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Las Invitadas: El desierto de nuestras voces: nunca más la llanura literaria. 

En esta nueva entrega de «Las Invitadas», Camila Vazquez nos presenta algunas notas de lectura sobre Desierto Sonoro, la novela de Valeria Luiselli.

Por Camila Vazquez

Hace algunos años que vuelvo sobre una idea que circula en suplementos culturales: ¿estamos frente a nuevo Boom de las mujeres? No soy partidaria de las hipótesis que creen que “a comparación de otros tiempos…” porque  el año lleva, hasta el momento, 68 femicidios. Pero algo en el sentido simbólico hace que autoras latinoamericanas ocupen las lecturas más difundidas y premiadas. Algunos nombres los hemos comentado en varias ocasiones en estas notas: Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara, por citar solo algunos ejemplos.

En la década del 60’, los nombres hartamente instituidos del canon latinoamericano se empiezan a leer en Europa, particularmente en España, y ocurre entonces ese fenómeno que comento con mis alumnos de Quinto cada año: el famoso Boom latinoamericano.Un fenómeno de mercado: las editoriales españolas empiezan a “descubrir” que en este territorio también se narra, y que se narra con nuevos procedimientos que ponen en jaque la forma de representación realista. Así, Borges, Cortázar, García Márquez, entre tantos otros apellidos de varones, comienzan a forjarse como autores faros -que iluminan un camino- indiscutidos. Desmemoriada queda Silvina Ocampo, a quien ya hemos traído a la memoria aquí, en estas notas como borradores de lecturas. Silvina, que también había inventado procedimientos, que también había discutido con Borges, con Bioy Casares sobre el cuento fantástico. A la sombra de esos nombres queda Silvina, por citar apenas un ejemplo. 

Aunque hago mención aquí al Boom, en realidad no es mi intención reforzar la legitimidad de los nombres ya legitimados -porque tampoco tengo esa capacidad-. Hablo sobre el Boom, porque quiero hablar de Desierto Sonoro, la novela de Valeria Luiselli, que reeditó en 2019 Sigilo en forma de traducción. Una traducción que la propia autora hizo de una novela que escribió originalmente en inglés, que trata, a grandes rasgos, sobre una viaje, una expedición, sobre niñxs inmigrantes perdidxs, ilegales, en la frontera norteamericana, sobre la lengua, la lengua oral, sobre su frecuencia.

Me interesa comentar Desierto Sonoro porque creo que, además de ser una novela cargada de ternura y de complejidad, es una novela que insiste en el procedimiento. Creo que es una novela que dialoga con aquella generación del Boom.

La novela de Luiselli está plagada de voces, como los textos de Juan Rulfo. La voz es un eje temático y formal en el libro: una familia ensamblada de periodistas y estudiosos de las culturas aborígenes de Estados Unidos desarrolla su amor con fecha de caducidad, construye su tecnología familiar en viaje. La familia debe construir un relato para quererse, una mitología propia. El viaje que emprenden es el viaje de lxs xadres, o el viaje que lxs xadres imponen a sus hijxs: recorrerán gran parte del país hasta reconstruir los relatos de lxs indixs apaches que todavía resuenan, hasta reconstruir el desierto sonoro de voces niñas que emigran ilegales, que mueren de sed y de soledad. 

El texto está hecho de perspectivas adultas e infantiles, de recorridos musicales y de lectura: la ¿novela? traza su educación estética y sentimental en los discursos que la atraviesan. Durante el viaje en auto de la familia, se escuchan audiolibros, se eligen playlists, se reproducen otros textos literarios, se edifica una memoria familiar en torno a ellos. Y , ante la expedición familiar que aúna y aleja a sus integrantes, la resistencia de la voz. Como la hipótesis científica que mueve a lxs investigadorxs protagonistas -la madre y el padre-, las voces de lxs personajes se erigen entre las montañas y el amplio desierto estadounidense: resuena para siempre el amor materno, los relatos fundantes entre hermanxs. Desierto sonoro está hecha de múltiples capas: es un texto salteado, como le hubiera gustado a Macedonio Fernández, incompleto como el rastro histórico que se persigue: el de lxs indixs, el de las madres e hijxs inmigrantes, el de un amor no natural, como nunca lo es el amor, la tecnología de una familia ensamblada. 

En el recorrido lector que Desierto sonoro traza-esto es, las marcas literarias, los intertextos, los pasadizos hacia otras lecturas que la ¿novela? delimita- Valeria Luiselli también hace guiños hacia una autora que ya comentamos en estos borradores lectores: Samanta Schweblin. A menudo, la voz narradora principal -si es que tal función es posible en este texto- reflexiona y piensa sobre su maternidad, y trae a colación la categoría distancia de rescate, esa que da nombre a la novela de Schweblin, y que puede definirse como el tiempo justo que existe entre una madre, su hijx y el riesgo latente, en su capacidad para salvarlx. La maternidad, los mandatos xaternos, la epopeya de lxs hijxs, la infancia, son otras de las ventanas por las que ingresar a la obra de Luiselli. 

Me parece que en las voces narradoras niñas y adultas, en las diferentes perspectivas, en las voces prestadas y en las ancestrales, Desierto Sonoro logra poner de manifiesto esa complejidad de narrar la realidad, su fragmentación, la complejidad de los acontecimientos históricos, pero también, la potencia de la palabra y la potencia de la ficción. Como lxs indixs apaches, lxs integrantes de esta familia eligen su propio nombre y,  juntxs, hilvanan la genealogía, la mitología, la historia popular a la que asirse cuando los destinos de lxs xadres se bifurquen. Esto no es spoiler.El final que no sosiega es un anuncio desde las primeras páginas.

Y en todo eso, en toda esa reflexión sobre el procedimiento, Valeria Luiselli vuelve a apostar a preocupaciones formales hasta el momento agotadas o, al menos, abandonadas. La pregunta por la antinovela, la renovación de las formas narrativas, arriesgo, no parecía ser una puesta editorial actual. Y esto es lo que quiero destacar: me parece que Desierto Sonoro es una novela excelente, porque habla sobre y desde la ternura. Porque plantea una complejidad narrativa sin densidad, sin tecnicismos cortazarianos, porque abre su dimensión filosófica a las voces de lxs niñxs que allí intervienen, porque es llevadera y espesa, como el viaje de esa familia, como una expedición. También es excelente porque trae, en manos de una autora mexicana, al América india que Estados Unidos silenció y masacró, porque reaviva esas discusiones por lo latinoamericano -¿lo latinoamericano?- que también instaló el Boom allá por los 60’. Y porque, no sin complejidades, instala esta pregunta que los pueblos occidentales, cómplices de la masacre aborigen, debemos hacernos hasta que nos cale la sangre: ¿de qué está hecha nuestra memoria? Y más: ¿cómo contar la memoria en una novela?, ¿qué voces poner a circular?, ¿hablar por lxs indixs o que sus discursos hablen por sí mismos en la trama discusirva ficcional?, ¿cómo contar un historia que es sobre la memoria de los pueblos originarios, pero desde la óptica de ciudadanxs actuales, occidentalizadxs, europeizadxs, colonizadxs? Estética, ética y política de la literatura. 

Además de pelearme con el canon instituido de autores, los grandes padres latinoamericanos, quiero hacer hincapié en lo siguiente: creo que Valeria Luiselli trae aquel rigor del procedimiento a la actualidad, trae todo ese juego, esa búsqueda, esa desautomatización que planteaba el Boom, hace ya casi sesenta años, a las letras actuales. Y toda esa puesta formal, vuelve mejor en ella,porque vuelve simple y accesible, porque la complejidad literaria aquí no es marca de erudición y porque habilita un relato no dentro de las urgencias del mercado, si no dentro de otras urgencias: los pueblos desterrados y la ternura, las capas que tejen los vínculos humanos. La novela de Luiselli me hace pensar en la profesionalización del oficio de escritorx: es algo que todos esos varones antes enunciados lograron hacia mediadxs del siglo pasado. Y ,como es obvio, no fue igual para las escritoras, al menos que no tenían una alcurnia detrás que las sostuviera. En la actualidad, contamos con los testimonios de varias autoras, con becas en el exterior, como es el caso de Samanta Schweblin, que se dedican enteramente a la escritura. Escribir ficción es su trabajo. Publicar en las editoriales más grandes y, por ende,las  más leídas -discusión a parte sobre política de la edición-. No es que las autoras, durante décadas, hayan abandonado “el procedimiento”, ese patrimonio de la genialidad de los varones. Es que, sistemáticamente, la sensibilidad, ese reparto, ese eje de visibilidad, como dice Jacques Ranciere-otro varón, y bueno-, estuvo mediado por operaciones de silenciamiento. Ahora toca repartir el ojo hacia lo que escriben las mujeres y las disidencias. No creo en la posibilidad de una literatura feminista -¿cómo sería la receta para lograrla?-, pero sí creo, como digna peronista, en las medidas pragmáticas que puedo tomar antes los discursos machistas: difundir autoras y autorxs disidentes, leerlxs con rigor, generar herramientas para pensar sus textos.

Escuelas, editoriales, antiguos ejes de visibilidad: no volvemos nunca más a la llanura literaria. La palabra no solo es arena de clases, es arena de géneros, querido Voloshinov. La arena hace al desierto. Como en la novela de Valeria Luiselli, nuestras voces resuenan en él, son el eco, la memoria. Vuelven. Escarban en el sentido. 

 

Valeria Luiselli nació en 1983 en México. Escribe ensayos, novelas y cuentos. Investiga los casos de infancias migrantes en la frontera de Estados Unidos, país en el que reside actualmente. La novela que comentamos la reeditó Sigilo en 2019. 

 

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