiago pensando que capaz no lo mataban nada, pero sí, lo mataban.

Lo primero que quiero decir es que la muerte ha llegado bajo mi más férrea oposición. No quería morirme. No porque hubiese hecho poco en este trayecto sino porque sentía que todavía me quedaban mucha cosas por vivir. O por repetir. Nada extraordinario, o tal vez si, depende de cómo se mire. Estar con mi familia, ver un nuevo cuadro de Emilia, abrazar a Nina, apoyar a mi hijo en su sueño de un mundo mejor, sorprenderme con las reflexiones de Leticia. Caminar por el Parque, ver una película, abrir el cajón de mi mesa de luz, elegir un libro, tomar sol, bañarme, sentarme frente a la compu, reírme mucho, ir a votar, comer una mandarina y volver a reírme mucho.

Tuve una vida hermosa llena de tíos, seis primos, cuatro abuelos, una bisabuela, tres hermanas, tres amigas, dos yernos, una nieta y por supuesto, un hombre hermoso por dentro y por fuera que me mimó hasta el hartazgo.
No supe bordar ni coser pero siempre abrí la puerta para ir a jugar; tropecé como La farolera pero no me enamoré de un Coronel; no fui Cenicienta ni reina, no pude defender a nadie del Lobo y tuve muchos enanos que me cuidaron.
Fui feliz adentro y afuera de mi casa. Conocí gente increíblemente buena y bastante mala.
Me he sentido la peor y la mejor de todas. La más fea y la más linda, la más burra y la más genial.
He pasado noches llorando pero también he amanecido con más fuerza que antes. Me he frustrado, cansado, fracasado y vuelta a cansar.

Durante días he trabajado hasta 17 horas seguidas y sentí el placer de la tarea cumplida. Pero también me he encerrado algún fin de semana a pura pizza, Coca, tele y sexo hasta sentirlo en el último poro de mi piel.
Alguna vez me pegaron y me humillaron pero también me abrazaron y me besaron y me llenaron de palabras adorables que me reconfortaban el alma.

Odié mis piernas flacas hasta que me di cuenta que con ellas podía caminar y correr. No me gustó mi pelo hasta que quede pelada.
Me avergoncé de mi madre alcohólica hasta que nos reivindicamos y la entendí y la amé y la extrañé y me di cuenta que era la única que siempre me decía que, aunque yo no tuviese razón, ella estaba de mi lado.

Me esforcé en educar a mis hijos reprochándole que no fuesen como yo quería, hasta que empecé a aprender de ellos porque eran más sanos, más buenos y más nobles que yo.
Pasé frío, pero siempre hubo alguien que prendía una estufa o me acercaba la bolsa de agua caliente para reconfortarme.
Tuve la suerte de que alguien me tapara por la noche, de que mi esposo se pusiera a cocinar mientras yo redactaba alguna nota, de que algún profesor se ocupara en enseñarme, de que alguien me atendiera el teléfono, de que una amiga me invitara al cine, de que mi cuñada me prestara un libro, de que un conocido me viniera a visitar, de que alguien me llevara de viaje, de que alguien me eligiera para charlar un rato.

Me he refrescado con la manguera en el patio, en la Pelopincho y en la pileta del club Banda Norte o de algún hotel caribeño. Siempre pensé que no era importante el lugar sino la persona con la que estabas.
Me he ensuciado las manos con grasa y con masa, con barro y con sal, con tinta y con mocos.
No he pasado un solo de mi vida sin comer o sin tener dónde dormir.
Me fui de mi casa paterna porque me ahogaba y volví porque quería recuperar aire.
Confíe y me desilusionaron. Confiaron en mí y los desilusioné.
Conté y me contaron secretos.
Tuve miedo y me protegieron. Tuvieron miedo y los protegí.
Me caí y me lastimé pero siempre había alguien que soplara mis heridas.

Me equivoqué y me corrigieron y me dieron otra oportunidad.
Me revolqué en las hojas del otoño, en la arena del río, en la cama de mi amado, en el pasto recién cortado, en un charco de lluvia.
Cuando era chica me rompía las rodillas jugando a la mancha en el barrio y me las volví a romper de grande jugando con Nina y José en el patio de sus casas.
Acompañé a mi papá y a mi mamá en sus últimos suspiros y –seguramente- mi familia me acompañara en los míos.
Vi el cielo estrellado de Alpa Corral, el sol de Cuba, la luna desde mi ventana, el viento desde la bicicleta, la tierra desde el colectivo, el tránsito desde la Plaza, el trigo desde el campo.

Hice chocitas y huecos simulando que era mi casa y después hicimos mi casa con huecos y simulando que era una chocita.
He tenido una muñeca, un martillo, una bicicleta, un grabador, una taza de té, un par de zapatillas, una cajita musical, una mesa grande, un metegol, un chicle de tuti-fruti, una pelota de goma, una máquina de escribir, un mate, una radio, un reloj, un cepillo de dientes, una reposera, un cajón llenos de fotos, una biblioteca, un inodoro, una fiesta de cumpleaños y media docena de facturas.
He tenido lectores a quienes les gustaba lo que escribía y otros que alguna vez me dijeron mercenaria.

He gritado, pateado, puteado, bailado y cantado hasta quedar sin voz.
Me han gritado, pateado y puteado hasta quedar sin voz.
He dicho “mamá vení a tomarte unos mate” y me han dicho “mamá, vení a tomarte unos mates”.
Me hubiera gustado haber sido docente de adolescentes, socióloga y cantante.
Me hubiera gustado hacer un gol sobre la hora y que me eligieran reina de la belleza.
Cuando creía que tenía un problema horrible me iba a dormir pensando como Escarlata O’Hara en Lo que el Viento se llevó: mañana será otro día.

Con limitadas capacidades intelectuales pude trabajar en lo que más me gustaba en la vida, el periodismo. Estuve en una redacción, en un acto de lanzamiento, en una villa, en una iglesia, en un barrio, en una cancha.
Me ha recorrido la adrenalina de una noticia poniéndome los pelos de punta, he envidiado a los que pueden contar historias mejores que yo y me he sentido una fracasada cuando no podía transmitir con palabras lo que me pasaba en la cabeza y en el corazón.
Lo peor que me pasó en la vida –y no por peor sino porque no podía saltear- fueron las matemáticas hasta que logré liberarme de los números.

Lamento no haber logrado creer fervientemente en Dios. Le rezaba, le agradecía, le pedía, le prendía velas, le hablaba, y sin embargo siempre tenía una fisura en mi fe.
Me duermo escuchando dos frases amorosas: “abela, vení a jugar conmigo” y “tía, vení a mi casa”.
Por todo eso no quería morirme.
Esta es la última crónica que publico informando sobre mi muerte.
A muy pesar mío, no voy a poder contarles lo que sigue.

 

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