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Malas madres

imagen: Colectivo Manifiesto

Por Ivana Galdeano para La tinta

Las madres con muches hijes, las madres de la economía popular, no encuentran siempre lugar en el feminismo “mainstream”. En parte, porque no hay espacios de contención para les niñes y, en parte, porque hay una práctica de invisibilización, cuando no de “paternalismo” sobre nosotras.

Muchas de nosotras no sabemos dejar a nuestres hijes con el padre/madre por considerar que es amoral, algo naturalizado en la conciencia colectiva sobre la idea de qué es ser una buena madre a los ojos del patriarcado. Esto está actualmente reforzado con la maternidad “colecho”, tan alabada por la clase media, que no cuestiona como privilegio la posibilidad de “quedarse en casa” o que no visibiliza que ese “replegarse” al hogar también responde a la falta de oportunidades laborales para nosotras, las mujeres criantes.

En peores condiciones, hay muchas de nosotras que ni siquiera tenemos con quién compartir la responsabilidad de la crianza. El feminismo militante no puede olvidarse de les niñes ni de las madres que transitan la maternidad intentando ponerla bajo las gafas de la deconstrucción. Es un proceso de empoderamiento, el de ser autónoma y el de lograr la autonomía de nuestres hijes, y el feminismo, en este caso, también ha de acompañar los procesos de las madres de barrios populares si pretende ser, como suele enunciarse, un feminismo popular.

A veces, algunas feministas nos asumen como enemigas. Como si el hecho de ser madres nos volviera automáticamente “pro vida”, biologicistas, abolicionistas. Cuando no nos asumen como enemigas, nos compadecen. Claramente, para muches, nos hemos arruinado la vida. Y es cierto que, de forma mercantilista, hacerse responsable de otro ser humano da pérdida.

Es cierto también que la maternidad como una elección racional, responsable y autónoma no es la manera en la que la mayoría de nosotras hemos devenido madres. La maternidad, a lo sumo, ha surgido a partir del deseo. Un deseo salvaje, sin previsiones ni cálculos, como máxima expresión de libertad. Pero también somos madres como resultado de una educación patriarcal, del amor romántico, de la búsqueda de amor garantizado en les niñes, de la necesidad de ser deserotizadas por el entorno social, ya que, en ciertos contextos, ser madre significa parar un poco el constante acoso al que somos sometidas. En otros contextos, somos madres también por la necesidad de ser consideradas adultas y no niñas, y por el grado de independencia que este status representa. Por último, a veces, somos madres por la falta de conciencia de auto determinación sobre nuestras cuerpas.

Sea como sea que hayamos sido madres, casi siempre existe un amor real que nos vincula con nuestres hijes. Un amor poderosísimo y contradictorio, como todos los amores. El vínculo madre-hije es una de las cosas más paradójicas y potentes que existen. Quizás un verdadero misterio. ¿Puede alguno de ustedes explicar el amor? ¿Cualquier amor? Yo no.

imagen: Colectivo Manifiesto

Paro la olla y luego existo

El hecho político es que no dejamos de existir. Somos madres de muches hijes y no somos una causa perdida. Me resisto a pensar que se nos pasó el tren para ser mujeres empoderadas. O, peor aún, que por ser madres no podemos ser feministas.

Pero, además y sobre todo, son las madres las figuras centrales en la Economía Popular. Son las madres las que articulan actividades productivas y organizan el alimento en sus familias y en sus barrios. En las marchas, son las madres las que salen para fortalecer nuestros derechos. Son casi siempre madres quienes están al frente de los espacios productivos de la economía popular. Somos las madres las principales sujetas revolucionarias y, sin embargo, hay pocas madres como referentas de las organizaciones sociales de Córdoba. ¿Por qué el ser madre nos ubica en la invisibilidad, incluso, siendo mayoría?

Considero un error que el feminismo desconozca y no se vincule con las principales propulsoras de la economía en la comunidad. O, peor aún, que nos reconozca como “mi negra”, “mamita”, “gordita”.

imagen: Camila Bustamante

¡Ésta!

Vengan, les presento a mis compañeras de Nueva Esperanza, van a descubrir que ninguna es una chiquita desvalida. Tienen valor para enfrentarse a todos los juicios morales cada vez que se separan o cada vez que eligen tener hijes de diferentes padres, tienen valor para sobrevivir a la violencia constante como forma de vínculo afectivo, tienen la resiliencia para salir adelante y crear espacios que son alimento para niñes y adultes, incluso cuando, aún hoy, ni el gobierno provincial ni el municipal les brinda agua potable. Con el mundo en contra (literalmente) por ser mujeres, migrantes, pobres, por ser cuerpas no hegemónicas, ellas reparten comida para ciento veinte personas todos los días. Ellas no toman clases de defensa personal, pero supieron poner el cuerpo cuando la policía quiso quitarles su terreno.

Las feministas universitarias tienen mucho que aprender de las feministas de barrios populares. Las feministas con formación académica tienen un montón para brindar a las madres múltiples y diversas, en la tarea urgente de deconstruir la idea de maternidad y de feminidad ligada a ella, sin invisibilizarla.

Hay que desmantelar las imágenes arquetípicas religiosas, como, por ejemplo, la amada (por mí, disculpen) Madre María. La pobre que, encima de ser madre, tiene que ser virgen. Ese arquetipo latinoamericano de maternidad nos convierte en mujeres castradas. El ser madre mágicamente nos debería volver seres angélicos y virginales (¡Watafat! dice mi sobrino Ciro cuando no puede creer algo). Nosotras, las madres, seguimos siendo seres deseantes, de carne y hueso. Nos encanta coger, no importa cuántes hijes tengamos. Especialmente, durante el embarazo tenemos acrecentado el deseo. Nosotras tenemos derecho a vivir una vida sexual libre y diversa. ¿Qué pasa cuando una madre tiene una vida sexual libre y diversa?

Desmantelar los arquetipos psicologicistas freudianos e, incluso, jungianos. Donde las madres devenimos responsables de todos los traumas existentes en les hijes. ¿Y los padres qué pito tocan en la construcción psicológica del ser? ¿Qué pasa con les hijes que tienen dos madres? ¿Están doblemente jodides?

Muchas compañeras feministas tienen altísimos prejuicios e ideas sobre qué sería ser buena madre. Me refiero a estar pretendiendo que la madre lo sea por una decisión autónoma, racional, que tenga una estructura económica que le permita ser solvente y también una estructura emocional que le permita ser referente de otro ser humano. Todo eso tiene que tener resuelto una persona para ser buena madre. ¿Conocen alguna persona que tenga todo eso resuelto? Yo, muy, pero muy pocas. Especialmente, en el tremendo contexto de ajuste económico que vivimos.

Es cierto que ser madre te cambia la vida para siempre. Y no sólo por la transformación emocional que se vive o la perspectiva de vida que se adquiere, sino fácticamente porque te volvés responsable económico de otro ser humano.

imagen: Colectivo Manifiesto

Maternización de la pobreza

Ser madre también es estar obligada a ser productiva, a generar sustento, no ya como una elección, sino como un deber; esto nos ubica en un lugar profundamente vulnerable. Especialmente, cuando no hay una pareja o cuando el entorno no puede ni quiere acompañar el proceso de criar un ser humano. Perdemos por necesidad la posibilidad de elegir qué tipos de trabajo aceptamos. Las madres somos la profundización definitiva de la feminización de la pobreza. El factor económico, muchas veces, se vuelve el eje de cómo establecemos vínculos afectivos. El cuidado económico de les niñes como determinante de nuestras elecciones de trabajo y de pareja; nos obliga, muchas veces, a replegar sueños y proyectos o a sostener vínculos no saludables.

¿Cómo nos organizamos las madres de los barrios populares para tejer redes de contención entre nosotras y evitar que el factor económico nos determine en las relaciones violentas? ¿Cómo nos asiste en esta lucha el feminismo mainstream? ¿Cómo desnaturalizamos que la vida en pareja heterosexual es la única manera de generar hogar/familia? ¿Qué estrategias tejemos como feministas para que la Justicia sea rápida en relación a la mantención de les niñes? ¿Por qué ésta no es una de las cuestiones en agenda del feminismo hoy cuando miles y miles de madres nos deslomamos y los padres no sufren reguladores legales ni sociales ni morales? ¿Qué hace el feminismo para acompañar a las madres que están desbordadas?

He vivido en mi cuerpo el deseo de muerte, por no saber cómo resolver el cuidado y la cuestión económica al mismo tiempo. ¿Qué hacemos como feministas para evitar que una mujer por ser madre sea una muerta en vida, un ser anulado, invisible?

¿Exagero? ¿Cuántas madres ocupan lugares de poder en la política, en la vida social en general? ¿Por qué no exigimos la ley de paridad?

Nosotras, las madres, tenemos mucho para enseñar a los academicistas sobre cómo organizar la economía popular. Nosotras hemos devenido en responsables del cuidado de les otres. Insisto, no porque seamos naturalmente destinadas, sino por es el rol social que se nos asignó. ¿No les parece que hemos desarrollado una fuertísima capacidad de hacer treinta cosas a la vez? ¿No creen que tenemos muchísimo para decir sobre cómo generar actividades productivas que no pongan al capital por encima del ser humano?

Nosotras todos los días generamos sustento sin dejar de atender las necesidades sensibles de descanso, educación, juego, amor. Nosotras hemos sobrevivido a todo tipo de violencias, psicológicas, económicas, físicas, verbales. Seguimos de pie. Seguimos en la sombra sosteniendo a les otres.

imagen: Colectivo Manifiesto

Desconfiar de todas las formas de biologicismo

Los biologicismos como lo “natural” es algo claramente deconstruido en el feminismo gracias a la lucha por el respeto a la diversidad de géneros. Sin embargo, lo que sacamos a trompadas por la puerta de adelante (léase también radfem de la Asamblea Ni Una Menos) nos entra por la ventana.

Ninguna persona que materna podría poner en dudas que el amor que se vive es inconmensurable y que las experiencias que se atraviesan son profundamente transformadoras. Lo que debería alarmarnos es que hoy se extienden con avidez conceptos de madres “naturales”, arraigadas a su “instinto” maternal, que son responsables de todo lo que ocurre con sus hijes, como si les niñes fueran extensiones de ellas mismas. Un ejemplo emblemático de fanatismo es Laura Gutman, aunque son variadas las teorías de la nueva era espiritual que refuerzan ideas de “madres naturales”, peligrosas porque desempoderan nuestro derecho a decidir y establecen una nueva versión del deber ser.

La ley contra la violencia obstétrica es un logro del feminismo incuestionable. Lo que sí es cuestionable es la presión social que se ejerce (insisto en sectores de la clase media, media alta) sobre las madres que no hemos sido o no queremos ser madres “naturales”. Me refiero a todas las que hemos parido por cesárea. Por inútiles, por poco fuertes, por miedo al dolor, por estrechas, por enfermas. Conozco varias mujeres que ocultan el hecho de haber parido por cesárea como una vergüenza. Las que no podemos o no queremos dar la teta, porque nos duele, porque el bebé no se prende y no sabemos cómo hacer que se prenda, porque queremos cuidar nuestras tetas. Las que vacunamos a nuestros hijos y les damos medicamentos alopáticos. Las que les damos de comer lo que tenemos y lo que podemos. Montón de lácteos, harinas, azúcares y ¡ojalá carnes! Las que tenemos procesos de depresión post parto y nos preguntamos por qué mierda se nos ocurrió ser madres. Las que les damos el celular o prendemos la tele para que se queden quietos. Las que nos inseminamos. Las que no planificamos ni un solo embarazo. O aprendimos a planificarlos después de ser madres adolescentes. Las que creamos espacios de soledad sin los hijos para poder respirar y vivir. Y no sentimos ni un poco de culpa por eso.

Básicamente, las que queremos elegir cómo construirnos madres. Madres que incomodamos con nuestros problemas al feminismo que puede parar el #8M sin más complicaciones. Sin considerar que si faltamos allí, o en las asambleas, no es por falta de necesidad, convicción o deseo, sino por razones ultra mega prácticas, como, por ejemplo, no tener el dinero para pagarle a otra persona (también mujer) para que nos cuide les niñes.

El feminismo crece en los barrios, en las casas con muches hijes, con las mujeres contando monedas y organizándose. El feminismo crece en el barro, en las grietas de nuestros pezones y en la aceptación de nuestras cuerpas estriadas.

El derecho a apropiarnos de nuestro cuerpo no se trata en las madres tan sólo del derecho a ligarnos las trompas o abortar. Al día de hoy, me enoja esta fijación por el momento del parto o la concepción. Es como si el ser madres se constituye en esos nueve meses o en el aborto. Tanto para naturistas como para feministas, pareciera que lo importante es ese momento: parir o no parir. Cómo parir o cómo no parir.

¡El parto no es la forma de ser madre, ni siquiera es su comienzo necesario! Cualquier mujer trans madre y cualquier madre adoptiva debería poder gritarlo con furia y como loca. Ser madre es un devenir constante, un rol social que perdura en el tiempo, una construcción cultural de la que queremos ser dueñas.

Me enoja esa fijación porque perdemos de vista que el derecho a decidir sobre nuestras cuerpas se extiende a toda nuestra vida. La lucha que me interesa es que todas las madres podamos decidir, durante todo el proceso de crianza, cuánto queremos poner de nuestra cuerpa y cuánto no. Cuándo queremos poner nuestra cuerpa y cuándo no. Eso de brindarnos completamente a les hijes es algo que el feminismo debería ayudarnos a cuestionar. ¿Cómo naturalizamos el cuidado como nuestra principal responsabilidad? Mejor dicho, ¿cómo fuimos domesticadas a creer que somos mejores cuidando que los varones?

Las madres yamanas, por ejemplo, solo parían y amamantaban, el cuidado era responsabilidad de los hombres, porque ellas cazaban. Posta, hay otras formas muy “naturales” de maternar.

imagen: Colectivo Manifiesto

Somos la tensión entre deseo y responsabilidad

La película Amazona de la directora Clare Weiskopf es un documental que narra en primera persona la búsqueda de su madre Val quien vive en la selva colombiana. Clare está embarazada y siente que ha llegado la hora de confrontar con su madre, quien, treinta años atrás, la “abandonó”. La película se para en la tensión entre libertad y responsabilidad. ¿Qué significa ser buena madre? Pregunta la película. ¿Puede el amor convertirse en sacrificio? Pregunta Val.

En Argentina, las madres emblemáticas que luchan son un estandarte de orgullo e identidad. Las Madres de plaza de mayo, las Madres de Barrio Ituzaingó, las Madres del paco, las Madres de la gorra. Todas ellas luchan por sus hijos y no es mi intención cuestionar sus luchas, lo que me interesa es observar que todas ellas tienen cierto reconocimiento social no solo por la validez de sus causas, sino porque no ponen en jaque el arquetipo de la madre que vive por sus hijos. Todas ellas luchan por sus hijos, por otros, por los demás.

Nos endiosan para esclavizarnos. Para que sigamos siendo las sirvientas silenciosas que sostienen la rueda del capital andando. ¿Cuándo las madres han luchado por ellas mismas? ¿Podemos imaginar una marcha de madres que exigen por sus derechos?

Hace algunos años, escuché que amar es cuidar y, aunque el amor es un misterio, es la definición más cercana a lo que siento cuando amo. Cuando amo, busco la sobrevivencia, el bienestar y el crecimiento de esa persona, proyecto, objeto. Si el cuidado es algo que se nos asigna a las mujeres, ¿también se nos asigna a nosotras el amor? ¿Qué pasaría si, en cambio, el cuidado del niño fuera responsabilidad compartida con la comunidad? ¿No sería esa una manera efectiva de lograr que el aborto fuera ley y que la educación sexual una necesidad de toda la comunidad? ¿No sería una manera efectiva de visibilizar la importancia de la distribución equitativa del capital? ¿No sería una manera efectiva de crear sociedades más amorosas?

Desmantelar el arquetipo de la madre es desmantelar al patriarcado y también desmantelar el trabajo no pago que sostiene al capital. La batalla contra la figura arquetípica de la madre es una batalla estratégica, compañeras. Es quizás la madre de todas las batallas. Pero, además y sobre todo, a nosotras, las madres, no nos mueve solamente el deseo. Nos mueve también la responsabilidad. Nosotras diariamente tenemos que resolver la tensión entre libertad y responsabilidad. ¿No es acaso esa tensión otra manera de postular la tensión entre lo individual y lo colectivo?

Nosotras, las madres de barrios populares, resolvemos todos los días esta tensión en nuestras cuerpas, en nuestras haceres. Es hora de que el feminismo mainstream se anime a salir de sus recetas y lugares de confort. El feminismo será interseccional o no será. Las madres de Barrios Populares no deberían seguir solas. Las academicistas tampoco, porque dejan de representar a la mayoría vulnerada. Nos necesitamos. Nuestro encuentro puede ser tan poderoso como una fogata.

Y como vociferaba la marea feminista en las calles el 8M: “La lucha va a ser de todas o no va a ser”.

imagen: Colectivo Manifiesto
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