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La oscuridad es otro sol

Por: Camila Vazquez°

Siempre rodeo antes de escribir estos perfiles. Le puse ese nombre un poco robándole a Leila Guerriero, como si me diera el tupé. Leila hace de ese género -uno que, hasta antes de leerla, hubiera señalado como “biografía”,  o extraña biografía- algo precioso. Una quiere saber más y más sobre los chimentos de la vida de lxs escritorxs, que amaron perramente y se drogaron y bebieron alcohol y tuvieron amistades maravillosas con otrxs escritorxs. Los hace de retazos de entrevistas, comentarios, cartas, testimonios, etc. Estos perfiles de Nuestras Santas están hecho con menos recursos. Pero aquí vamos, aprendiendo.

Sin embargo, este perfil no es sobre Leila Guerriero, eso fue apenas una digresión. En el proceso de escritura también me pregunto si está bien escribir los rodeos, si está bien mostrar aquí las costuras de su confección, su procedimiento imperfecto. Y decido que es propicio hacerlo, que tengo ganas de generar un perfil conversacional, pues es así como se organiza en mi mente: una conversación hecha de lecturas y relaciones, intertextos, esos pasadizos, esa forma en la que funciona cada lectura, que remite a otra lectura que remite otra lectura. Una conversación menos decente y más feminista que la que por entonces escribiera el desgraciado general Mansilla en sus causeries, de tan pituco nombre en francés.

Este perfil -¡al fin lo digo!- es sobre Mariana Enríquez. Quiero hablar de ella por sus cuentos -esa debilidad tan evidente-. Pero antes, otra digresión: así como me cautivó Leila, antes me cautivó la misma Enríquez -no por ningún orden temporal, sino por la forma caótica en la que se suceden el tiempo y los libros para mí- no solo en sus cuentos, sino en el retrato que hace de Silvina Ocampo, La Hermana Menor. Silvina, aquella abuela de la constelación que conforman la tríada divina  Ocampo-Enríquez-Schweblin. La Hermana Menor es un texto hermoso que hace Mariana sobre aquella mujer antes comentada en esta cadena de perfiles, que no es biografía, sino retrato: una pintura, una versión de la vida de la escritora, también compuesta de testimonios ajenos, chismes, dimes y diretes sobre la autora. Y no es casual que Mariana haya escrito un retrato de Silvina. Lo semejante atrae lo semejante, dos criaturas de la noche literaria, en todo el esplendor de esa metáfora que quiere significar oscuridad, fantástico, infancia y perversión.

Plagados de protagonistas adolescentes o menores que experimentan lo ritual, sus cuentos se sitúan en a menudo en espacios suburbanos y exploran el terror como otra forma de lo fantástico. Lo que me fascina en particular de sus textos es que ese terror tiene forma social: lo monstruoso ya no tiene la apariencia de criaturas improbables, al estilo de Lovecraft, sino que el terror tiene materialidad en nuestros procesos políticos. Es la Dictadura hecha fantasma en una hostería abandonada, es la pobreza que amenaza con tomar los espacios de los burgueses, es la juventud deseando desenfrenada a una estrella de rock, hasta comerlo, es un asesino pervertido que tiene erecciones ante la muerte.

Así, los monstruos no son una proyección imaginaria del romanticismo: están aquí. El Estado represor y neoliberal los impulsa -Macri es el terror-. Ya ven, lo fantástico y sus vertientes no siempre son la proyección de Chang Tzu que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era Tzu o una mariposa que soñaba que era Tzu -versión libre del famoso microrrelato-. Lo fantástico atraviesa esta vida que muchas veces, casi siempre, apesta y es oscura. Y también hay otra oscuridad en sus relatos, una que discursivamente Disney, la Edad Media y el cristianismo se han encargado de configurar como peligrosa, una que borra o diluye los límites entre lo bueno y lo malo -esa manía occidental-. Qué peligro leer literatura de terror. Si todo lectorx es obsesivx como El Quijote, este camino nos conduce a otras puertas de la percepción sin magia ni psicodelia. Sorpresa: el mundo feliz del capitalismo también es una construcción discursiva y sus reveses dan miedo. Vamos a contarlos, dice Enríquez. Y vamos a contar también esa oscuridad vedada, porque es de brujas y lesbianas. Otros de los personajes favoritos de esta escritora.

Mariana Enríquez nació en 1979 en Buenos Aires. Se hizo famosa prontamente: era una colegiala apenas -esa palabra tan impregnada de semiosis porno-, cuando publicó su primera novela: Bajar es lo peor (1990), una radiografía de la noche noventosa. Además, publicó las novelas: Cómo desaparecer completamente (2004), Chicos que vuelven (2010) y Este es el mar (2017). Escribió los libros de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009), Cuando hablamos con los muertos (2013) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016). También publicó La mitología celta (2003), Alguien camina sobre tu tumba (2013) y La hermana menor (2014), textos entre el ensayo, la crónica y la biografía.

Tienen que leer a Mariana Enríquez. Amíguense con la sombra. Integren el terror a sus paisajes, para dominar mejor los demonios. Solo nombrando lo ominoso contrarrestamos su poder. Somos oscurxs, sí: pero porque conocemos esa variación de la luz, podemos transmutar las pesadillas en algo hermoso.

 

Camila Vazquez°

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